Mis días en la Croisette han llegado a su fin –sí, lo sé ha sido muy corto–, pero aún me quedan un par de películas en la recámara sobre las que hablaros. Si una de las grandes favoritas sigue siendo la japonesa 'Like father, like son' de Hirkazu Kore-eda, le sigue muy de cerca 'Inside Llewin Lewis', la nueva película de los Coen y que sitúa como favorito a su actor protagonista, el casi desconocido Oscar Isaac. Una lástima que no pudiera entrar en ninguno de los pases de la cinta, pero es que para poder entrar en una película que recibe una gran atención mediática, como es el caso de la cinta de los Coen, hay que hacer como mínimo una hora de cola. Mal asunto para los que tenemos que ir corriendo arriba y abajo con otros menesteres.
Pero no me puedo quejar, es una de mis carreras a lo largo y ancho de la Croisette he llegado a cruzarme –y aquí llega el momento cotilleo– con el guapísimo Louis Garrel dos veces en un día o me he topado con la directora libanesa Nadine Labaki y hasta con la mismísima Jane Fonda en los pasillos de un hotel. Nada mal para una primera experiencia en Cannes. Pero como esto no nos interesa demasiado, iremos al grano con lo que de verdad importa las películas.
'Grand Central' y el amor nuclear
En 2010, la realizador francesa Rebecca Zlotowski sorprendió a todos con su ópera prima, 'Belle épine' que se vio dentro de la Semana de la Crítica de Cannes. 3 años después, la directora vuelve a Cannes con su segunda película, aunque está vez dentro de la sección Una Cierta Mirada. Se trata de 'Grand Central', una inusual historia de amor destructivo ambientado en una central nuclear, entre un joven que entra como aprendiz en una central nuclear y la prometida del que será su protector.
Protagonizada por la siempre bella Léa Seydoux y Tahar Rahim –al que también vimos en 'Le Passé' de Asghar Farhadi– 'Grand Central' compara el peligro de estar expuesto a la energía nuclear con una apasionada historia de amor y cuyo nivel de riesgo, Zlotowski lo mide con el mismo sistema de alarma con el que se anuncian los desastres naturales. Una interesante herramienta que nos definirá el estado de la relación infiel de los protagonistas en un par de ocasiones. La introspección de ambos personajes, el paso de la ingenuidad a la madurez del personaje de Tahar Rahim y la sensibilidad y belleza que invade cada uno de los fotogramas de la película –con central nuclear de fondo incluida–, hacen de 'Grand Central', uno de los títulos más interesantes que he visto durante mi estancia en el festival.
Comer hasta reventar gracias a 'La Gran Comilona'
Tras el último intento fallido de entrar a ver la película de los Coen, decido darme un lujo e ir un pase de la sección Cannes Classics. Se proyecta una versión restaurada de 'La Gran Comilona' ('La Gran Bouffe' de Marco Ferreri, 1973) que presenta Thierry Frémaux, el delegado general de Festival de Cannes. En la sala, Michel Piccoli –mito del cine que ha trabajado con nombres como Godard, Buñuel, Berlanga y hasta el mismísimo Alfred Hitchcock–, que va a ver la película 30 años después de su estreno y yo, una de esas 'afortunadas' –como dijo Frémaux– que iban a ver la película por primera vez.
Con guión co-escrito entre el propio Ferreri y nada más y nada menos que Rafael Azcona, 'La Gran Camilona' puede que sea una de las películas más gamberras que he visto, y que todavía puede llegar a escandalizar al personal, y es que en su estreno en Cannes hace 30 años la cinta fue abucheada y destrozada por la crítica, aunque después logró un gran éxito entre el público.
En la cinta, vemos como cuatro amigos –Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Michel Piccoli y Philippe Noiret– se encierran en una villa señorial con un único objetivo: suicidarse a base de comer sin parar y sin perder, la oportunidad de practicar sexo obsceno durante sus útimos días de vida. Reyes del absurdo, los cuatro protagonistas –que mantienen el nombre real de los actores, una elección que nos acerca a los alocados personajes–, 'La Gran Comilona', además de divertida y alocada, es una sátira sobre la socieda del consumo y la hipocresía del exceso. Una gran experiencia, que puede resultar algo desagradable y soez en más de una ocasión, al ser llevada hasta el extremo.
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