Con una demarcación cada vez más grande entre las películas de estudio grandes y las indies, con las primeras centradas casi exclusivamente en blockbusters muy grandes con artesanía cada vez más cuestionable. El espacio medio que ocupaban producciones con estrellas reconocibles e historias adultas queda cada vez más menguado, encontrado ocasionalmente un resquicio si tiene posibilidades de premios.
Es probablemente el motivo por el que Warner sigue produciendo películas de Clint Eastwood, para incomprensión de su propio CEO. Ver si tienen quizá una posibilidad de cara a premios, no de si pueden ofrecer al público adulto la clase de historias que ahora tiene que encontrar en la televisión o en estrenos en streaming. Es difícil saber si hubiera conseguido un éxito comercial con ‘Jurado Nº 2’, pero sí queda claro que una de las películas americanas más exquisitas del año merecía mejor tratamiento.
Esto traza otra similitud con otra película con ambiciones de entretenimiento adulto estrenada este año por Warner, y en la que no podía evitar acordarme viendo la nueva de Eastwood: ‘La trampa’. Vale, M. Night Shyamalan es un cineasta bastante distinto, o incluso opuesto por forma de concebir el cine, al que nos acaba de dar ‘Jurado Nº 2’. Los tonos ni siquiera coinciden. Pero sí que comparten detalles en sus protagonistas, y sobre todo en cómo nos acercan a su perspectiva.
‘La trampa’, al igual que ‘Jurado Nº 2’, nos presenta a un criminal que de repente se ve acorralado por un sistema superior que quiere encerrarlo por sus actos… pero que no saben ni sospechan que el asesino cruel que buscan es un padre de familia aparentemente modélico. La vida pública tanto del personaje de Josh Hartnett como la del de Nicholas Hoult está marcada por la cordialidad, la bondad, los actos correctos para con el resto de la sociedad. En lo privado guardan una segunda cara que convivió con actos de asesinato y demonios del pasado.
Escapando a la culpa
Hay evidentes diferencias, como el hecho de que Harnett interpreta a un psicópata consumado con una metodología concreta e impulsos irrefrenables, mientras que Hoult da vida a un hombre que un día cometió un accidente terrible sin siquiera ser consciente del todo. También sobra decir que ‘La trampa’ es una película de tono bastante distinto a ‘Jurado Nº 2’, con la primera siendo un thriller más desenfadado y con mucho humor que se desvía ocasionalmente a una película concierto y con la última siendo un drama judicial sobrio que quiere indagar en una moralidad más compleja.
A partir de aquí spoilers tanto de 'Jurado Nº 2' como de ‘La trampa’.
Al mismo tiempo, resulta fascinante como Eastwood y Shyamalan nos ponen de lado de personajes que intentan aparentar normalidad pero no pueden evitar caer en la rotura de lo ético cuando el cerco se les estrecha. A pesar de los intentos de Hoult por intentar que el proceso judicial sea justo con un hombre inocente de los actos que se le acusan (distinto de ser un hombre inocente, la película brilla mucho cuando entra en esos grises), a la hora de la verdad no puede evitar traicionarlo todo para poder librarse de la justicia y volver a su cómoda vida familiar.
Incluso se atreve a justificarlo con cierto cinismo ante la fiscal que interpreta Toni Collette en la escena más potente de la película, rompiendo definitivamente al jokerismo y mostrando el verdadero coste detrás del ideal modelo americano. Una actitud no muy distanciada de un Harnett que intenta que su hija viva el concierto perfecto, pero al mismo tiempo tiene que huir a toda costa.
Las películas incluso pueden verse como interesantes disecciones de nuestros comportamientos sociales, aunque abordados desde personajes que renuncian a la empatía y llegando a conclusiones distintas. Eastwood nos muestra cómo los sistemas que nos damos como sociedad, incluyendo el judicial, pueden llegar a ser insuficientes para llegar a conceptos como la justicia o la verdad, tanto por acción de malos actores como gente que intenta simplemente hacer su trabajo. Las conversaciones entre abogados y las deliberaciones del jurado son interesantes ventanas a las diferentes interpretaciones que podemos darle a hacer justicia.
Por otro lado, Shyamalan nos muestra un personaje que resulta peligroso de manera poco ambigua. Un psicópata profesional que de cara a la galería es un ciudadano ejemplar, un gran servidor público y un gran padre de familia (no muy distinto del protagonista de ‘Jurado Nº 2’). Además de rodearlo de un escuadrón policial dispuesto a capturarle, el contexto del concierto le permite exponer una serie de convenciones sociales que también rozan la psicopatía, al menos según el director. Desde otros padres excesivamente intensos intentando mantener normalidad ante los malos actos de sus hijos hasta histrionismos de los fans de la música pop, todos normalizados ante un hombre que tiene que aparentar justo la normalidad.
Cine americano que mira al francés
Pero el mayor punto de conexión está justo en las técnicas narrativas que emplean los directores para aproximarnos a sus protagonistas, ambas caras de una misma moneda que tiene procedencia francesa. A lo largo de ambas películas vemos como los personajes van observando la encerrona en la que se encuentran, intentando observar resquicios por los que poder escaparse, empleando todos los métodos para que su máscara pública no se caiga. Fingir torpezas para esquivar el peligro que está a punto de atropellarles. Son, en sus formas, dos películas de procesos metódicos que evocan al gran maestro del cine metódico: Robert Bresson.
El cine de Bresson es imprescindible e influyente por cómo se fija en los actos, en esas microdecisiones que toman personajes enclaustrados, sea por una vida de la que no pueden escapar o por una injusticia que les asola. Ese cine de gran subjetividad y apreciación de gestos que tienen un claro objetivo está presente en ambas películas, y no pocos se han percatado de las similitudes. El crítico David Jenkins vio un claro paralelismo entre ‘Jurado Nº2’ y ‘El dinero’, donde un hombre se enfrenta a la justicia y termina degradando sus propios principios morales. Shyamalan, que nunca pierde ocasión para señalar sus referencias, vio en ‘La trampa’ su propia versión de ‘Un condenado a muerte se ha escapado’, donde un hombre apresado por la Gestapo ve que su ejecución es inminente y busca escapar.
Sus decisiones formales sin duda invitan a pensar en la conexión, incluso aunque traten de llegar a resultados diferentes en el cuadro general y en los temas a abordar. Es fascinante que lo bressoniano se cuele en dos de los pequeños intentos de recuperar el cine adulto americano tradicional, y que pueden entrar en la conversación de mejores películas del año. Pero, ante todo, es un aspecto que muestra que todavía podemos disfrutar de cine de calidad que se presente como entretenimiento accesible, sólo falta que se cuide como es debido.
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