Nos las prometíamos muy felices dejando atrás 'Spectre' y su sobredosis de aburrimiento no apto para fans de la trepidante aventura de espías. 'Sin tiempo para morir' tenía que cerrar una etapa convulsa, llena de dudas y con un rumbo menos fijo que el de 'Star Wars'. Lamentablemente, no parece que se hayan esforzado demasiado viendo el triste resultado final de la última película de Daniel Craig como James Bond.
Tiempo de más
Si el baremo con el que uno debe medir la grandeza del héroe es la de su enemigo, entonces puedo terminar rápido esta reseña: Lyutsifer Safin, el villano interpretado por Rami Malek, es el menos temible, carismático y peligroso en los 60 años que el mundo viene estando salvado por el agente 007. Partiendo de esa base, no hay nada aquí que nos mantenga pegados a la butaca. ¿Es una sorpresa? No lo creo.
Desde que Craig pasó a ser la encarnación del súper espía de Ian Fleming en 'Casino Royale', quedó claro que los nuevos mandamases querían que su espía fuera una bestia mucho más primitiva que lo que habíamos visto, por ejemplo, con el bueno de Pierce Brosnan. Querían la máquina de matar definitiva, el asesino perfecto. Bien, pues a partir de esa película han ido haciendo justo lo contrario. Han ido sin rumbo. Otra saga como la de la galaxia muy lejana, donde primaba el correr como pollo sin cabeza.
Al final de la notable película de Martin Campbell (que ya había hecho debutar a Pierce Brosnan) se tomó una decisión que parecía contradecir lo que estábamos viendo. En un esfuerzo antológico por querer abrazar cada aspecto del personaje también deciden romper el corazón del héroe de una manera que en la edad de oro de Bond había tomado cinco películas. Ya sabes, la era de la inmediatez. A partir de entonces Bond no levantará cabeza, pero sus responsables tampoco.
La fotografía de Linus Sandgren (habitual de Damien Chazelle) y la música de Hans Zimmer, en su primera incursión en la saga, juegan un papel importante que engrandece y embellece una propuesta que no cae del todo en el tedio de 'Spectre' pero que al mismo tiempo hace mejor a la secuela de la película de Campbell, aquella ensalada desaliñada que fue 'Quantum of Solace', una película en la que al menos Bond era... Bond.
Con la llegada de Sam Mendes celebramos las raíces del espía en el magnífico tercer acto de 'Skyfall' o la llegada del ¿definitivo? Ernst Stavro Blofeld, demostración de lo abrasivo que ha sido Hollywood con Christoph Waltz, prácticamente una parodia del personaje y del actor. La hasta ahora última aventura del espía de Ian Fleming se convertía en una peligrosa celebración del tedio, algo que asoma en varios pasajes de la película de Cary Joji Fukunaga, supuesto auteur que fracasa a la hora de apostar por su puesta en escena. sirva como ejemplo el plano secuencia del ascenso a la torre de control: una gran nadería.
Pero lo más triste de la función no es la despedida en sí, que también lo es, no nos vamos a engañar. Lo más triste son las formas. Bond es despachado como un número constantemente a lo largo de las casi TRES HORAS de película. Un número, como si en este presente hubiera pasado a ser un contenido más y no el acontecimiento cinematográfico del año. Al final el desgaste es evidente, y se intuye el hartazgo de Craig en el cierre, como si el empeño en dotar a Bond de un potente arco emocional no fuera de su agrado como en realidad tampoco lo es para su personaje.
El tiempo para vivir que le habrá regalado el personaje de Léa Seydoux entre 'Spectre' y la peli de Fukunaga no parece suficiente como para crear ese dramatismo exacerbado. La elipsis de cinco años después de los títulos de crédito tampoco parece ser suficiente. Se acumulan los detalles de unos dados al aire en la sala de guionistas: ¿qué demonios pasa con el habano que Bond consigue en Cuba? ¿No sería en realidad Blofeld el villano a tratar aquí después de dedicarle una gestación en la película anterior?
'Sin tiempo para morir', seguramente el primer título engañoso de la franquicia, toma las peores decisiones posibles en la película número 25 durante el (casi) 60 aniversario de su vida en la gran pantalla. Ofrece al peor villano de su historia, la duración más innecesaria y un tercer acto enfermizamente aburrido. Ana de Armas refresca la función, pero solo un ratito. Seguro que es un hasta pronto, pero no pasaría nada si fuera un hasta nunca.
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