No es que sean indicadores de buen gusto, pero tanto festivales de cine como premios de la industria se vuelven pasos necesarios para la difusión de determinadas películas que, habitualmente, no recibirían la atención. Con cada vez menos espacio para las de pequeño tamaño, con muchas grandes monopolizando las carteleras y un creciente desinterés en producir algo con historias medianamente humanas, destacar en uno de esos ámbitos permite estar presente en la conversación y, con suerte, en el culto al margen del canon.
Los que escribimos y compartimos sobre cine sólo podemos llegar hasta cierto punto, aunque intentemos pensar que podemos servir de filtro entre todo el ruido. Aun así, no es comparable con la difusión que se puede adquirir cuando se está en la pomada, aunque esta sea realmente exclusiva y ocasionalmente caprichosa. Los criterios pueden ser implacables, y joyas como ‘La luz que imaginamos’ pueden quedar desprovistas de la oportunidad.
La luz que nos rodea, el ruido que nos aplasta
La película india de Payal Kapadia tuvo una destacada mención en el pasado Festival de Cannes, ganando el Gran Premio del Jurado, y hasta los Globos de oro han intentado resaltarla con dos nominaciones. Un intento de compensar la nefasta decisión de su país de no escogerla para los Oscars, lastrando severamente su difusión tal y como comprobamos en su limitado estreno en los cines de nuestro país. Aun así, es el primer gran estreno de este año y merece ser descubierto.
Kapadia nos lleva a la masificada e intensa ciudad de Mumbai, donde dos mujeres enfermeras intentan llevar a cabo su vida diaria a pesar del constante ruido y la sensación de inestabilidad y precariedad. Algo que resulta paradójico dado que gozan de un trabajo estable y bien considerado, pero ambas acaban trastocadas por algo. La más mayor por la distancia con un marido con el que se casó de manera concertada y que al poco tiempo se mudó a Alemania, quedando relativamente desaparecido hasta que le envía un inesperado regalo.
La más joven intenta sacar adelante una relación secreta sin que lo sepan sus padres, que no aprobarían la relación con un joven musulmán, y también evitando los ojos acusadores de una sociedad conservadora. Ambas quedan en una encrucijada vital entre sus voluntades y las expectativas morales de una ciudad poblada pero donde todo se termina sabiendo. Un contraste tan marcado como la inmensidad de los espacios que vemos y lo apretados que son sus conflictos.
Kapadia emplea con mucha sobriedad e inteligencia estos recursos visuales, muy a menudo deslumbrantes por ese uso del espacio y los colores, pero su dirección también presenta increíbles hallazgos en su narración. La cineasta hace aquí su primer largometraje de ficción, pero antes había realizado varios documentales, y la manera en la que aborda la historia a menudo oscila entre ambos formatos, o incluso el videoensayo, haciéndolo con una naturalidad realmente impresionante.
‘La luz que imaginamos’: cine extraordinario
Son impresionantes detalles para una cineasta tan joven, pero muestra una enorme confianza en todas sus armas para realzar todo lo posible la historia que trata de contar. Una emocionalmente recogida, pero absolutamente poderosa, que traza la soledad de estas mujeres en medio del enorme bullicio de la ciudad. Es bastante astuta en lo político, plasmando la realidad de las mujeres y el sistema racista que permanece en la India, y es capaz de explorarlo sin despegarse nunca del estado emocional de sus protagonistas, tanto de la desazón como de lo vibrante y lo sensual.
Los recursos narrativos consiguen además mantener un estado emocional muy concreto y cargado de texturas que nos aproxima a las experiencias de sus protagonistas, aunque no las hayamos vivido y es posible que nunca conozcamos. Pero lo extraordinario del cine es poder estar cerca de esas historias, además de asombrarse con los momentos únicos o las emociones que la dirección puede proporcionarnos.
‘La luz que imaginamos’ cumple de maravilla con todos esos aspectos que hacen único este arte. Es fácil quedarse embobado con la fotografía Ranabir Das, o deleitarse con las notas de la banda sonora de Topshe y Dhritiman Das, pero todo bien ensamblado es lo que convierte esta obra aparentemente pequeña en un tesoro extraordinario. Uno que sin duda estará entre mis favoritos de este año que acaba de comenzar, porque cada segundo de metraje sigue todavía hechizándome y haciéndome pensar en todo lo que me gusta de ver cine.
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