Hasta cierto punto, la mala fama que suele preceder a los conceptos de remake y reboot, tan en boga en nuestros tiempos, está justificada. Por norma general —y, como siempre, salvando a honrosas excepciones—, este tipo de producciones se limitan a parasitar ideas, recalentándolas y sirviéndolas de nuevo con los mínimos añadidos necesarios para atraer al público a las salas.
No obstante, el remake bien entendido se revela como el mecanismo perfecto para dar un lavado de cara a grandes historias clásicas, adoptando sus premisas y reformulándolas bajo el prisma de la realidad y el contexto sociopolítico actual. Un ejercicio de renovación que permite explorar nuevas lecturas tomando como base lo ya existente.
El caso de 'El hombre invisible' es un ejemplo modélico de esto. Partiendo del incremento de la concienciación sobre el tema derivado del auge del movimiento #MeToo, Leigh Whannell ha reconvertido la eterna novela original de H. G. Wells en un desasosegante retrato de las relaciones tóxicas y abusivas que, además, se revela como un fantástico largometraje en términos cinematográficos.
El miedo al vacío
Centrándonos únicamente en sus créditos como director, la filmografía de Whannell, pese a reducida y a girar siempre en torno al cine de género, destaca por lo variado de sus propuestas. Tras explorar el horror de manual con su debut en 'Insidious: Capítulo 3' y entregarse a la acción en clave sci-fi con la magnífica 'Upgrade', el australiano se ha desviado del camino obvio en una 'El hombre invisible' que bebe más de la intriga más clasicista, propia de Alfred Hitchcock, que del terror más puro.
Pese a haber demostrado con creces su valía detrás de las cámaras, no deja de sorprender la buena mano del realizador para manejar, gestionar y dosificar el suspense. Apoyada por el igualmente lúcido libreto —también de Whannell—, la cinta permite al espectador el siempre satisfactorio lujo de ir un pequeño paso por delante de la trama, convirtiendo sus más de dos horas de metraje en un suspiro.
Esto no significa que, en términos generales, 'El hombre invisible' sea un trabajo previsible. A pesar de que resuelve algunas escenas de un modo particularmente conveniente y obvio para desarrollar su narrativa, el filme guarda bajo la manga un buen número de esos giros inesperados que invitan a ahogar algún que otro grito y que te mantienen clavado en la butaca, casi sin pestañear.
Aunque encaje con mayor holgura dentro del thriller, la película hace gala de unos niveles de tensión propios del terror más tradicional, articulados con una elegancia inusitada mediante una práctica ausencia de jumpscares y siempre a favor de una planificación depuradísima. El inteligente juego de Whannell con los planos generales y los vacíos alimenta el miedo a una amenaza imperceptible que se alinea por momentos con la escalofriante 'El ente' de Sidney J. Furie y que traslada la inquietud fuera de la sala de cine una vez concluye la proyección.
'El hombre invisible' se muestra igualmente acertada cuando, una vez quemados todos los cartuchos de la contención, se vuelca en ofrecer un espectáculo centrado en la acción, con unas set-pieces enérgicas —alguna de ellas hermanada en cuanto a estilo con lo que vimos en 'Upgrade'— gracias a las que Whannell se reafirma como un nombre a seguir muy, muy de cerca, tanto dentro como fuera del género.
Pero, más allá de sus grandes valores formales y narrativos, el gran factor que eleva lo último de Blumhouse Productions tiene nombre y apellidos, y esos no son otros que los de Elisabeth Moss. La actriz californiana vuelve a hacer gala de una calidad interpretativa extraordinaria mientras se confirma como la eterna sufridora y aporta una credibilidad pasmosa a su Cecilia Kass, acosada por uno de los villanos más aborrecibles de los últimos años.
Resulta complicado creer que un simple plano de una silla vacía pueda llegar a poner los pelos del respetable como escarpias, pero 'El hombre invisible' posee los elementos necesarios para conseguirlo: una dirección sobria e impecable, una actuación principal para enmarcar y un tema subyacente tan crudo como actual que justifica por si mismo rescatar un clásico versionado infinidad de veces y convertirlo en uno de esos remakes para recordar.
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