Hay un antes y después en el A24 desde que ‘Todo a la vez en todas partes’ arrasara en los Óscar y películas como la impresionante ‘Civil War’ parece que van a llevar su marca a una posición en el mainstream distinta a la que conocíamos, pero al mismo tiempo siguen apostando por producciones con cierto riesgo, excentricidad y posicionamiento de cara a la galería como el reciente estreno de ‘Sangre en los labios’.
Con el indudable atractivo de Kristen Stetwart y una trama criminal con lesbianas en los 80, la propuesta de Rose Glass ha generado un recibimiento unánime que parece abrazar el planteamiento a un nivel superficial, pese a que al asimilar lo que plantea resulta más bien esperpéntico. Entre la pinta de Santiago Segura de Ed Harris y la caracterización de la mayoría de personajes, todo parece una fiesta de disfraces de los 80 decadentes con pelucas, mullets y actuaciones que necesitaban al menos dos tomas más.
Y es que a veces este tipo de estrenos nos recuerdan que no es lo mismo el cine trash que la porno-miseria white trash. Pero todo el plantel estético es incluso accesorio frente al problema principal de que ‘Sangre en los labios’ falla en su promesa de ofrecer la película de "lesbianas a la carrera con pistolas" que prometía, y se enfanga en un romance pocho con amagos eróticos, dinámicas post Nicolas Winding Refn que están un poco caducadas, como pretender epatar con sintetizadores a estas alturas.
Un noir con espíritu de dramón
Cuando la película despierta, bien entrados los 45 minutos, entra en el hardboiled de David Lapham o los Coen, pero a un nivel muy maniqueo y carente de tensión, con diálogos como ese "¡nunca te enamores!" horrendamente escritos, o personajes aún peor planteados como el de la adicta chantajista Anna Baryshnikov, representada con dientes podridos, adicción , obsesión por el personaje de Stewart y a la que parece gracioso mostrar vomitando (por razones) antes de morir.
Todo esto se podría pasar por alto si se lograra soltar realmente la melena, rompiera su tono soft de melodrama urbano y abrazara de verdad ese intento de exploitation a lo ‘Titane’ —otra película que condena y representa la adición al anabolizante como algo monstruoso— que a veces parece apuntar en sus puntuales arrebatos de violencia, body horror y alucinaciones. Pero son las elecciones de peinado y vestuario poco favorecedoras y un grotesco desenfreno final las que marcan el paso de su mezcla de tonos.
La cuota de mal gusto llega a su cénit en el rancio tratamiento del tropo de la mujer maltratada aquiescente encarnada por Jenna Malone, desde el maquillaje grotesco con "pelota de tenis con grumos", a su actuación a gritos, hasta la conclusión casi condenatoria, sin venir mucho a cuento, del personaje. La película se regodea en su propio feísmo mientras trata de posicionar el romance como una salvación para sus dos personajes principales. Tampoco se queda atrás la mirada a Jackie, vista como un objeto gigante (incluso haciendo una grosera fantasía final de ello) con tendencias psicóticas "pero noble".
La falsa carta blanca
Independientemente de lo cool que sea su exposición por su condición sexual, las simpatías que reproduzca la idea para un colectivo infrarepresentado en pantalla, no se puede mirar para otro lado y no reconocer que prácticamente se la mira como a un animalito de circo al que observar bien con fascinación sexual, bien con paternalismo artificial, sin entender nunca qué busca el personaje. Jackie es un personaje imposible cuyo comportamiento errático no puede anticiparse puesto que sus exabruptos favorecen la trama según conviene.
El guion pasa tranquilamente a sugerir que todo proviene del consumo de esteroides de Jackie, tratando sus efectos como potentes psicotrópicos. Usar la coartada de lo queer expone más esa (quizá pereza al escribir) perspectiva, puesto que el personaje de Kristen Stewart parece encarnar la mirada de asombro sexual de la directora, convirtiendo el romance en un fetichismo vigoréxico sin muchos matices. Incluso esos elementos homosexuales acaban pareciendo en gran medida ornamentales, una vuelta a la dinámica tradicional del cine negro y de los roles de género, cambiando los "él" del guion por "ella".
Tanto es así que ni se menciona el problema que podría suponer para ellas la homofobia en un pueblo americano de los 80, donde hasta las compañeras quieren “quedar” con otras algún día. Recuerda en no pocos aspectos, como romance lésbico rural, el maltrato y los 80, al biopic ‘Monster’, un complejo true crime de la directora de ‘Wonder Woman’ que ahora resulta más interesante y honesto, más con la perspectiva actual de género. Pero esto puede achacarse a los cambios de tono.
