Me junto con Sebastián Lelio en un hotel de Madrid, con la cabeza bullendo de preguntas sobre historias, relatos, vivencias y política. Pero el director de 'El prodigio' supera cualquier expectativa que uno tenga puesta sobre él: su locuacidad cinematográfica es similar a la de la vida real, y nos deja una joya de entrevista en la que cada respuesta es oro. Veinte minutos en los que hablamos de decisiones estéticas, el futuro del cine, los diferentes tipos de espectadores y, por supuesto, Florence Pugh.
Ojo: hay spoilers de la película, claro.
El cine como objeto artificioso
Espinof (OF): ‘El prodigio’ se abre con un plano que ha dado mucho que hablar y que sirve como prólogo, declaración de intenciones y recuerdo de la artificiosidad de la historia que vamos a ver, ¿fue fácil tomar una decisión estética tan arriesgada? ¿Siempre estuvo ahí como el inicio de la película?
Sebastián Leilo (SL): No, apareció poco a poco. Desde la novela me parecía que había una dimensión meta, un aura meta, porque Lib, el personaje de Florence Pugh, llega desde fuera a analizar las dinámicas de poder que allí existen, donde creen en un dios específico... Es como ir a otro planeta, y ella es la mirada externa, casi como la de un cineasta para con su historia.
Fuimos poco a poco empujando más y más hacia delante hasta que apareció esta dispositivo meta que de alguna forma contiene a la película como un marco y, ojalá, la convierta en parte del problema. O en EL problema. No solo los personajes tienen el problema, es la relación del espectador con la película, que le declara abiertamente que será expuesto al poder de la ficción y el artificio y que es una historia que analiza cómo los personajes operan al interior de sistemas de creencias, como el religioso o el científico, que chocan entre sí y también son constructos, en última instancia artefactos humanos, artificios.
La relación entre la película como objeto artificioso y las historias en las que los personajes creen, como construcciones artificiosas que ponen orden en la comunidad y que devienen en poder político y que son capaces de incluso quitar vidas... Me pareció que era importante levantarlo, hacerlo central.
OF: En apariencia, la película es un misterio sobre una niña que no come debido a su fe, pero realmente habla sobre el poder transformador de las historias, y apela a dos tipos de espectadores: por un lado los que quieren saber lo que le pasa a la niña y por otro los que quieren buscar lo que realmente quiere contar sobre nosotros, quitando el artificio. ¿Cómo se maneja esta doble capa de la historia sin echar a ninguno de los dos espectadores?
SL: Yo creo que es imposible no perder espectadores para cualquier película. Tomar ciertas decisiones te hace ganar ciertos espectadores y perder otros, forma parte del juego y está muy bien. Es imposible hacer feliz a todo el mundo pero es noble intentarlo, y a mí me encanta la idea de hacer películas que puedan ser estimulantes, como se dice, tanto para el espectador despistado de mediodía como para el intelectual de alta noche.
Y 'El prodigio' tiene un poco ese estilo. Lo puede ver alguien y simplemente entrar en la dimensión de los personajes y sus desafíos o los giros de guion, o también, si se quiere, pasar a la capa más externa, más estructural, y analizar la dimensión de la película misma y del juego que establece a través de la narración, la mirada a cámara y la ruptura de la cuarta pared. Eso va a confundir a algunos pero va a hacer gozar a otros.
OF: Vivimos en un tiempo, especialmente post-pandemia, en el que sobre todo en política los sentimientos parecen tan importantes como la realidad. ¿De qué manera habla ‘El prodigio’ cara a cara con la actualidad y hasta qué punto se busca la complicidad del espectador al tratar un tema como este?
SL: Claro, pero ese es el punto de 'El prodigio': ¿En qué cree usted? La película no juzga aquello en lo que los personajes creen, solo los observa haciéndolo, y observa la diferencia entre una credulidad rígida, fanática, que no está dispuesta a cambiar, que controla la verdad, la misma definición de fanatismo, versus una credulidad elástica, que está dispuesta a adaptarse, a expandirse, a seguir evolucionando, que es la que tiene la enfermera.
