A estas alturas ya casi se puede decir que Sean Baker hace por la prostitución en el cine lo que Martin Scorsese hacía con los gangsters. Más allá de que se esté convirtiendo en tema recurrente, si que se puede decir que ambos cineastas se acercan a esos peculiares mundos para indagar profundamente en las costuras del sueño americano. Todo, por supuesto, desde ópticas muy personales, pero también muy cargadas de cine.
‘Anora’ está recibiendo una aclamación asombrosa y bastante merecida. Baker consigue que su película más ambiciosa aterrice en sus intenciones y se mantenga profundamente personal, con su particular manera de mirar a la pobreza con absoluta belleza hacia sus protagonistas y bastante crítica al sistema que les rodea. El final de la película logra profundizar en ese hurgamiento de la herida de la desigualdad que consigue que esta sea la perfecta subversión del cuento de hadas que ha sido ‘Pretty Woman’, con la que se ha ganado comparaciones por sus premisas.
A partir de aquí spoilers de 'Anora'.
Lágrimas incontenibles
Baker nos ofrece un final que se postula como la imagen especular de su inicio, ya que ambos presentan acciones similares. En ambos vemos actos eróticos y sexuales, pero aplicados de maneras muy distintas. Si la película empieza con un bombardeo espectacular de movimiento, luces y sonido para aproximarnos a la vida profesional de las bailarinas, el final convierte el acto en algo desolador por las lágrimas que la actriz Mikey Madison suelta sobre el amable matón ruso que la ha devuelto a su amarga realidad.
El viaje de Anora (personaje y película) empieza con fuegos artificiales, pero el trayecto se encarga todo el rato de el lugar que realmente ocupa en la escala socioeconómica. Aunque al principio ella compra el discurso de “el dinero atrae al dinero” y ve en el matrimonio con un joven heredero de la aristocracia rusa su billete de salida de la precariedad, la historia recibe un punto de inflexión donde su alianza debe ser anulada, sí o sí.
A pesar de los esfuerzos de la protagonista por recordar las promesas de amor que le profirió su adinerado marido, bien por convencimiento personal o bien por necesidad, este no puede evitar plegarse a la voluntad de sus padres, que al final poseen el dinero. Una posición de poder a la que no está dispuesto a renunciar, porque sí tiene acceso real a ella, dejando a Anora descompuesta, sola y con 10.000 dólares más. Porque al final todo es una transacción económica, y la familia oligarca no tiene problema en recordarlo aunque sea desde amenazas y humillaciones.
Sólo una persona está dispuesta a defenderla ante estos atropellos, y es justo una de las primeras que ejerce control físico sobre ella. Aunque afirma que no llega a herirla, el personaje de Yuriy Borisov la acaba reteniendo a la fuerza (y en posturas que se aproximan a otro baile erótico) para evitar que escape y el grupo de sicarios puedan llevar a la pareja a anular su matrimonio. Algo que el “gopnik” tiene que realizar porque al final es el escalafón más bajo de esta cadena, y tiene que cumplir las ordenes que se le imponen.
Pero, al igual que el personaje que Borisov interpretó en la también recomendable ‘Compartimento Nº 6’, va mostrando un fondo noble donde empatiza y se interesa por esta trabajadora sexual que ha sido atropellada sin merecerlo. Una evolución que en una película más convencional desembocaría en un emocionante romance con la protagonista. Pero ‘Anora’ no es verdaderamente convencional, y los actos de compasión terminan también teniendo un lado envenenado accidental, como el hecho de que el pañuelo que el matón ofrece a la joven para el frío sea el mismo con el que la amordazó unas horas antes.
Antes de su final definitivo, Anora y el joven ruso comparten una noche en la mansión familiar a modo de despedida. Una noche que él trata de aligerar, pero que ella no pretende comprar a pesar de los continuos actos de compasión. Al fin y al cabo, no olvida que su encuentro inicial implicó inmovilizarla y someterla. De ahí que insista que las miradas de él no son de bondad, sino que desvelan intenciones de violador.
Esta interacción muestra cómo Anora se ha acostumbrado a que todas las miradas de deseo que recibe tengan por objetivo convertirla en un objeto, dada la naturalidad de su trabajo y también como acabado la que podría haber sido su escapada. Su rechazo también es una barrera de protección tras haber vivido el duro fracaso al medir mal las intenciones de su “amante esposo”. Una distancia que sólo rompe en el último instante.
Después de que su forzoso acompañante la lleve a su casa, le baje sus maletas y hasta cometa el acto bondadoso más desinteresado e inesperado con la recuperación de su anillo de boda, Anora se queda sin palabras. Y su única respuesta posible es ofrecerle de vuelta un baile erótico y masturbación, porque hasta esto lo percibe como una transacción económica. Pero cuando este intenta besarla, mostrando que para él no es un intercambio de bienes y servicios, ella se detiene, se revela y rompe a llorar.
Para la familia rusa, toda la película ha sido un episodio vergonzoso que mejor correr bajo la alfombra, y quizá recuperar como anécdota de borrachera. Para ella, romper de por vida en confiar en otros o que podrá escapar de la situación en la que le ha puesto el sistema. Siempre va a tener el acceso vetado.
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