Puede que ‘‘Spiderman: cruzando el multiverso’ sea menos compacta y magra que la primera, pero multiplica de tal forma la escala, complejidad y ambición de su lienzo que lo que ofrece es todo un terremoto a las posibilidades narrativas del medio, no solo animado, sino cinematográfico. Creo que nunca he visto algo parecido en el cine y esto es algo positivo, pero al mismo tiempo lo que ofrece lleva al límite las consecuencias del déficit de atención colectivo.
Hay dos formas de ver la película. Como pieza autónoma, en conjunto, tiene algunas subidas y bajadas. Como propuesta cinematográfica consigue cosas que creo que nunca se han hecho a este nivel de narración secuencial en la historia del cine. Es un gran salto y supone una ruptura en armonía con las demandas de un público al que ya no le sirve una historia lineal sencilla y sin suficientes golpes de timón. El cine de espectáculo se empieza a asemejar a una montaña rusa y la adrenalina y la dopamina exige nuevos límites de tolerancia.
Lo insólito de ‘Spiderverso’ no es el gimmick del crossover, sino cómo cada estilo de dibujo asociado a cada Spider-man que se presenta se incorpora al lenguaje visual de la película, con lo que toda una explosión de técnicas acaba desarrollando una gramática esquizofrénica pero coherente y que borra la línea entre cómic y cine. Es algo tan cuidado y planificado que parece difícil que un equipo humano haya podido organizar todo con esa precisión. Cambios de estilo durante milésimas de segundo, información de fondo, movimientos hacia la cámara que atraviesan la pantalla y salen desde otra perspectiva… es inagotable.
Además, la idea del cameo como recurso sin gracia, pasa aquí de la nostalgia reconocible por distintas generaciones a la erudición del legado de un mismo personaje, funcionando quizá a nivel demasiado meta como para no envejecer prematuramente, pero siempre lleno de energía de tebeo, confirmando algo que el éxito del MCU ha demostrado los últimos 15 años: el cine de superhéroes es la excusa perfecta para ampliar los límites de expresión de la técnica, de poner los efectos al servicio de la historia y no al revés, porque son necesarios para cualquier movimiento de los personajes.
La excusa de los multiversos
‘Spiderverso’ lo hace con una creatividad asombrosa, siempre inspirada y fresca. Hay timing cómico, hay sentido de la maravilla, energía, acción y también un gusto estético no necesariamente relacionado con la animación reciente. Fondos pintados a acuarela, trazos de boceto presentes en el movimiento, marca de grafito, tinta, y representación casi experimental que convierten sus dos horas es casi una tesis artística de las posibilidades de la animación que animan a abandonar por fin el 3D de herencia Pixar. Hay avance y ganas de partir peras con la tiranía de las texturas fotorrealistas.
Sin embargo, esa variedad de técnicas también confirma que la última frontera del género son los multiversos. El estado del cine de superhéroes ahora mismo es la fase "Monster Mash", o llamado de otra forma, el "síndrome Ready Player One", el crossover, lo inesperado, la caída de barreras que funcionan a base de acumulación. El tutti frutti. Por ello, la diversidad de hombres araña de ‘Spiderverso’ amplía y a la vez limita el lienzo de las posibilidades de la película a cameos y apariciones sorpresa.
Eso es algo que vimos en la película de Spielberg, pero también es la base del éxito de Marvel, conseguir hacer películas en paralelo para poder ofrecer un gran clímax donde asaltar al espectador con elementos reconocibles. ¿Nadie se extraña que tras su mejor ciclo creativo, la compañía haya recurrido a la trama del multiverso?. Hemos tenido la película de ‘Doctor Strange 2’, ‘Spider-Man: No Way Home’ y está a punto de llegar ‘The Flash’ para completar el ciclo. Ya no es la película de ‘The Flash’, sino la de Supergirl, el Batman viejo y el actual.
Un torrente de creatividad a nivel estroboscópico
Esto ocurre incluso fuera del cine de superhéroes, ahí tenemos el éxito de ‘Todo a la vez en todas partes’. Pero aunque esta ‘Spiderverso’ peque de recursos "para señalar con el dedo a la pantalla", la diversidad de personajes cumple una función, y además de ser una rendición a todo lo que hace especial al personaje (da igual qué traje lleve en distintos universos) no es un truco sino una verdadera paradoja sci-fi que confirma el cuidado al detalle de una película más que notable. Sin embargo, el dilema que se plantea se deja notar incluso en el propio desarrollo de la película.
Las escenas de acción y diversión son tan intensas y plagadas de información que en sus valles dramáticos se crea un síndrome de abstinencia. Es cierto que de por sí están algo alargados de más para lo que cuentan, pero no deberían suponer un lastre. La propia película nos acostumbra a una dinámica que se vuelve en su contra en los momentos en los que quiere contar algo. Su panaché de luces, colores, insertos de flashbacks, rótulos que aparecen y desaparecen, cambios de perspectiva y planos mutantes van al son de una jukebox plagada de temas que saltan de unos a otros rozando la cacofonía. Sales agotado del cine.
Sin embargo, los directores Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin Thompson juegan al límite del empacho y mantienen bajo control a la bestia durante dos horas y veinte que no se hacen aparatosas en ningún momento, pese a que los epilépticos deberían tener cuidado antes de verla. Es un perfeccionamiento de las técnicas de montaje que Michael Bay introdujo en su saga ‘Transformers’, en la que pasaban muchas cosas en tan poco tiempo que era imposible recordar nada. En ‘Spiderverso’ se puede discernir todo en todo momento, pero a pesar de todo, no puede evitarse la sensación de saturación.
Cine frenético para tiempos frenéticos
Este aluvión de información, de cambios, de saltos y colores no es un evento aislado, sino que responde al mismo cuello de botella en el que se encuentran los cameos y crossovers. La sociedad camina mano a mano con la sobredosis. De dispositivos, de plataformas, películas, memes, bandas, videojuegos, cantantes, series, aplicaciones, contraseñas, canales, medios de comunicación, streamers, y sobre todo, redes sociales que ofrecen esa información en microdosis de vídeo que saltan de unas a otras compitiendo por nuestro interés midiéndolo en base a cuantas décimas de segundo has tardado en arrastrar el dedo para ver el siguiente.
Y no, que puedas procesar todo esto no es una cuestión generacional, no tienen nada que ver con ser joven o viejo, sino del momento en el que te has acostumbrado a esas dosis. La ciencia ha demostrado que la cascada de posts y vídeos de redes sociales provoca cambios en los neurotransmisores como la oxitocina, la adrenalina, la dopamina o la serotonina y esto nos está transformando activamente el cerebro, pero ese proceso tiene lugar tanto en adolescentes que no pueden despegarse de su tableta, como en las madres que después de reñirles saltan de Instagram a wasap mientras miran una película.
El lenguaje de ‘Spiderman. Cruzando el multiverso’ es un colofón de esa predisposición a lo vertiginoso que marca el metrónomo del ruido y no es culpa suya si tu cerebro está preparado o no para esa tormenta de sucesos conectados en microsegundos. No es un antídoto, sino una cantidad adecuada para compensar el déficit de atención que hace que mucha gente encuentre aburridas películas con un rimo preciso que no necesitan volcar frases y gags en cada minuto. Es una oda a la hiperactividad, y un síntoma de la dificultad de las cadencias del cine clásico para volver a subirse a la liana. El problema es que si el futuro del cine tiene esa velocidad, no habrá forma de acelerar el motor y más que espectadores, seremos politoxicómanos de la imagen y el sonido.
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