¿Habéis visto The Newsroom, el cacareado retorno de Aaron Sorkin a la televisión? Menudo episodio más brillante era el piloto, dirigido por el también conocido Greg Mottola, que ha firmado ‘Supersalidos’ (Superbad, 2007) y ‘Adventureland’ (id, 2009), dos películas muy apreciadas por acá, especialmente la segunda.
Yo, debo decir, que me declaro muy a favor. Sorkin está recogiendo, con bastante justicia, dos espíritus que no son necesariamente el mismo, pese a que en su día compartieran género, el de la screwball comedy. Para quien no lo sepa, y merece la pena conocer sus títulos dorados, la screwball es un tipo de películas populares en la Gran Depresión estadounidense, comedias de diálogos absolutamente endiablados cuyos enredos siempre implicaban matrimonios o algún tipo de asunto jurídico y, de paso, abordaban asuntos de relevancia social.
Pero si somos justos, precisamente por eso, nada tenían que ver dos de los hacedores de screwball más brillantes.: Howard Hawks y Frank Capra cuyo testigo recoge este Sorkin maravilloso. Hawks era un cínico desolador, de sus películas salíamos con una sonrisa descabellada incluso y Capra, en cambio, era un gran activista, alguien convencido en el valor de la comunidad, del cambio político, de los pequeños triunfos. Ambos firmaron las más altas comedias del Hollywood de los treinta e hicieron del cine de estudios un campo de creatividad espléndida.
Qué queréis que os diga. Yo quiero vivir en el mundo de Aaron Sorkin. Sus personajes son muy inteligentes, leídos y se preocupan por la verdad, la de los hechos y la que importa ser contada en el periodismo. No es casual que su serie transcurra en un pasado reciente y describa ese pasado reciente de una manera deliberadamente idealista.
El argumento de esta serie parece simple.: Will McKay (un excelente Jeff Daniels), un presentador de informativos con personalidad, observa con cierto desdén el regreso a la cadena de su antigua productora, Mackenzie McHale (Emily Moritmer), a la postre antiguo interés amoroso. Con la audiencia en jaque tras un estallido de McKay en un acto público, Mackenzie se propone renovar los informativos y hacer algo importante.
A sus personajes no les puede el cinismo y, sobre todo, no saben ser desencantados. En el mundo contemporáneo parece que el cinismo es el único discurso más o menos legítimo que puede articularse.: Sorkin nos enseña otro camino de lo posible y eso le honra. Otra cosa que admiro de él es que, contra todo pronóstico, sus personajes hablan de política. En la realidad cinematográfica, hay una especie de acuerdo tácito según el cual no existen jamás las referencias políticas si no es con metáforas chuscas o previos consensos.
Este pacto, este silencio común no forma parte de ninguna teoría de la conspiración, no va de eso la cosa, sino de una noción cínica.: el entretenimiento no puede servir para afrontar asuntos serios de nuestras vidas. Hay bastantes ejemplos que lo vienen desmintiendo, en especial las primeras tempordas de los Simpson, pero no parecen suficientes.
Contra esta noción ha venido luchando Sorkin, aunque no me gustaría olvidarme del Clint Eastwood tardío, cuya importancia política es bestial, mal que le pese a algunos comentaristas que ignoran el contexto con el que está trabajando Eastwood, el de su país, Norteamérica y no el de sus admiradores españoles. Los personajes de Sorkin abordan la política, la discuten, tienen visiones distintas. Pero también se escuchan, trabajan en grupo, discrepan, sus mujeres son siempre personajes muy fuertes y con madera de líder.
Hay algo edificante en Sorkin, también ingenuo, pero profundamente conmovedor. Espero que no deje de escribir para la televisión. Sus series anteriores, ‘El ala oeste de la casa blanca’ (The West Wing, 1999-2006) o ‘Studio 60’ (Studio 60 on Sunset Strip, 2006) ya mostraron que se trataba de un escritor épico, talentoso y muy necesario. Por otra parte, Greg Mottola deja serias muestras de buen hacer en el piloto como ese largo plano secuencia que sigue al grupo, ya unido por vez primera y descubriendo el nervio y el placer indomable de un trabajo bien hecho y con criterio.
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