Con el éxito de ‘Gozdilla y Kong: el nuevo imperio’ todavía coleando, no es difícil reparar en que en este año, en solo un par de meses, se han estrenado dos películas diferentes en las que hay un rey mono tirano que esclaviza a otros primates, la mala noticia es que solo una es buena y no es ‘El Reino del Planeta de los Simios’, una burda banalización de la trilogía de origen que demuestra que Hollywood no es capaz de aprender ni de sus aciertos.
La comparación es inevitable pero, salvo una impecable exhibición de efectos especiales, no hay nada de lo que hacía de las películas con César especiales, lo presentado es digno, aparente, pero con un espíritu de puro “macarrones con tomate de los simios" para ver en el tren, amén de una dirección plana y personajes olvidables. Es necesario profundizar en las razones por las que resulta insuficiente como secuela de las obras de Matt Reeves y Rupert Wyatt, a pesar de tener una presentación competente y muy buenos renders para su animación.
La idea, como secuela, resulta más que correcta, planteando una generación muy posterior tras la muerte de César, aunque pronto empieza a quedar claro que la estructura de guion pasa de ‘Apocalypto’ a un tipo de cine espectáculo con los mimbres colocados al estilo de clásicos como ‘Escape de Absolom’ o ‘Waterworld’ y otras aventuras con tiranos con sabor muy noventero. A priori no hay problema con ello, pero el guion se ajusta tanto a su plantilla que acaba siendo una sucesión de momentos esperados, sin brillo.
Una concatenación de secuencias conseguidas gracias a su proeza técnica pero absolutamente huecas de emoción verdadera, porque nunca ocurre nada que no puedas adelantar. ‘El reino del planeta de los simios’ no se corta en introducir una clásica dinámica de blockbuster actual, la tópica alternacia de momentos de valle y escenas de acción, algo que sabían evitar hábilmente las anteriores, por ejemplo en ‘El amanecer’, a la que no le faltaba acción, pero con una concepción diferente, más dramática e incluso adoptando ultrarealismo de cine bélico.
Invocando a César sin que aparezca
En cambio, aquí asistimos a típicas escenas "de plataforma", persecuciones y peleas cuerpo a cuerpo programadas como "el gran momento" de la película que serían impensables en la concepción de la saga de Reeves, una forma comodona y opuesta al cuidado de hacer algo distinto de hace diez años, incapaz de asimilar qué hizo realmente interesantes a esas tres películas, con más pirotecnia que todo lo que presentaba ‘La guerra’, que tomaba conscientemente una ruta más intimista para cerrar su tríptico, que decepcionaba a todos los que esperaban incontables tiroteos de monos con metralleta.
La impresión es que se está afrontando ‘El Reino’ como una nueva secuela de ‘Avatar’, en la que el argumento maniqueo se da por hecho y se da prioridad al espectáculo, y solo se pone sobre la mesa la capacidad de la industria para el fotorrealismo y lo que es capaz de presentar en pantalla. Y es difícil de sortear la presencia de Wes Ball en la dirección, impecable en su resolución, llano en su desarrollo y tan insustancial como en sus películas del ‘El corredor del laberinto’, que eran perfectos sucedáneos de blockbuster juvenil que se esforzaban en reproducir momentos de otras películas en vez de crear.
El diablo está en los detalles, incluso en nimiedades tan poco sofisticadas como la banda sonora pastelosa y redundante hasta lo zafio de John Paesano que palidece en comparación a la partituras de Michael Giacchino. El espíritu Young adult se infiltra también en la decisión de casting de la humana, que parece salida de una serie de CW, con maquillaje siempre a punto bajo torrentes de agua, aunque su personaje y lo que se descubre sea lo más interesante de largo del conjunto, aunque llegue un poco tarde.
Un guion sin alma
Porque nada está fuera de sitio, todo fluye de manera más o menos orgánica, y si tenemos en cuenta que es una cuarta entrega, es una película decente y funcional, que no llega a las cotas de aburrimiento del planeta de Tim Burton, pero sí que sufre en su segunda mitad, cuando su ritmo se enfanga de forma seria con una trama añadida que echa a andar tras interminables escenas de mesa y conversación que buscan ser más trascendentes y graves de lo que es capaz de hacer el guion.
Un libreto incapaz de conseguir que los personajes enganchen, ni ese cameo extendido de William H. Macy, más empeñado en dejar una sensación de prestigio que en resultar más allá de la mera anécdota. Un villano maniqueo, un héroe sin carisma, compañeros olvidables, y un tramo final predecible y confuso que deja un enfrentamiento aún más predecible, con la fijación por la cetrería mostrada y poco usada durante sus larguísimas dos horas y media.
Sin embargo, en sus minutos finales, 'El reino del planeta de los simios' guarda una sorpresa que la convierte en una introducción válida para una nueva trilogía, pero es difícil entusiasmarse si el responsable de la misma sigue siendo Wes Ball. Para los que echaron falta explosiones y peleas en la anterior trilogía, es posible que esta nueva les dé esas “set pieces” de acción que echaron en falta, pero es descorazonador encontrar que incluso una saga que había puesto los mimbres para un tipo de blockbuster inteligente, que no dependía de “set pieces”, acabe en la típica ensalada de saltos hacia la pantalla, tomas de vértigo y puesta en escena intercambiable por otras franquicias de fantástico actual.
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