Hablar de Zack Snyder —y, especialmente, de su cine de superhéroes— es, salvo honrosas excepciones en las que reina una moderación cada vez más atípica, una cuestión de amor u odio. Desde su debut en el Universo DC con la fantástica 'El hombre de acero', la controversia fue de la mano de una visión clara y concisa que apostó por la severidad tonal y por una criticada reinterpretación de la ética y la moral de sus protagonistas.
Durante cuatro años, el cineasta de Green Bay defendió a capa y espada un estilo que se vio dinamitado en 2017 por una tragedia personal que, sumada a la aparente obsesión de Warner por imitar la fórmula de la competencia, dio lugar a la abominable 'Liga de la Justicia'; un monstruo de Frankenstein abocado al desastre capitaneado por un Joss Whedon en calidad de suplente, y en el que convivían dos códigos genéticos absolutamente incompatibles.
Cuando, tras una larga temporada de campañas online y declaraciones contradictorias, se confirmó la existencia de un montaje del director de la película, fuimos muchos los que celebramos la oportunidad de poder disfrutarla tal y como debería haberse estrenado en su momento; no sin cierto temor derivado del caos técnico y logístico que ha supuesto terminar de dar forma al popularmente conocido como 'Snyder Cut' de cara a su lanzamiento en HBO Max.
Finalmente, cualquier atisbo de duda ha terminado disipándose tras haber disfrutado plenamente de todas y cada una de las cuatro horas de 'La Liga de la Justicia de Zack Snyder'; a la que podríamos tildar de producción casi imposible, y que ha conseguido borrar de un plumazo todo recuerdo de la versión cinematográfica con una experiencia radicalmente diferente —tal y como se prometió— que, ahora sí, refleja a la perfección la mirada y filias marca de la casa. Para bien, o para mal.
Un envoltorio 100% Snyder
Puede que uno de los mayores miedos frente a 'La Liga de la Justicia de Zack Snyder', si no el mayor, haya sido el relacionado con su acabado final en términos visuales después de una gestación no exenta de caos en la que reshoots a cuatro años vista, rediseños digitales de personajes y un lavado de cara general en cuanto a color e imagen se refiere han estado a la orden del día, previa inyección de 70 millones de dólares.
No ha hecho falta más que un vistazo a los primeros minutos de su extenso metraje para darse cuenta de que el filme luce a un gran nivel, sostenido por las señas de identidad propias de su máximo responsable y por un uso del CGI sorprendentemente efectivo a pesar de algún patinazo puntual con los rigs tridimensionales de los héroes de la función, y de la fusión —muy eficiente en última instancia— del material reciclado con el rodado recientemente.
Hay dos elementos estéticos de esta nueva y mejorada 'Liga de la Justicia' que destacan sobre el resto, siendo el primero de ellos el regreso a una paleta de color menos saturada y más contrastada; mucho más alineada con el trabajo de Larry Fong en 'Batman v Superman' que con lo visto en pantalla grande en 2017. Aunque, por encima de todo, la estrella de la función es el cambio en la relación de aspecto, que pasa de un insípido 1.78:1 a un arriesgado y efectivo 1.33:1.
Este aspect ratio permite que el cuadro gane márgenes en sus zonas superiores e inferiores, creando un lienzo lo más parecido posible a una página de cómic en el que se suceden instantáneas que bien podrían estar sacadas de las splash pages impresas más espectaculares. Una elección atípica en este tipo de productos, pero ideal para capturar la vis hiperestilizada de Snyder; incluyendo esos speedramps que congelan momentáneamente la imagen hasta convertirla en una viñeta que termina cobrando vida.
Si a esto le sumamos la atronadora banda sonora de Junkie XL, que sustituye al Danny Elfman en horas bajas del corte original inyectando un extra de épica al conjunto y sacando oro de los leitmotivs musicales de Superman, Wonder Woman y compañía, y la ausencia de afeitados digitales grotescos, el deleite para los fieles al carácter esteta del director está más que asegurado.
Ampliando la narrativa
Por supuesto, el gran lavado de cara que ha recibido la 'Liga de la Justicia' de 2017 en este 'Snyder Cut' no se limita, ni mucho menos, a lo técnico y artístico. Su narrativa ha sido el elemento sometido a una remodelación más exhaustiva, abandonando su estructura de largometraje al uso y abrazando un formato episódico que, para muchos, podría resultar demasiado caótico al suceder secuencias con una aparente carencia de cohesión.
No obstante, el modo en que Snyder articula el relato, con varias tramas paralelas que confluyen progresivamente y cliffhangers que dan cierre a cada capítulo, se alinea con la naturaleza comiquera de la producción, dando la sensación de estar leyendo una serie limitada de DC Comics compuesta por seis grapas —una por episodio— y traducida a imágenes en movimiento, que peca al introducir elementos con demasiada brusquedad.
Como cabía esperar, el tono también ha experimentado un cambio particularmente drástico, deshaciéndose del exceso de chistes de saldo y festividades varias incorporadas por Joss Whedon para regresar a la tónica mohína del bueno de Zack. Esta decisión, contra todo pronóstico, ha beneficiado enormemente a Flash, que al rebajar sus niveles de histrionismo y omitir —salvo contadas excepciones— los desatinos humorísticos de sus compañeros, ha pasado de ser poco menos que un bufón insoportable a un alivio cómico funcional y muy eficaz.
Junto al Velocista Escarlata, la extensión de metraje ha supuesto que el resto de componentes del supergrupo hayan ganado en peso y desarrollo; especialmente un Cyborg de aspecto acertadamente renovado que, ahora, es de vital importancia para la trama y personifica los conflictos de identidad del héroe que, junto al imaginario religioso de rigor, continúan caracterizando a los superhéroes de Zack Snyder.
A pesar de que sus brutales seis episodios y su epílogo dejen más que patente una voluntad de expansión en futuras —y muy improbables, por no decir utópicas— secuelas, 'La Liga de la Justicia de Zack Snyder', además de ilusionar, deja un inevitable poso de amargor asociado a su condición de fin de una era que invita a soñar con lo que podría haber llegado tras ella.
Pero, más allá de sueños imposibles, puede que la mayor virtud de esta locura ya no de cuatro horas, sino de cuatro años, haya disipado —o eso quiero creer como aficionado a este tipo de cine, sin importar de quién venga— cualquier debate absurdo sobre marcas, compañías y licencias para hablar de lo que verdaderamente importa: de épicas inigualables, de estéticas llevadas al límite, de pasión por contar historias, y de la prevalencia y defensa de una visión por encima de cualquier adversidad.
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