La evolución de la industria cinematográfica a lo largo de la última década ha estado marcada, principalmente, por dos grandes elementos. El primero de ellos es la irrupción y crecimiento de unas plataformas de streaming que han cambiado por completo los hábitos de consumo a favor del sofá y la manta, mientras que el segundo es el boom del blockbuster franquiciado, encabezado por el macroproyecto de Marvel Studios y su Universo Cinematográfico.
Este par de claves han hecho que los devenires de la taquilla actual sean extremadamente sencillos de predecir y, como última muestra, tenemos los nada sorprendentes —y aún así estratosféricos— datos de 'Doctor Strange en el multiverso de la locura'. La última película del MCU, en su fin de semana de estreno, amasó 5,65 millones de euros, llevándose más del 77% del pastel repartido entre los 20 títulos más vistos, que sumaron un total de 7,3 millones.
Este fenómeno, en el que una única superproducción basada en una IP —o, con suerte, dos si se solapan sus lanzamientos— eclipsa al resto de sus competidoras en cartel, incluyendo novedades de menor calibre mediático, puede antojarse catastrófico y descorazonador, pero dista mucho de ser una cuestión de absolutos y abre la puerta a una reflexión marcada por los claroscuros en la que no hay héroes ni villanos.
Las dos caras de la verdad
Cifras como las mencionadas anteriormente, y que se hacen más difíciles de digerir cuando nos fijamos en que 'Red Rocket' es el único estreno que se coló en el Top 20 junto a 'Doctor Strange 2' con unos desoladores 19.000 euros, refuerzan la teoría popular que asegura que, a corto plazo, las salas de cine se convertirán en espacios dedicados íntegramente a proyectar las que se conocen como "películas evento".
Sin ir más lejos, la cinta dirigida por Sam Raimi ocupó durante su jueves de estreno en la ciudad de Nueva York la friolera de 70 proyecciones en cines como el AMC de Times Square, espaciadas entre sí tiempos que oscilaron entre los cinco y los treinta minutos. Algo que se repitió en otras instalaciones de la cadena y que nos lleva directamente a uno de los principales temores de quienes perciben esto como una amenaza.
Este no es otro que la progresiva desaparición en la exhibición tradicional de obras independientes o dirigidas a targets más específicos y menos masivos e, incluso, de productos de grandes estudios con perfiles más arriesgados. Sin ir más lejos batacazos no tan severos como el de 'El hombre del norte', que ha recaudado unos discretos 2,4 millones de dólares en España y 52 en todo el mundo sobre un presupuesto estimado en 90 a pesar de contar con el respaldo de un estudio como Universal y un reparto mediático, invitan, cuanto menos, a arquear una ceja con desconfianza.
No obstante, como alguien que cada vez disfruta más ese mal llamado "otro cine" ajeno a la gran maquinaria y proclive a cosechar más elogios en festivales que en el circuito comercial —y quien me conozca sabrá que, igualmente, no hago ascos a un buen blockbuster—, creo que puedo asegurar que, en cierto modo, podemos estar tranquilos.
Al loro, que no estamos tan mal
Sí; piezas como 'Doctor Strange en el multiverso de la locura' minimizan el impacto de producciones de menor calado —y que, igualmente, su público potencial no ignorará— y pueden llegar a transmitir la sensación de que están haciendo un flaco favor al séptimo arte. Ver títulos de prestigio, alabados por crítica y respetable festivalero, sepultados bajo narrativas precocinadas y mercadotecnias hollywoodienses lleva décadas agriando el carácter de los más puristas pero, como con casi todo en esta vida, existe un lado positivo.
Por un lado, gracias a las colas interminables y las recaudaciones desmedidas, las salas de cine pueden permitirse no sólo seguir subsistiendo, sino darse el lujo de continuar incluyendo alternativas en su programación. Sin ir más lejos, más allá de los multicines, templos con una única pantalla como el Phenomena de Barcelona se dan el lujo de hacer ciclos con clásicos o alternativas ajenas a la actualidad —que siempre manda— por obra y gracia del blockbuster de turno. Incluso en la marquesina de los cines Verdi, adalides del cine de autor, no sorprende ver al superhéroe, al mago, o al héroe de acción de turno.
Por otro, nos guste o no, estos filmes multimillonarios concebidos para arrasar taquillas son uno de los pilares más fuertes de la industria. De acuerdo, podemos echar pestes —y con cierta razón— sobre largometrajes como 'Venom' o su secuela, pero es posible que los 856 y los 506 millones que se embolsaron —por poner un par de ejemplos— permitan que Sony produzca, aunque sea a través de sus sellos secundarios, cintas con un mayor riesgo creativo y comercial que, con un poco de suerte, terminarán proyectándose en la gran pantalla y no relegadas al fondo del catálogo de alguna plataforma de streaming, convertidas en simple y llano "contenido".
El factor sofá
Por supuesto, hablar del video on demand y de Marvel Studios nos conduce a pensar automáticamente en la estrategia de estreno de las películas del MCU en Disney+. Una táctica que, actualmente, consiste en improvisar sobre la marcha en base a la tendencia en taquilla de sus productos en proyección y que, haciendo de abogado del diablo, tiene todo el sentido del mundo.
Casi por arte de magia —y por el fervor del fandom y las grandes campañas de publicidad—, bombazos como 'Doctor Strange en el multiverso de la locura' están destinados a gozar de una vida en la exhibición tradicional muchísimo más larga que la media, lo cual se traduce en una rentabilidad ampliamente mayor a la que se obtendría mediante suscripciones a un servicio tras un traslado a la pequeña pantalla después de una ventana de, por ejemplo, 45 días.
Todo lo expuesto hasta el momento nos hace llegar a la conclusión de que el cine y el modelo de mercado que creemos al borde de la extinción se mantienen a flote a pesar de que cada vez haya menos oxígeno en un mercado no saturado, pero sí dominado por capas, antifaces y títulos con números ya de dos cifras —ahí está 'Fast & Furious' en pleno rodaje de su décima entrega—. A fin de cuentas, es un escenario de serpiente que se muerde la cola mucho menos apocalíptico de lo que algunos quieren vender y que nos recuerda que, como cantaban los Python, hay que mirar el lado luminoso de la vida.
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