Como es científica entiende lo que es la incertidumbre y la duda y sabe que la verdad es una realidad en flujo. Por tanto, es capaz de responder ante el dilema moral que la historia le presenta con un acto lleno de vida y contradicciones, que está tomado de alguna manera casi desde fuera de su sistema de creencias. Ella termina haciendo las cosas más irracionales por esa niña y su solución no es precisamente científica, es casi un acto de fe. Pero no porque se rindió a dios, sino porque tuvo la capacidad de expandir el territorio en el que ella misma se mueve para salvar a esa niña utilizando los propios elementos conceptuales en los que la niña cree (o está atrapada, según quieras analizarlo).
OF: Claro, la película te llega a contar que una historia puede salvar una vida.
SL: Sí, sí.
El salón de los espejos de los relatos
OF: Cuando hablamos de “relato” o “historia” siempre pensamos de manera automática en el entretenimiento, pero cada vez más tiene mucho que ver con la política y la vida en general. ¿Crees que todo es relato?
SL: Todo salvo el dolor. El dolor es lo real, todo lo demás es un salón de los espejos del relato en el que nos movemos.
OF: Es posible que la película acabe en manos de personas que no puedan entenderla o incluso se ofendan, especialmente en lo que tiene que ver con el trato al cuerpo de una mujer, tan tristemente de actualidad estos días. ¿Crees que una historia como esta puede cambiar la mente de la gente, o al menos dar el primer paso para que hacerlo?
SL: En mi experiencia, lo que una película permite es hacer que el espectador, desde la seguridad de la butaca, viva un viaje moral y ético que puede ser complejo, en el cual quizá nunca en su vida hubiera estado envuelto. En ese sentido, el cine es como un Google espiritual, multiplica nuestras experiencias y nos hace pasar por situaciones que en una vida no nos alcanzaría.
A nadie le alcanza la vida para vivirlo todo, y el cine nos ayuda de alguna manera a incorporar una multiplicidad de experiencias, saberes y aprendizajes en el poco tiempo que tenemos. En ese sentido, a veces las películas tienen la capacidad de implantar en el espectador nuevos pensamientos que pueden devenir en creencias más expansivas, más inteligentes, más compasivas, y expandir el límite de nuestra realidad.
En 'Una mujer fantástica' pasó mucho eso, la gente tenía el prejuicio y yo me imaginaba la película siendo vista por un homófobo: ¿Cómo le hablo para que quizá alguno termine comprendiendo al personaje? Si eso ocurre, bingo. Y de alguna manera, la discusión en torno a la identidad de género en Chile se reactivó por la película y acabó en ley. Puede ocurrir, pero yo creo que una película es un animal complejo que tiene varias dimensiones dentro de las cuales la política es solo una de sus caras. Si es la única, entonces es propaganda. Tiene que ser también pensamiento, espectáculo, goce, ojalá una gloria. Y además, tiene que tener su dimensión política también.
OF: Hablando de cómo ve la gente el cine, ¿cómo te tomas las críticas en redes sociales? ¿Las lees, sabes de su existencia o prefieres no leer nada, ni positivo ni negativo?
SL: Me interesa saber lo que la gente opina, sobre todo la gente que escribe sobre las películas. Si alguien se toma el tiempo de escribir un texto me cuesta mucho no leerlo, me da mucha tentación saber qué es lo que están pensando. Duele cuando son hirientes y cuando uno siente que están siendo ciegos a lo que la película está diciendo, pero es parte del juego.
Pero sí, me interesa saber si la película logra entrometerse en el tejido social que hoy es cada vez más global, y cómo evoluciona la manera en la que va siendo recibida. Las películas no es que sean recibidas de un golpe y ya está: cambian, son descubiertas, su acción en el mundo va mutando y a veces pasan cosas sorprendentes. A veces caen en la irrelevancia, pero otras se instalan y triunfan. No se puede saber de antemano.
Una ciudad sin salas de cine
OF: Y más en este panorama en el que el cine, gracias al streaming, se ha democratizado. Tengo interés en esto: 'El prodigio' se estrenó en salas muy brevemente y después fue a Netflix, ¿cómo ves el futuro del cine? ¿Crees que hay futuro para películas pequeñas en las salas o van a estar irremediablemente en streaming?
