'La Huella del Silencio', religiosamente pedante

A veces, cuando terminas de ver una película, te quedas con cierta impresión de no saber qué decir sobre ella. Entiendes lo que te acaban de contar, aunque sea a través de un montón de metáforas inútiles, y con un ritmo que aburriría al mismísimo Angelopoulos. 'La Huella del Silencio' que se estrena este próximo viernes entre nosotros, adolece de eso y de mucho más. Es uno de esos films formalmente preciosistas, con una puesta en escena apartada de todo lo que solemos ver, sobre todo en el cine norteamericano, y en el que se juntan una serie de factores, tanto artísticos como técnicos, que tal vez funcionen por sí solos (lo dudo), pero unidos dan lugar a algo. Sí, algo. ¿El qué? Y yo qué sé. Preguntadle a los directores de la cosa ésta, que hasta ahora no se habían hecho notar demasiado. Bueno, y tampoco parece que lo vayan a hacer ahora, ya que el film ha sido un fracaso, afortunadamente.

La película gira en torno a una familia en la que el padre es un preofesor de teología judía, el cuál está obsesionado por el enorme talento de su hija para deletrear palabras, la cuál termina compitiendo en concursos nacionales. También tiene un hijo que empieza a interesarse por el budismo, ya que conoce a una tía que está buenísima que le introduce en dicha religión. Y por otro lado, su mujer tiene un trauma infantil que le lleva a cometer ciertas imprudencias.

Parece ser que en Estados Unidos hay cierta obsesión, por llamarla de algún modo, por deletrear palabras. Eso evidentemente aquí nos suena como un poco extraño o raro. Por eso a este lado del charco, a algunos les resultará un poco difícil entrar en la historia, ya que no tiene mucho con lo que sentirse identificado. Pero ya no es sólo el hecho de que la película trate de algo que a nosostros no nos resulte familiar, sino que su forma de contarlo no es lo suficientemente buena como para que podamos mostrar un poco de interés.

Por otro lado, los otros aspectos temáticos de la película, como la unión de la familia, la comprensión, la aceptación, el amor al prójimo, etc, etc, quedan como algo ridículo debido a la pretenciosidad de sus guionistas y directores, que han querido vestir de drama filosófico hechos casi cotidianos. Quizá no le niegue ciertos aciertos visuales a la hora de reflejar los pensamientos de la niña protagonista, pero nada más. Ahí se acaba todo. El resto está expuesto muy pedantemente, tanto en los diálogos, como en la resolución de algunas partes.

Y es que resulta casi ridículo ver a Richard Gere hablando sobre Dios con una serie de frases, que pueden ser muy ciertas o no, pero dentro del contexto de la película no se las cree ni él. Porque hay que decir que Gere, que nunca ha sido buen actor y nunca lo será, no está en absoluto creíble en su personaje. El conflicto al que es sometido no es capaz de trasmitírnoslo ni de lejos. Porque a parte de la dudosa credibilidad como actor, aquí está como apartado del resto del reparto, como en otro mundo, sin establecerse conexión alguna con otros personajes, por mucha conversación familiar que haya en la historia. Pero no le ocurre sólo a él, sino a todos los actores que por el film pululan, y en el que podemos encontrarnos con caras tan conocidas como la de Juliette Binoche, interpretando a la esposa de Gere, pero como si no lo fuera, incapaz de hacer algo con un personaje mal definido, sobre el que no quedan claras sus motivaciones, y que casi parece metido a calzador.

Podría tener un pase la niña protagonista, Flora Cross, ya que posee algo de expresividad, tanta que podría darles clases a Gere y a Binoche. Sin embargo su personaje es sencillamente estúpido, y da igual la expresividad que tenga la joven actriz, que por cierto, dentro de 10 años será una de las mujeres más guapas de todo el planeta. Bueno, no. En menos tiempo.

Respecto a Max Minghella y Kate Bosworth no voy a decir mucho, ya que sus personajes están simeplemente puestos para darle un toque juvenil al film, y así abarcar todas las edades. Ni siquiera los problemas entre los personajes de Minghella y Gere (hijo y padre en la ficción) están mostrados con acierto, y tampoco se molestan en resolverlo convincentemente.

Un bodrio enormemente pedante y pretencioso donde los haya, de esos que hacen que te plantees seriamente el seguir viendo cine. Su reparto hará que en nuestro país la gente acuda a verla, pero me apuesto lo que sea a que muchos se salen de la sala antes de que la proyección termine. Para el que esté interesado, los autores de este engendro se llaman Scott McGehee y David Siegel. Apuntad esos nombres.

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