Decir que tras nueve días, estaba cansado, es quedarme muy corto. Pero lo cierto es que la última jornada del Festival se presentaba muy atractiva (no sólo por ser la última), y de hecho, cuando me levanté a las siete y media de la mañana, me sentía con energía, deseando llegar al Meliá y ver una de esas películas por las que había decidido ir a Sitges, la adaptación de 'The Road (La carretera)'. Como ya os conté, a media mañana tendría lugar la rueda de prensa con Viggo Mortensen y John Hillcoat, algo que me apetecía mucho presenciar (creo que mereció la pena, aunque no creo que las preguntas que se hicieron fueran las más acertadas).
Estaba más despierto de lo habitual, viendo ya el final del túnel, y me permití el lujo de desayunar antes de entrar a la sala, en una de las numerosas cafeterías que riegan el centro del pueblo. Un zumo, un sándwich vegetal y un café después, volvía a encontrarme en una de esas situaciones que me caracterizan: con prisas, mirando la hora y maldiciendo mis grandes ideas. Al final tuve que subirme a un taxi para llegar a tiempo (te cobran un suplemento por ser domingo, y creo que otro por haber perdido el tiempo tontamente).
Al final de la cola me saludó Rafa, de Público, que me dijo que leía mis artículos desde hacía tiempo. Tuvimos una charla agradable y ya dentro del Auditori me sorprendió que nada más empezar el ritual de los spots del Festival, dirigiera su mirada a la pantalla y no hiciera ni un solo comentario más. Es una costumbre que agradezco, mucha gente aprovecha la compañía para ponerse a hablar durante la proyección, comentando chorradas o historias personales que no interesan al resto de los espectadores (los ruidosos "shhhhh" en el cine son un clásico).
Y empezó 'The Road'. Como ya sabréis, se basa en la novela de Cormac McCarthy, editada en España, ha sido dirigida por John Hillcoat, conocido por su western 'The Proposition', y está protagonizada por Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, en los papeles principales, "el hombre" y "el niño". La película nos presenta un mundo devastado, un futuro post-apocalíptico, de cielos grises y olor a muerte. El hombre y el niño son los "buenos", transportan el fuego (no literalmente) y deben sobrevivir mientras tratan de llegar a la costa, con la esperanza de encontrar una salida, un refugio donde escapar al horror.
Hillcoat recupera el tono seco, sucio y realista de su anterior película, mostrándose implacable en el retrato de este mundo muerto, donde los protagonistas parecen condenados a caer rendidos, por falta de alimento, enfermedad o la acción de algunos de los "malos" que se encuentran por el camino; la carretera les lleva por el buen camino, pero a menudo deben huir de los despiadados caníbales. Mortensen ya lo dijo a la prensa, su intención con este trabajo era darlo todo, decir las cosas sin palabras y mostrar un vínculo único con el pequeño que interpreta a su hijo. Todo eso se nota al ver la película, y de nuevo hay que aplaudir a este grandísimo actor.
Tanto el director como él nos dijeron que sin un niño apropiado, no tendrían película, y es cierto. Sin embargo, la suerte les sonrió y encontraron a Smit-McPhee, que está fantástico. Quizá lo único que se le puede reprochar es que no es un niño que dé la impresión de estar pasando hambre, tiene una cara rellenita, pero la verdad es que eso deja de tener importancia cuando la cámara se centra en él y mira, habla, sonríe o sufre. Robert Duvall, Charlize Theron y Guy Pearce también intervienen, interpretando roles muy secundarios, para adornar el cartel y vender mejor la película. Los tres están muy bien, pero sin duda podrían haber elegido a actores de menos nombre para esos personajes.
No me gustó demasiado el libro 'The Road', pero me encanta la película. La historia me parece más apropiada para el cine, aunque para eso, claro, hacía falta tomarse en serio el trabajo, y contar con profesionales de talento, que entendieran el relato y supieran trasladarlo a la pantalla. Así ha sido, a mi entender, y aunque la película no es perfecta, sí cuenta con suficientes aciertos como para catalogarla como una de las mejores del año.
De lo mejor que he visto este año también es el trabajo de Paul Giamatti en 'Cold Souls' escrita y dirigida por Sophie Barthes, una comedia dramática, con un toque fantástico, de la que ya habíamos hablado en Blogdecine. Las buenas sensaciones que despierta el tráiler se confirman en la película, si bien todo es menos profundo y original de lo que se podría llegar a pensar, leyendo la sinopsis.
'Cold Souls' gira en torno al actor Paul Giamatti (se interpreta a sí mismo), que se encuentra bloqueado cuando prepara una representación teatral de 'Tío Vania', de Chéjov. El actor está tan obsesionado con el personaje que no puede sacárselo de encima cuando abandona los ensayos, y esto le está amargando la vida. Así que cuando encuentra un anuncio en la prensa, de una empresa que permite extraer el alma y, con ello hacer más feliz a la gente, cree haber dado con la solución. Sin embargo, porque en caso contrario no habría película, nada sale como había previsto, y cuando intenta recuperar su alma, descubre una traficante de almas la ha robado.
Giamatti, que en 'American Splendor', 'Entre copas' o 'La joven del agua' ha demostrado de lo que es capaz, siendo en mi opinión uno de los mejores del planeta, sostiene 'Cold Souls' y le da vida, haciéndola más interesante de lo que en realidad es. Barthes no sabe desarrollar el llamativo punto de partida, y no deja de dar vueltas sobre lo mismo, sin avanzar, y tampoco saca provecho a todo lo que sucede con la traficante rusa. Así que, en definitiva, el conjunto se salva gracias al protagonista, que hace de todo (es impecable en la comedia y en el drama), aparentemente con suma facilidad. Es increíble cómo refleja el sutil cambio que sufre su personaje cuando pierde su alma, tenéis que verlo.
Sin creérmelo del todo, transcurrió mi último día en Sitges. Quise darme un buen paseo, antes de hacer la maleta y acudir a mi confortable cama. Recorrí de nuevo las calles del centro, y me acerqué a mirar el mar, echando un último vistazo a las tiendas del Miramar (no llegué a comprar nada, el fantasma del ahorro no me lo permitió). Me acerqué al mirador y respiré profundamente. Se siente uno tan bien ante semejante vista, tan inmensa y natural. Miré la oscuridad de las aguas durante un buen rato. Adiós, Sitges. Adéu.
PD: Tengo pendiente hablar de seis películas que también vi en Sitges, pero que he ido dejando para no recargar más los artículos, ni recortarlos para incluir más texto sobre cine. Dos epílogos, y acabo.