'Tenet' está creando tal aura magnética a su alrededor que ya deja de ser sorprendente que el mundo del cine se obsesione un poco con Christopher Nolan en cada uno de sus nuevos estrenos. Sus nuevas películas un siempre son un evento, un acontecimiento para el cine que no deja de ser un tanto sospechoso. Alentado tanto por sus fans y detractores, como por la gran máquina publicitaria de su estudio, enfrentarse a sus nuevos trabajos tiene algo de peliagudo.
La pompa está siempre preparada, para hincharla más o reventarla, pero al final siempre hay una división que hace de su filmografía un lugar en el que el análisis puede ser interpretado como una proyección de amores y odios. En ‘Tenet’ ambos vuelven a estar justificados cuando su visión del cine de espías resulta tan cautivadora como frustrante, un viaje en el que el asombro se pega con la pregunta constante de si realmente te está gustando lo que tienes delante de la pantalla o realmente estás haciendo un esfuerzo por creer que es así.
‘Tenet’, como seguramente hayas leído, lidia con muchos conceptos de ciencia ficción que van de objetos con tiempo invertido a otras tecnologías relacionadas con la modificación de la realidad, explicadas de forma que el espectador se atasca al intentar comprenderlo todo de una vez. Juega con conceptos tan abstractos que los propios personajes de la película no pueden comprender completamente lo que está sucediendo, porque la logística de la historia tiene ramificaciones de ciencia ficción dura, cuanto menos, intrincadas.
El arte de arrear al espectador
Si su mecánica de la inversión del tiempo exige familiarizarse con conceptos como entropía, la segunda ley de la termodinámica y otros detalles de ciencia que ayudan a no perderse en lo que pasa la trama, en algún momento hay una nueva complicación, un nuevo desafío que va dejando atrás lo anterior y plantea una nueva regla con la que jugar. Puede que haya un visionado de ‘Tenet’ en el que tener todo ordenado en la cabeza no parezca una pérdida de tiempo, pero da la impresión de que ese rebujito de reglas solo sirve para que la gente de saltos al revés en las peleas.
Porque, más allá de lo difícil de la ciencia o no del film, todo lo demás es explicado con explosiones. Las escenas de acción son explosivas y los diálogos también son disparados en ráfagas, con un montaje de elipsis radicales y una constante voluntad de ser ininteligible que va más allá de que lo que cuenta lo sea. Es una narración atrofiada, innecesariamente confusa, con el mismo síndrome que ‘Dunkerque’ (Dunkirk, 2017), en la que Nolan decidía contar una historia sencilla desde varias perspectivas haciendo un sindiós de montaje que no aportaba nada a un relato sencillo.
Como aquella, el zarandeo en la butaca se completa con un diseño de sonido atronador, que repiquetea en la cabeza del espectador y le condiciona para recibir las imágenes de caos: helicópteros en picado, aviones que se estrellan, botes y otras maquinarias que rodean a los personajes en una cacofonía de emplazamientos, ruidos y sonidos de alarma que no se perciben si son diegéticos o pertenecen a la estridente banda sonora de Ludwig Göransson, cuya mezcla de sonido hace que incluso parte del diálogo sea difícil de entender a nivel no comprensivo, sino auditivo.
No intentes comprenderla, trata de no aburrirte
Por eso, la máxima del film, cuando un personaje le dice al protagonista “no intentes comprenderlo, siéntelo” es discutible. Como en ‘El truco final’ (The prestige, 2006), al final de la película un personaje explicaba solemnemente que los trucos de magia no importan en su resolución, sino que lo verdaderamente importante era el viaje. En efecto, el gran truco de aquella se veía venir de lejos, pero el hecho de que el resto de elementos verdaderamente hicieran el viaje merecer la pena no debería estar en la boca de uno de los personajes del film.
