Hemos visto estupendas películas a lo largo de los diez días que se ha prolongado el Festival de Cannes 2019 pero resulta un tanto descorazonador que, ante un programa tan extenso (incluyendo las interesantes propuestas en Quincena de Realizadores y la Semana de la Crítica) la sección oficial a concurso de la 72ª edición incluya largometrajes que no aporten nada especial o memorable. Historias más o menos bien contadas aunque prescindibles, y lejos del nivel que uno espera de candidatas a la preciada Palma de Oro.
'El traidor' ('Il Traditore') de Marco Bellocchio
De no ser por el honor de competir en Cannes, este film no desentonaría en absoluto como entretenimiento de sobremesa en televisión. Es un biopic sobre Tommaso Buscetta, un mafioso que, tras ser arrestado en Brasil y extraditado a Italia, decide colaborar con la justicia para poner entre rejas a numerosos miembros de la “Cosa Nostra”. Buscetta rechaza ser un chivato o una rata (Bellocchio inserta imágenes de animales para subrayar a sus personajes de forma obvia), justificando su comportamiento en el declive de los valores de sus excompañeros, dominados por la codicia.
Interpretado por un convincente Pierfrancesco Favino, Buscetta se presenta como un hombre carismático y una figura trágica que pierde a gran parte de su familia por la habitual lucha de poder entre criminales codiciosos y sin límites. En otras palabras, Buscetta es el (anti)héroe de esta historia, un enfoque cuestionable que el realizador matiza con una anécdota sobre un "trabajo" que sirve para retratar el código de honor por el que se mueve el protagonista, y que considera ejemplar. La familia es sagrada, repiten varios mafiosos; Buscetta lo respeta mientras que la maldad de sus oponentes es plasmada cuando cruzan ese límite intolerable.
‘El traidor’ arranca con la secuencia de una fiesta que recuerda inevitablemente al inicio de ‘El padrino’, y claro, Bellocchio queda en evidencia ante una de las grandes obras maestras de la historia del cine. Hay mil maneras de empezar un drama de mafiosos, y quizá esa no es la más afortunada. Puede ser injusto comparar 'El traidor' con el film de Coppola si bien Bellocchio nunca aporta algo diferente o fresco al género criminal, y tampoco ofrece una puesta en escena absorbente que pueda disculpar su falta de originalidad.
A estas alturas, con la cantidad de películas de gangsters que hemos visto, y teniendo en cuenta la competición en Cannes, cabe esperar algo más que un biopic entretenido. Por ejemplo, encuentro particularmente lamentable que en un relato de estas características, con tanta violencia y muerte, no haya ninguna escena realmente impactante, y se tire de plano-contraplano para resolver tiroteos. Que dure unas dos horas y cuarto tampoco ayuda.
'Roubaix, une lumière' ('Oh Mercy!'), de Arnaud Desplechin
Lo mismo puede decirse de la enésima producción francesa en competición (Cannes echando una mano a sus compatriotas de manera descarada), un drama centrado en la figura de un jefe de policía (Roschdy Zem) que, según nos dicen, no necesita dormir y siempre sabe quién es culpable. Esta superficial construcción se extiende a los demás personajes y a la trama, que se ramifica en cuatro direcciones para hablar de una estafa, un asesinato, una violación y una misteriosa cuestión familiar que sirve para profundizar (ligeramente) en la historia del protagonista. Intenta abarcar más de lo que puede.
Tres de los casos se resuelven con relativa sencillez, quedando un tanto extraño lo rápido que pasan por la historia del asalto sexual, para centrarse en la muerte de una anciana y los variados sospechosos. No creo exagerar al decir que desde el inicio se huele quiénes han cometido el crimen, sobre todo por el casting, pero en todo caso, una vez que resulta evidente la intriga, la película no deja de dar vueltas sobre lo mismo, insistiendo una y otra vez en un interrogatorio que se vuelve absurdo y tedioso.
Por otro lado, me llama la atención el discurso de Desplechin sobre la labor policial: a favor de trampas y abusos verbales porque, como decía, el héroe siempre sabe quién miente y quién dice la verdad. Claro, el guion está enfocado a defender a los tipos buenos así que no hay problema. Sin tonos grises ni sorpresas en una película intrascendente y convencional que, al menos, tiene interpretaciones esforzadas y una dirección eficaz que puede ser suficiente para que el espectador pase dos horas de evasión sin mirar el reloj. De nuevo, poca cosa, pienso yo, para el supuesto elevado estándar de Cannes.