Paula Ortiz dirige a Najwa Nimri en una nueva adaptación true crime del caso de Hildegart Rodríguez
Había expectación por ‘La Virgen Roja’, la nueva película de Paula Ortiz que se estrena en España el 27 de septiembre, una nueva exploración de la vida de Hildegart Rodríguez Carballeira, joven que fue concebida con el propósito de ser “la mujer del futuro”, convirtiéndose sin embargo en la triste protagonista de uno de los momentos más extraños de la crónica negra española, con telón de fondo de la República Española, en 1933.
Su historia ya había sido contada en 1977, en la directa ‘Mi hija Hildegart’, que fue dirigida por Fernando Fernán Gómez, que ya sentaba las bases de lo que veremos en esta nueva obra, ambas bastante centradas en la figura de Aurora Rodríguez Carballeira. La de Fernán Gómez se basaba en el libro ‘Aurora de sangre’ de Eduardo de Guzmán, mientras que ‘La virgen roja’ parece llamarse así por basarse en la novelización del caso de Fernando Arrabal de 1987.
La película se adentra en la compleja relación entre Aurora y su hija. La mujer es una ferviente feminista que planea meticulosamente concebir y criar a la mujer perfecta para que defienda la causa de la liberación femenina, por lo que, desde muy joven, Hildegart es sometida a un duro régimen de educación y disciplina, alcanzando rápidamente prominencia en los círculos intelectuales y revolucionarios, llegando incluso a cartearse con Sigmund Freud, pero, a medida que crece, empieza a buscar su propio camino.
Esto hace que se aparte del rígido destino que se le ha ido trazando, por lo que su búsqueda de autonomía y libertad personal hacen que los intentos desesperados de su madre por mantener el control se vayan haciendo más y más estrictos. El futuro brillante para su hija, en el que se erigiría como faro del intelecto, el progreso, y la sexualidad femenina, se va descomponiendo y agrietando, al mismo tiempo que su propia psique, dependiente de una sola idea correcta para la que no tiene un plan B.
Buena dirección para un guion sin profundidad
La dirección de Ortiz sigue estando entre las más destacables del panorama de los nuevos cineastas españoles, pero su tendencia a una narración más clasicista acaba chocando con algunos injertos más experimentales que acaban chirriando y luciendo incluso algo anticuados. Sin embargo, su lente de los años treinta consigue retratar un periodo plagado de agitación política y cambios sociales, con una amenaza subyacente que se encarna de forma concreta en Nimri. Entre el microcosmos de las luchas y triunfos de los bandos socialistas, la película se adentra en el género del thriller psicológico más oscuro.
La dinámica de madre e hija diluye el amor entre la ambición y un angustioso sentimiento de posesión representado con algunas fugas al abstracto visual que contrasta con el realismo crudo de la versión de 1977. Es curioso, que aquella siguiera una estructura a través de una serie de flashbacks, en los que el personaje de Eduardo de Guzmán, periodista y contemporáneo que hizo la crónica del caso, relata los hechos a un camarero, mientras que aquí Guzmán, interpretado por Pepe Viyuela, es un personaje clave en el desarrollo de la niña.
Nimri encarna con una sequedad corrosiva y elegante a Aurora, en un perfil idóneo para ella, mientras Alba Planas, concibe a una Hildegart luminosa, quizá demasiado idealizada y pura, aunque la tensión psicológica inherente surge de ese contraste, que es la base del conflicto de expectativas sobre lo predeterminado y el anhelo de libertad personal. Acompaña una fotografía sobria de Pedro J. Márquez, con un uso de la luz y las sombras que acompaña al choque ideológico inherente.
Potencial a medio cocer
Sin embargo, es el guion de Eduard Sola y Clara Roquet, el que acaba traicionando la complejidad de la propuesta, con una visión idílica de la República y el movimiento socialista que sirve en bandeja algunos momentos de bochorno, precisamente por el calado histórico de sus temas y cómo chocan con la visión de los mismos del público contemporáneo. Las luchas ideológicas, el choque entre los deseos individuales y los ideales colectivos, tienen un poso de ingenuidad que podría conectar con la visión de Hildegart, pero acaba trascendiendo a la canonización visual de forma unidireccional.
Sin embargo, es en el conflicto con su madre en donde ‘La Virgen Roja’ apela mejor a un discurso sobre el papel de la mujer en la historia y la situación dividida del feminismo actual, con una fuerza conservadora y anclada en lo inamovible y otra abierta y con una visión que se nutre de la razón y la imposibilidad de manejar la condición humana, o el idealismo llevado al extremo, entrando en zonas grises planteadas en obras como ‘La naranja mecánica’.
El elemento de true crime es el que menos atención absorbe, si la de Fernán Gómez parecía retratar con un nervio propio de ‘La huella del crimen’, Ortiz usa la coartada de la biografía como una herramienta para reflexionar en algunos temas peliagudos, pero tampoco acaba de aprovechar las aristas más rugosas e incómodas de estos, optando por una simplificación algo burda de lo correcto y lo incorrecto, llegando a parecer por momentos una traslación del estrato moral de un cuento de hadas como ‘Cenicienta’ o ‘Blancanieves’.
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