Vivimos en la época del ensayo cinematográfico en YouTube. Desde las reflexiones de RedLetterMedia hasta las bromas pasadas de moda de Doug Walker, los cinéfilos de medio mundo han entendido que solo hace falta un programa de edición y un micrófono para dar rienda suelta a sus ideas y enseñar al público sus divagaciones sobre el mundo audiovisual. Desde reportajes de investigación sobre las cuatro notas de Disney Channel hasta divagaciones de más de una hora sobre 'La amenaza fantasma', parece que el público amateur ha dejado a los documentales sobre cine sin nada que decir. ¿O no?
Absoluta psicosis
Hay dos cosas que tenéis que saber sobre Mark Cousins. La primera es que es una de las personas que más sabe de cine del mundo, y su visión general sobre el mundillo, plasmada en la fabulosa serie de 15 episodios 'La historia del cine: una odisea' ha servido como punto de partida y de redescubrimiento por parte de toda una generación de neófitos y expertos. La segunda, que su empeño por ser el propio narrador de sus películas aporta a las mismas un aire de melancolía, lentitud y mucha, mucha frustración.
Si habéis visto alguno de sus documentales, como 'La marcha sobre Roma', sabéis a lo que me refiero. Cousins otorga un tono lánguido y poco emocionante a un guion repleto de sabiduría, como un profesor de historia del cine apasionado por su materia pero incapaz de insuflar esa pasión en sus alumnos. El director es perfectamente consciente de que a lo largo de sus películas convierte al espectador en un mero pupilo pero también que no es el mejor docente.
Quizá por eso, en 'Mi nombre es Alfred Hitchcock', una obra de dos horas donde desgrana algunas de las obsesiones más secretas del mítico director (va mucho más allá de "las rubias" o "los atracos perfectos", vaya), deja que sea él mismo el que tome la palabra. Y es peor el remedio que la enfermedad: Alistair McGowan imita al mago del suspense de una manera caricaturizada (algo que Cousins ya hacía en 'Los ojos de Orson Welles'), cayendo más de lo que debe en la marmita del ridículo y distrayendo de lo que verdaderamente hace interesante al documental.
Les engañaré
El punto de partida empieza siendo interesante (una entrevista con Hitchcock donde hablará de sus obsesiones), e incluso añade un elemento de misterio al afirmar que durante la película nos engañará una vez. Pero de tanto en cuando el interés va dejando paso a la voz engolada, una risa catastróficamente imitada y algunos addendums que tratan de dar realismo, quizá humor, a un ensayo que ya sabemos que es obviamente ficcionado.
Dicho de otra manera: habría disfrutado más 'Mi nombre es Alfred Hitchcock' como libro que como película. Por más que agradezca que vaya más allá de la clase de cine estándar y se adentre incluso en la más desconocida etapa muda del director, no termina de dar con la clave para pasar del monólogo educativo universitario. Lo intenta, pero el truco de magia no le sale bien. Y es una pena, porque donde hay reflexiones interesantes no debería ser necesario el birbibirloque.
Cuentan que Roger Ebert hacía algo apasionante durante los veranos: con un grupo de estudiantes desgranaba una obra maestra plano a plano, día tras día, para descubrirla de verdad y sacarle todo el jugo, comprendiéndola así en absoluta profundidad, casi hermanándose con ella. 'Mi nombre es Alfred Hitchcock', por momentos, consigue algo parecido, y es cuando realmente entramos de golpe en el apasionante sobreanálisis. Las puertas abiertas, las ansias de escapar, la soledad, el paso del tiempo, el deseo. Con una precisión de cirujano un poquillo descuidado, Cousins va cortando y navegando entre las obras del director para tratar de llegar a su corazón. A veces lo consigue. Otras se queda anclado en la mera conjetura y el ensayo de YouTube.
Marcha fúnebre para una marioneta
No es este el primer documental sobre Alfred Hitchcock que hemos podido ver últimamente, y hay que reconocer que es mucho más estimulante que '78/52: la escena que cambió el cine', por ejemplo. Su falta de testimonios y voces más allá de la del propio director es una manera de no dejar que te distraigas y mantener toda tu atención en la lección. Luego ya tendrás tiempo de ir a la cafetería, pero durante esas dos horas tienes que atender al profesor sin ningún tipo de estímulo externo.
Pero en ocasiones, la aparente simplicidad en cuanto a montaje del documental se vuelve en su contra: cuando no habla de ninguna cinta o ningún momento en particular, Cousins repite una y otra vez las mismas tres imágenes estáticas de Hitchcock con un ligero zoom hacia su cara. Al principio es un recurso que engancha, pero acaba haciéndose pesado, casi como un podcast al que le han añadido imágenes. Como la lección en sí misma, es interesante en su planteamiento pero, honestamente, excesiva.
'Mi nombre es Alfred Hitchcock' es disfrutable por estudiantes de cine, cinéfilos con ganas de aprender y todo el que disfrutara de 'The story of film', pero tristemente no es capaz de ir un poquito más allá en sus intenciones, condenando al público a una disertación realizada por alguien que sabe mucho y tiene muy buenas ideas, pero no sabe cómo transmitirlas para enganchar. Lo contrario, exactamente, que los ensayos de YouTube. Ojalá algún día puedan encontrarse en el camino.
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