El “siéntelo” de ‘Tenet’ sería una de las primeras frases del film que valdrían para poner en un póster o el tráiler pero, dentro de la película, resulta demasiado evidente el aviso externo, una señal de tráfico que pone en mayúsculas “autopercepción” y que sirve para advertir al espectador de que lo que viene es un viaje plagado de curvas "demasiado elevado" para su mente. Algo que no deja de ser un poco irritante cuando todo lo que se nos explica está basado en psudociencia que el cineasta revierte de una importancia realista que no existe.
Efectivamente, lo mejor que puede hacerse es tratar de disfrutar de cómo se unen lo puntos de la historia aquí y allá, y cómo algunas secuencias encajan con lo que se ha plantado y planteado antes, pero al mismo tiempo, ese “siéntelo” es imposible porque mirar ‘Tenet’ es tan divertido como ver a alguien resolver un puzzle, no como hacerlo tú mismo, como ver una partida de un videojuego extraterrestre sin tener en ningún momento el mando, por lo que, por mucho que el guion nos invite a relajarnos y disfrutar, el menú no es tan exquisito como lo vende el chef.
Una narración aparatosa y fría
Y es que la composición del film es atroz, con un bloque de exposición mortal que explica las reglas de juego tras otro antes de llegar a lo interesante. Y aún cuando está en sus momentos más fluidos, siempre tendrá otro nuevo bloque de información en bruto de cuando en cuando. La cumbre de esta trombosis narrativa es el encadenado de dos escenas de restaurante seguidas en las que el protagonista ni siquiera come nada, multiplicando la sensación de "escena tranquila para contar cosas". Está bien según las reglas del thriller de espionaje, pero cuando se repiten los momentos de falsa contención, el ritmo lleva a la monotonía.
Y sí, las escenas de acción están muy bien, cuando hay grandes elementos como coches y grupos de gente en movimiento es un espectáculo asombroso digno de contemplar, pero en las peleas cuerpo a cuerpo, el film sigue mostrando las mismas carencias que el Nolan de la trilogía de Batman, que convertía los golpes en planos cerrados con la misma falta de esa energía cinética que llena sus diálogos científicos, que ha asesorado un Premio Nobel de Física.
Hay maletines, objetos y planes que acabarán con el mundo, y conceptos como sobre la Tercera Guerra Mundial o el "algoritmo" tipo Teseracto que no contienen información de qué mueve a cada uno de ellos. Dan la impresión de Macguffin y no hay ningún problema con ello, pero a veces las motivaciones de personajes y corporaciones son como una capa de pintura puesta encima de una caja sin engranaje interno muy claro. Además, plantea preguntas sobre el libre albedrío y vivir la vida hacia adelante y hacia atrás, aunque se esfuerza por responderlas, Nolan está más interesado en postular a sus personajes como piezas de ajedrez.
La mística de las frases hechas
Sus piezas repiten palabras y motivos como un mantra: “entropía”, “es mejor vivir en la ignorancia” y otras expresiones solemnes que hacen entrar al film en un complejo de anuncio de coche caro de dos horas y media. No porque cada escena esté construida a partir de señores con trajes de diseño conduciendo BMWs deportivos, yates o aviones de carga, sino porque cada explicación, cada motivación, tiene al final algún tipo de coda épica que resuena al típico eslogan de publicidad de producto para hombres muy seguros de sí mismos, que al final dicen “por eso elijo Hyundai”. La diferencia es que en ‘Tenet’ dicen cosa como "Soy el protagonista" o “vivimos en un mundo crepuscular".
Y es que, lejos de que esos momentos de microépica tardoadolescente que parecen heredados del discurso final de ‘El caballero oscuro’ (The Dark Knight, 2008), lo que diferencia a ‘Tenet’ de otros films de Nolan es lo mal escrita que está. Lleno de líneas de diálogos portentosas y pretenciosas, la peor parte de la lleva el villano de Kenneth Branagh, obsesionado por demostrar que es un malvado tan sádico como leído, con tanta solemnidad postiza que llega a tocar lo involuntariamente hilarante en una escena en la que grita a su mujer “soy Dios”.
