'Tres caras': una soporífera excursión por la Irán rural que reivindica el arte como vía de escape

Si hay algo que muchos cinéfagos agradecemos, y agradeceremos eternamente al séptimo arte, es su capacidad para transportarnos a rincones del planeta que, de otro modo, jamás conoceríamos. Una sorprendente habilidad para evocar atmósferas y sensaciones a flor de piel, y de radiografiar las más diversas sociedades y a sus habitantes de forma fidedigna.

Puede que por su lejanía, o por lo diametralmente opuesto de su cultura y modo de vida en comparación al punto de vista occidental, la zona de oriente medio y, por ende, su cine, es una de las que más fascinación puede suscitar al espectador; y ahí están cineastas como el iraní Jafar Panahi para demostrar con cintas como 'Tres caras' cómo hacer respirar al público ambientes que jamás experimentará puede convertirse en la mayor virtud de un largometraje.

Lo nuevo de Panahi tras la celebrada 'Taxi Téhéran', pese a padecer severos problemas narrativos que la convierten en un viaje soporífero por la Irán rural más remota, logra cautivar durante sus pasajes centrales gracias a la habilidad del autor para capturar la esencia de la región que decide explorar partiendo de un detonante al que, más que MacGuffin, podría etiquetarse como "excusa".

Mientras recorre los polvorientos caminos en los que se ambienta la metalingüística 'Tres caras' en un vehículo conducido por él mismo, el realizador elabora un interesante y concienzudo discurso en el que, con un fuerte calado feminista, firma una loa al arte como la gran vía de escape mientras invita a huir de lo preestablecido y reivindica la necesidad de una opción en un pueblo tan arraigado al pasado.

Por desgracia, estos elementos, que sostienen la producción íntegramente sobre sus hombros ayudados por la notable interpretación de Behnaz Jafari, se antojan insuficientes para mantener el interés a lo largo de cien insufribles minutos en los que la reiteración inagotable de metáforas visuales tan acertadas como obvias se da la mano de una realización cuyo ritmo y fluidez brillan por su ausencia.

Más de una hora y media dilatada de forma artificial e innecesaria en la que las conversaciones, eternas y vacuas, se elevan como el principal leitmotiv de una película marcada por la sucesión de planos interminables, con un tiempo de lectura exagerado y hueco para el contenido que ofrecen y que redefinen el concepto de contemplativo hasta llegar a lo puramente somnífero.

Aunque 'Tres caras' encuentre en el corte su mayor balón de oxígeno y se eleve como un ejercicio no apto para todos los paladares, de saber bucear entre su engolada densidad, recompensará al espectador más paciente y concienciado con un estudio de una realidad tan dura como desconocida. Y eso, en ocasiones, es motivo más que suficiente para entregarse a productos tan poco accesibles como este.

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