La mirada snob con coartada de género
Si a veces parece que quiere plantear un drama de Douglas Sirk, en otras ocasiones Glass presenta los efectos de los esteroides en Jackie del mismo modo que una película de terror, por sus visiones como la representación del cambio convirtiéndose en mujer lobo o Hulka, con la superficie de la piel del personaje brotando rápidamente en grupos vasculares acompañados de efectos sonoros o su ira manifestándose en forma de rotos de ropa y golpes. Un juego en el que solo entra llegado cierto punto del metraje.
Esto solo confirma una visión deshumanizante, casi antropológica, a las personas cicladas en los 80, que tiene el mismo tufillo pijillo que se iba adivinando en momentos de ‘El clan de Hierro’, una distancia que usa la ternura para acercarse a la clase baja americana con la misma curiosidad de ir al zoo. Algo que no es nuevo en el cine indie americano, y desde luego no tan extremo como en ‘Gummo’ (1997), de Harmony Korine, que convertía ciertos estratos sociales en un espectáculo voyeurista y semisexy.
El aspecto del poverty porn ha ido cambiando de carcasa en el cine USA, y llegados a ‘American Honey’ rebajaba la perversidad, mirando con otra luz a sus protagonistas imperfectos, quizá hasta la humanización sincera de ‘The Florida Project’, y es más o menos lo que lograba ‘El clan de hierro’, que tiene todas las banderas rojas de ese Hollywood que mira solo al Medio Oeste y al Sur cuando puede explotar los problemas que se han ido emperorando con el paso del tiempo y la identificación con un bando no muy justificable.
Admiración con perspectiva cultural
Pero aunque ‘El clan de hierro’ no es un circo de deformidades, su director es otro muchachito de escuela de cine de Nueva York con aspiraciones de autor, y no es precisamente chico de pueblo que puede ofrecer la gran obra para convertirse en un hito sobre la clase obrera. Es cierto que la historia de los Von Erich y su sórdida caída en desgracia tiene un tratamiento de tragedia griega que no es simplista y refleja la presión que ejercía el padre sobre su progenie.
Pero igualmente hay algo, un punto de mirada por encima de esos problemas como algo que le pasa a “cierto tipo de familias de cierto tipo de estados”. Esto se ejemplifica en la representación de Efron del hermano superviviente, un cachas triste, que a veces, entre prótesis y tragedia extrema parece bordear la parodia involuntaria, no por torpeza del cineasta, sino porque toda la representación es carnavalesca, falta de verdad. No es casualidad que el reclamo principal del marketing sea ver al joven mono, ídolo de portada de revista adolescente, transformado físicamente en un tarugo.
La mirada hacia la lucha libre no es del todo complaciente y plantea que su teatrillo tiene una ciencia como quien mira las reglas de un juego imaginario de su sobrinos asintiendo con la cabeza. La consideración de Jackie en ‘Sangre en los labios’ parece concretar una mirada de curiosidad utilitaria a esos “cachas” tan simpáticos, sin muchas luces, del centro-sur de Estados Unidos, un código en el que entra en juego ciertas sospechas por el pedigrí indie de A24, que viene de hacer un ejercicio de búsqueda del Óscar a partir del sufrimiento con ‘The Whale’, del sospechoso habitual Darren Aronofsky.
La belleza del músculo pobre
Pero es que incluso ‘El luchador’ lograba que comprendiéramos mejor a su personaje caído en desgracia, pese a inicia una tendencia de dibujo de los vigoréxicos como caricaturas, puede que llevado al extremo con ‘Dolor y dinero’. Si no hubiera una conexión entre esta afición y la clase social en ‘Sangre en los labios’, podría dar lugar a una casualidad, pero es que la representación de ciertas zonas de Estados Unidos como una factoría de drogadicción y miseria no viene de hace dos días.
Ejemplos recientes como ‘Nomadland’, muestran las afueras de Estados Unidos la víctima perfecta para metódicos retratos de una clase aspiracional, y si bien no hay un retrato grave, sí delinea ciertos estereotipos que exponen las fisuras del cine independiente y su condescendencia con la white trash, canalizada en las dos últimas películas de A24 con una fascinación extraña por la estética decadente, los peinados horribles que se reproducen en la moda y ahora en una romantización sospechosa del anabolizante.
Y lo es porque funciona, tanto en ‘El clan de hierro’ y ‘Sangre en los labios’, como una lírica del perdedor que parece esconder un revanchismo respecto a la glorificación de los héroes de goma del cine de acción de los 80, destinados ahora a una codificación grotesca y deseable solo bajo el ángulo irónico, la reescritura del gimnasio como nueva parada de fenómenos de feria, casualmente como aproximaciones también a los sueños de una clase “empujada” por el destino a esa metamorfosis corporal extrema, cosa que parece ajena a los patios de butacas de las salas de arte y ensayo, o a los despachos de productores educados y formados, de los que buscan ideas cada mañana para lograr retratar las tendencias del momento.
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