Con 'No respires', Fede Álvarez se reafirmó como uno de los grandes nombres del cine de terror contemporáneo
El ascenso de Fede Álvarez en la industria cinematográfica ha sido, cuando menos, meteórico. Sólo han pasado 14 años desde que el Uruguayo decidió subir su cortometraje 'Ataque de pánico', rodado con 300 dólares y un duro trabajo de posproducción, y vio como su obra se viralizó hasta el punto de empezar a recibir ofertas desde un Hollywood ávido de nuevos cineastas para mantener a pleno rendimiento su maquinaria.
Casi tres lustros después, el de Montevideo está a punto de traer a nuestras salas de cine 'Alien: Romulus', la séptima entrega de la saga —que, por cierto, tiene una pinta realmente espectacular— y la segunda incursión de Álvarez en el mundo de las propiedades intelectuales tras su notable debut en 2013 reimaginando la 'Posesión infernal' de Sam Raimi en una experiencia brutal y espeluznante a partes iguales.
Pero hoy vamos a alejarnos de secuelas y remakes para centrar nuestras miradas sobre el primer largometraje del Uruguayo basado en una historia original. Una 'No respires' que, abrazando todas las señas de identidad en términos de lenguaje narrativo, forma, tono y atmósfera que hicieron funcionar su 'Evil Dead', elevó la apuesta a un nuevo y asfixiante nivel que, en esta ocasión, no necesitó de un componente sobrenatural para ponernos el estómago del revés.
No me chilles que no te veo
Con 'No respires', Fede Álvarez hizo lo mejor que puede hacer un realizador al afrontarse a un subgénero tan explorado como es el home invasion: subvertirlo dando una vuelta de tuerca a los cánones a los que nos tiene acostumbrados. De este modo, sus ajustadísimos 88 minutos de metraje convierten a su grupo de ladrones protagonista en víctimas de un verdugo inesperado, encarnado por un imponente Stephen Lang en la piel del temible Hombre ciego.
Una vez más, el director deslumbró al generar atmósferas opresivas a través del uso de la cámara. Tras exhibir músculo en 2013 en la cabaña infestada de deadites, Álvarez volvió a confinar la inmensa mayoría de su relato en un interior, rodando con una relación de aspecto de 2.39:1 y maximizando la sensación de agobio que inunda a sus personajes limitando el uso del diálogo y permitiendo que sean la planificación y la puesta en escena quienes llevan la voz cantante.
No obstante, ligeramente por encima del tratamiento que se da a la imagen, se encuentra un uso del sonido que se convierte en la verdadera estrella de la función. Aquí el silencio se convierte en una herramienta narrativa más que se usa con un tiento y una inteligencia envidiables, ayudando a disimular los breves paseos por algunos lugares comunes vistos en producciones homólogas.
Si redondeamos todo esto con unas dosis de violencia, sordidez y mala leche que recuerdan en cierto modo a lo que nos llegó a principios de siglo desde Francia con su Nouvelle Horreur Vague, nos queda un título indispensable para pasar una sesión de noche de auténtico terror. Si quieres disfrutarla —o, en cierto modo, sufrirla—, puedes hacerlo en Netflix hasta el 30 de junio de este 2024, fecha en la que abandonará el catálogo de la plataforma.
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