La pomposidad del texto contrasta con la autoconfianza en su propia genialidad, que a veces choca con la grandilocuencia y algunas frases de obra teatral de instituto que sirven como resumen de pequeñas obsesiones del autor, y aparecen a veces en las ideas menos apropiadas. Como el momento cuando, para hacer estrellar un avión sobre un edificio, se contrata específicamente para esa tarea a un personaje aparentemente musulmán. En serio, ¿Nolan?. Hay puntitos y detalles que dejan ver la patita reaccionaria que se dejaba ver en su trilogía de cómic.
El cine del futuro se parece al de 2004
‘Tenet’ está llena de fetichismo Bond y plagada de estampas como John David Washington conduciendo una lancha con la mujer del malo con los brazos extendidos. Una inclinación constante por la estética del thriller con testosterona elegante, con querencia por ser Michael Mann 3.0, pero coincidiendo más con un anuncio de perfume para hombre, como si pretendiera ser publicidad de la marca Hugo Boss y acabara oliendo un poco a Brummel. Hay algo anticuado en el corazón del film que no molesta, pero rema en contra de su supuesta revolución del cine.
Porque su ciencia ficción es absorbente e interesante, también relativamente original, pero sus postulados de causa y efecto no difieren mucho de algunos thrillers de acción con el mismo sabor de película comercial de los 2000 a la que se le han introducido conceptos hipertecnológicos o de viajes en el tiempo, realidades paralelas o visiones del futuro. Aunque más que acompañar a ‘Minority Report’ (2002), ‘Tenet’ juega en la liga de actioners como el protagonizado por el padre del protagonista, ‘Deja Vu’ (2006), e incluso ‘Next’ (2007) de Lee Tamahori, con Nicolas Cage.
Pese a que se trate de distanciar de esos films con una complicada base de ciencia ficción, a efectos prácticos, el mayor hallazgo de ideas del guion, las señales desde el pasado al futuro y viceversa, se resuelven en una sola explicación de ‘Las alucinantes aventuras de Bill y Ted’ (Bill and Ted Excelent Adventure, 1989), en la que los no muy listos protagonistas dan con la clave para resolver todos los problemas que le presenta su odisea temporal con una pizca de imaginación ingenua y una claridad expositiva aplastante, que demuestra que lo demás en el guion de Nolan es puro retruécano ornamental.
Un blockbuster genérico disfrazado de gran ciencia ficción
‘Tenet’ es innecesariamente enrevesada y hace que apenas haya tensión o sensación de verdadera urgencia, genera curiosidad, apenas emoción. Y es una pena porque el reparto aquí es excepcional. John David Washington, en particular, destila carisma y una silenciosa retranca en su forzada seriedad. La genial Elizabeth Debicki vale más que la exhibición de su físico elegante, e incluso consigue elevar su tópico personaje de mujer subyugada, pese a que sus líneas están abocadas a repetir que tiene un hijo durante el grueso de sus apariciones.
‘Tenet’, en el fondo, no es más que un blockbuster genérico con set pieces obligadas de atracos, persecuciones en coches, desactivación de bombas y enfrentamiento con malos de folletín. Solo que Nolan retuerce un poco la trama y se inventa un gimmick genial para plantear divertidas escenas de acción invertida, para crear la ilusión de estar viendo un film más inteligente y adulto que el taquillazo convencional, pese a que realmente tiene el mismo corazón, la misma banda sonora intercambiable y nada que se salga de los márgenes o que tenga una capacidad de sorpresa, más allá de los resampleos de las escenas de acción.
‘Tenet’ es la perfecta película para un sinfín de explicaciones y teorías de Youtube sobre cómo es un palíndromo, quienes son los protagonistas y qué pista lleva a esta otra conclusión. Detrás del ruido hay un rompecabezas fascinante sobre el que pensar, pero sus momentos de conexión están demasiado separados entre sí y el dibujo encajado, ya completo, no tiene una forma tan redonda como para que merezca la pena invertir esfuerzo en resolverlo.
'Tenet': El final explicado
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