SL: No concibo una ciudad contemporánea sin salas de cine, sería como una derrota cultural grande, una pérdida, porque es el rito el que se pierde, la separación de un tiempo ordinario de un tiempo sagrado, el tiempo colectivo de enfrentarse a un relato juntos. En eso hay algo muy hermoso, y en la destrucción de los rituales lo que queda es el horror del eterno presente. Lo mismo, y lo mismo, y lo mismo.
Uno cuando ve una película en su casa sigue siendo uno, pero cuando sale a verla con otros, ya no es solamente uno, está más fragilizado, la experiencia es mucho más rica. Ahora, también sería ciego negar el momento tecnológico por el que estamos pasando y la potencia que tiene y el hecho de que tiene también virtud. 'El prodigio' no existiría si no fuera por Netflix, nadie la quería financiar menos ellos, y ahí está la película, ahí está ese relato y será visto en las casas de la gente.
Me habría encantado que pasara más tiempo en cines, seguro, pero prefiero que exista a que no, también seguro. El cine no creo que muera, ha estado muriendo desde que nació. Primero el sonido, luego el control remoto, el VHS, el cable, Internet, y sigue vivo, arreglándoselas. Es como un virus cambiando de cuerpo, pero hay que tener la experiencia colectiva de ver cine como sea.
OF: Respecto a esto que dices de que solo Netflix quería financiar un rodaje de estas características, llevas un tiempo sin dirigir en Chile, ¿te apetece volver allí o un rodaje es un rodaje en todos los sitios?
SL: No, no, no, echo mucho de menos filmar en Chile y en español. Se ha dado que en los últimos años he estado haciendo estas películas en inglés, pero tengo sobre todo un proyecto que llevo desarrollando años que quiero mucho y espero hacer pronto en Chile. Me encantaría ir y venir.
OF: ¿Y hay algo más en el horizonte? ¿Cuál sería tu película soñada si no tuvieras limitación de presupuesto?
SL: Pues esta que te he contado sería una de las soñadas. Y la otra es la que quizá haga después. No te puedo decir más porque no sé cuál va a ser.
Militando en el optimismo
OF: Me dio la impresión viendo la película, y menos contigo hablando, que estabas un poco decepcionado con el mundo de hoy en día...
SL: Más que decepcionado, yo milito en el optimismo, y es mi forma de ser. Mis historias, a pesar de que siempre son duras, tienen luz también y, sobre todo, energía: en esa energía de la rebeldía de los personajes yo conecto porque me gustaría tenerla. No es decepción, sino más bien el sentir que este es un momento muy peligroso, muy volátil, donde realmente sentía que era importante poner el punto de que aquello en lo que se cree es aquello a lo que se le da poder.
En la era de la multiplicación astronómica de las ideas y las creencias producto de Internet, aquello en lo que se cree se vuelve una responsabilidad ciudadana, personal y política. Hay que hacerse responsable de a qué líder estás siguiendo, con qué ideología estás conectando, si crees en una religión, ¿has pensado que si vivieras en otra cultura creerías en otro dios? ¿Cómo te relacionas con eso? En fin, invitar al espectador que ha creído en la película a preguntarse por aquello en lo que ellos mismos creen, entendiendo que toda creencia es en última instancia política.
OF: Una última pregunta muy rápida: ¿Cómo fue trabajar con Florence Pugh? Creo que aceptó el guion en un par de días, ¿no?
SL: Sí, fue una bendición contar con ella, porque es una gran actriz y el proyecto de ella de recibir y el guion y aceptar fue muy rápido para los tiempos del cine. 'El prodigio' necesitaba una actriz con esa integridad y autoridad moral que creo que Florence tiene naturalmente en su vida como persona, por lo que la he conocido.
Eso se transporta a los personajes de forma natural, y nos permite seguirla en su proceso, en su viaje, que primero es más intelectual, tratando de desentrañar el misterio, entender los mecanismos, las fuerzas que hay detrás, cómo está la niña siendo alimentada... Uno casi puede palpar sus pensamientos, siente que los escucha, pero es realmente el espectador pensando: ese es su talento.
Y luego cuando el problema se convierte en un dilema moral (¿Qué hacer con la niña? ¿Hasta qué punto intervenir?) y ella acaba haciendo los actos más salvajes para salvarla, uno sigue estando de su lado porque Florence tiene esa capacidad de mantenerte con ella a pesar de que te esté llevando a territorios moralmente filosos.
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