'Doctor Portuondo' ya está entre nosotros. La primera serie original de Filmin está esperando por nuevos pacientes que comulguen con la terapia neurótica de Carlo Padial, con quien hemos tenido el gustazo de volver a charlar sobre su brillante nueva sesión de psicodrama.
El teatro del pánico
Siempre es un placer charlar con una de las mentes más inquietas y neuróticas de nuestro audiovisual. La flamante serie de Padial ofrece una comedia negra basada en vivencias que previamente había plasmado en una novela fantástica que ahora da pie a la primera serie original de Filmin.
Kiko Vega (KV): Después de un par de trabajos más agresivos formalmente llegas a Portuondo y te marcas tu obra de madurez, una de puesta en escena mucho más académica.
Carlo Padial (CP): En 'Algo muy gordo' o 'Vosotros sois muy película' exploraba algo muy genuino en mí, parte de cómo soy yo a través de un cúmulo de influencias muy concretas, pero solo es una parte de lo que me interesa. Desde que era pequeño mis dibujos animados favoritos eran los del pato Lucas hablando con los espectadores, saltándose las normas, saliéndose del cuadro. Yo creo que 'Mi loco Erasmus' tiene mucho de eso, de ruptura formal y subversión. De poner al espectador en aprietos. Eso también lo teníamos en 'Go, Ibiza, Go!', un humor que te llevaba a una catarsis rara desde la propia forma. Tus primeros trabajos te marcan mucho, pero siempre me han interesado muchas otras cosas.
Soy un gran seguidor de cosas que no tienen nada que ver con lo que mostraba en esas pelis. 'Doctor Portuondo' es el lugar al que me apetecía ir, pero no había tenido la oportunidad de sacar adelante este tipo de proyecto. Cuando llegó la oportunidad de hacer la serie estábamos intentando levantar una peli con esas características. Me ofrecieron la oportunidad y me agarré a ella eufórico. La gente tiene miedo a que la encasillen y tal vez por eso los primeros trabajos siempre son algo impersonales o atienden más a las modas en la industria o los festivales, y se pierde la oportunidad de demostrar quién eres tú. Yo me atreví a hacer mis cosas, pero ahora quiero hacer otras. Viviendo con una crítica de cine he recibido además nuevas influencias, como 'Mi cena con André' o 'Modern Romance', de Albert Brooks. Me vuela la cabeza esa forma de hacer comedia, con toda esa gente neurótica hablando mucho en espacios cerrados. Eso conecta con algo que nos encanta a Carlos de Diego y a mí, el teatro raro de Arrabal, Strindberg o Eugene O'Neill. Reunir a un grupo de amigos o familiares a luchar de manera cerebral. La serie me daba pie justo a eso.
KV: La ambientación de la consulta es muy malrrollera, parece una historia de fantasmas. ¿Tu recuerdo era ese?
CP: Casi parece una serie de fantasmas, sí. Hay una fantasmagoría rara flotando en el ambiente. Lo recuerdo tal cual. Esos fantasmas del consultorio persiguen al protagonista y lo contaminan todo. Nadie sabe muy bien qué coño le pasa. Yo tampoco, pero están tocados por algo raro. Me seduce eso, no saber qué es. Tengo el recuerdo muy vivo de aquellas paredes, casi como si fuera un decorado. Creo que tiene que ver con que cuanto más te acercas a una verdad psicológica personal más irreal se vuelve lo que viene después. Y eso me parecía muy bonito, y también enmarcar al doctor y al grupo en esa especie de colocón psicológico raro. Tuve la suerte de que el reparto y todo el equipo lo entendiera perfectamente.
KV: ¿Os daba respeto o miedo extra el tratar temas como la esquizofrenia en estos tiempos que vivimos?
CP: Es un tema muy delicado. Yo, que vivo un poco en mi mundo, no fui consciente mientras lo escribía. Pero a medida que íbamos ensayando, grabando y editando, sobre todo en esa última fase, sí que me di cuenta de que el capítulo del paciente esquizofrénico tenía que estar bien de tono. Incluso en el rodaje medimos bien la interpretación de Llimoo, pero siempre sin cortar su creación. Es un humorista con muchos recursos y tuvimos cuidad de no caer en la parodia. Sí que fuimos cuidadosos en ese sentido. Creo que abordo el tema con mucho respeto y también con sinceridad. Está inspirado en un paciente real que conocí y me causó mucha impresión por lo mucho que me recordaba a mí, me emocionó mucho. Veía lo que yo podía haber sido. Son los mismos conflictos, pero uno se enfrenta desde el delirio y el otro desde unos parámetros más neuróticos.
KV: ¿Te gustaría volver a esos personajes tan estrafalarios de la terapia de grupo?
CP: Me encantaría. Mientras editábamos me supo muy mal no ver más cosas de esa gente. Me quedé con ganas de ver sus terapias individuales, detalles de su vida personal... si hubiera una segunda temporada no tengo ninguna duda y trataría de explotar al máximo a esta gente. Sobre todo porque en el libro daba pie a eso. En el libro el doctor fallece y los pacientes seguían quedando, haciendo una terapia casi espiritista, más fantasmagórica incluso.
KV: ¿Cómo fue verte a ti en el demoledor monólogo de Nacho Sánchez del último episodio?
CP: No me interesaba tanto si lo había vivido o no como que toda la serie fuera una especie de sátira de las neurosis de mi generación, tan narcisista ella. Creo que tenemos una gran dificultad para relacionarnos con el exterior, estamos demasiado volcados en nosotros mismos. El doctor y yo estamos ahí no tanto como personajes reales, sino para dar pie a estas fábulas entre psicológicas y zen sobre la existencia y la salud mental. Todas las cuestiones que le llevaba a Portuondo y que él me resolvía con esas paradojas psicoanalítico-zen que no solucionaban nada en realidad. Hay un debate muy estéril en torno a la primera persona que creo que lo formula gente que vive un poco a espaldas de la realidad. En 2021 todo el mundo está fabulando sus vidas.
KV: El protagonista de la serie estudia, se prepara las sesiones para impresionar. Y eso me recordaba mucho a Twitter. Cómo vas con Twitter, que siempre estás activo.
CP: Algo de eso hay. Yo me relaciono con el mundo a través del ingenio. Me llevas a una reunión y voy a estar en una esquina bebiendo vino blanco mirando al suelo a no ser que me des pie a que te cuente algo concreto y de una manera infantiloide. No tengo nada más que eso. Mis chistes y mis notas, que llevo siempre encima. Me ha costado años de terapia romper con eso. Para mí ha sido un reto vital poder entablar una conversación un poco más humana. Twitter es una posibilidad de lanzar solo bromas, solo ingenio. Pero creo que el Twitter en el que valía la pena hacer eso ya se acabó. Estás en un Twitter polarizado, nadie busca bromas, solo crear bandos. El Twitter de 2021 a mí ya no me gusta y no me voy porque no me lo puedo permitir. Estoy deseando que me vaya lo suficientemente bien para poder pirarme porque no me gusta nada en lo que se ha convertido. Todo el mundo mintiendo, todo el mundo enviando señales para agradar y encajar en agendas. Me parece repugnante. Ahora mismo mi timeline se basa en fans de Prince. Gente poniendo acuarelas o cocinando pasteles púrpuras.
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