La paradoja del cine fuera de las fronteras habituales supone que exista una fina línea en el que el trabajo de un autor con una visión fluida y sin ataduras y la maniobra impostada para crear un halo de atención sobre la obra. ‘Lamb’ de Valdimar Jóhannsson camina por ese ángulo muerto que existe entre lo extraño y lo pretendidamente extravagante que le permite obtener el beneficio de la duda frente a espectadores que verán en su reflejo lo que necesiten ver.
Ganadora del festival de Sitges 2021, ‘Lamb’ representa a la perfección esa mirada nerviosa entre los jurados que dudan si lo que están viendo es una obra maestra o una verdadera tomadura de pelo y acaban concluyendo entre ellos que es mejor posicionarse hacia el prestigio por pundonor. El tiempo no suele tratar bien esas soluciones y casos como el de la broma de pedos alargada de ‘Swiss Army Man’ (2016), ganadora de la 49ª edición del Sitges, no solo no aguanta el paso del tiempo, sino que su subtexto tiene un punto de pataleta incel que casa regular vista 5 años después.
No es que la obra de Jóhannsson sea un caso parecido, pero la sombra del traje nuevo del emperador se pasea intermitentemente, especialmente cuando parece que hay más empeño en que la película llene un inevitable –y obligado– hueco vacante este 2021 como “la película de terror de A24” desde las primeras reacciones de descubrimiento, o el inevitable valor de reclamo meme de algunas de sus imágenes promocionales, que no su verdadero impacto en el público, con una recepción desigual y el escepticismo lógico ante la ausencia de análisis crítico al respecto.
La diferencia del fenómeno de ‘Lamb’ con otras de su estirpe es que realmente tiene un carácter esquizofrénico que permite convivir en su metraje dos películas que se autosabotean, una de cine fantástico pastoral –que muchos han confundido, o quieren vender como terror– que es contemplativa pero muy bien fotografiada y otra de dramón tramposo, vacío y sin más interés que plantear una colisión tonal por medio de imágenes que circulan entre “lo cuqui”, el reel de efectos especiales comercial frente a lo melancólico y solemne.
Mira quien anda
La historia sigue a la pareja sin hijos Maria (Noomi Rapace) e Ingvar (Hilmir Snaer Gudnason), quienes viven solos en su remota granja de ovejas en Islandia. Un día descubren un cordero recién nacido, le llevan a su casa y deciden criarlo con orgullo como padres cariñosos. Esta base sigue un tropo relativamente común en el cine fantástico ya presente en el relato 'Royal Jelly' de Roald Dahl, que se ha visto hace poco derivado hacia el horror puro en el piloto de ’30 monedas’, pero aquí se dirige hacia la fábula oscura más tradicional de lo que parece.
El desconcierto del espectador tiene su reflejo en ficción con otro personaje dentro de la película, el hermano de Ingvar, Petur (Bjorn Hlynur Haraldsson), alrededor del cual se enarbola una subtrama que no aporta nada al conflicto central y tan solo se formula narrativamente para despegar a ‘Lamb’ de sus texturas de cine figurado y de fantasía con fondo moral. Si bien sus imágenes panorámicas y neblinosas y paisajes abonan un mundo apartado de la realidad, su mirada al comportamiento humano es realista y de una gravedad perpetua.
Johannsson y el director de fotografía Eli Arenson utilizan muchas tomas estáticas, bellísimas, de paisajes áridos y animales pastando y mirando a cámara, dando a estas imágenes de un poder ominoso que en sus mejores momentos evoca a las pinturas de August Friedrich Schenck. La presunción surrealista del concepto alcanza puntos de comedia absurda en cierto punto, que parece ser intencional, pero el dolor de los personajes, su frialdad y la distancia con el espectador en una narrativa deliberadamente impenetrable hacen dudar.
Metáfora lechal de la maternidad
El apego antinatural de la pareja por el animal es serio, hay un dolor de los padres que nos indican que obviamente han lidiado con algún tipo de pérdida, y la interpretación de Rapace es tan desgarradora que no deja espacio para seguir el juego con el ridículo. Hay algo que funciona en su primera parte, cuando les vemos ablandarse y reconectarse de forma tierna que indica la necesidad de la pareja de tener algo que amar y hasta qué punto están dispuestos a llegar para curar sus heridas.
La conclusión puede parecer impactante, pero sigue tan al pie de la letra el esquema del cuento con moraleja que sorprende la búsqueda de lecturas, implicaciones bíblicas, más allá de algunos apuntes obvios, e interpretaciones ante una historia tan cristalina, que puede servir como una actualización reaccionaria del típico relato ecológico con una crítica al especismo, lo cual explicaría su sentido del humor, si es que lo tiene realmente, para hacer una buena pareja con la insoportable ‘Okja’ (2017).
Lo cierto es que si ‘Lamp’ se hubiera limitado a ese relato fantástico en una obra más concisa sería una obra fantástica notable. Pero la inclusión de un elemento externo de drama postizo que no lleva a nada hace que sus menos de dos horas parezcan tres y, sumado a su juego con el meme trascendente diluyen un gran potencial para convertirse en una obra bipolar e innecesariamente densa, que raya la majadería recental y hace que se eche mucho de menos el horror lanar de ‘Ovejas asesinas’ (2006).
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