Después de convertirse en el programa revelación del presente curso y alcanzar unas cuotas de audiencias que parecían imposibles que se pudieran volver a conseguir en televisión, ‘La voz’ cerró ayer su primera edición, eligiendo a Rafa como ganador. El programa se despidió de Telecinco corroborando el fenómeno en el que se había convertido, deslucido en las últimas semanas por culpa de algunos aspectos como la cancelación de la anunciada gira de sus ocho finalistas.
Parece que estos son otros tiempos y que los concursantes de un talent show ya no ejercen la fuerza necesaria como para salir de gira por el país, pese a que ‘La voz‘ haya alcanzado cifras de seis millones de espectadores y cuotas superiores al 30% de share. Aún así, no podemos afirmar que el talent show se haya mantenido con la misma fuerza en la parrilla de Telecinco ya que, como consecuencia de las diferentes fases en las que está dividido, ‘La voz’ se ha convertido en un programa que ha ido decreciendo a lo largo de estos tres meses. Empezó bien pero ha terminado dejando claras lagunas que han dejado en evidencia que ‘La voz’ no era el apetecible talent show que pretendía ser.
Quienes al final se han salvado de la quema han sido los coaches, sobre todo tras las duras críticas que recibieron días después de que se supieran sus nombres. Aunque se ha echado en falta alguna estrella musical de renombre, los cuatro miembros del jurado han sabido hacerse con la mecánica del programa, dando buenos momentos y adaptando sus personalidades a lo que ‘La voz’ requería en cada momento. Aprobado también para el trabajo de Jesús Vázquez al frente del programa, que ha tenido que esforzarse más de la cuenta en el período de los directos por un conjunto de problemas que mencionaremos en el desarrollo de este artículo.
Las audiciones a ciegas, el gran gancho
Para entender el paso de ‘La voz’ por Telecinco habría que hacer un repaso por lo que han supuesto sus fases, períodos en los que el espacio ha ido perdiendo intensidad. La tónica general que ha seguido ‘La voz’ en España es la que ya se preveía antes de su estreno, un programa de televisión que guardaba el golpe de efecto en la primera de sus tres etapas. Con las audiciones a ciegas el espectador se enfrentaba a un formato televisivo novedoso, con cualidades suficientes para no pasar inadvertido en la pequeña pantalla.
Las audiciones a ciegas se vieron beneficiadas por el ritmo que los responsables del programa supieron darle a cada gala, gracias principalmente a una emisión grabada. ‘La voz’ pudo jugar no solo con el orden de actuaciones que quería ofrecer a la audiencia (principal motivo por el que los coaches siempre vestían la misma ropa en la primera fase), sino que podía intercalar a su antojo vídeos de presentación, adelantos u otros factores que daban como resultado un ritmo acelerado que beneficiaba a su visionado.
Este ha sido el gran acierto que nos ha ofrecido ‘La voz’, algo que ya pudimos apreciar en las versiones que se han realizado en otros países y que la audiencia española tenía curiosidad por seguir a través de la versión patria. Una vez llegados hasta aquí, la pregunta era saber hasta cuándo iba a aguantar la audiencia y, sobre todo, si esta sería capaz de empatizar con un elevado número de artistas que pasaban a una fase que abandonaba el ritmo de las audiciones a ciegas y que ofrecía a cambio una mecánica menos sorprendente para el espectador.
Las batallas, un espectáculo salvable
Las batallas de ‘La voz’ pasaron por Telecinco sin pena ni gloria como una fase que ante todo contaba con el riesgo que suponía avanzar hacia algo totalmente diferente de lo ofrecido anteriormente. Quizá este sea el motivo por el que esta fase haya sido la más corta de las tres que se han dado, a pesar de que sus programas se volvían eternos y mostraban que había material para que se extendieran a través de un mayor número de galas.
La fase de las batallas, también beneficiadas por el hecho de estar grabadas y por contar con ese incentivo de curiosidad que da la expulsión inmediata tras cada actuación, consiguió el aprobado raspado aunque no logró combatir la monotonía a la que inevitablemente estaba destinada. De nuevo, esta fase nos dejaba con la incertidumbre de saber si ‘La voz’ podría hacer frente al elevado número de concursantes que pasaban a las galas en directo, una etapa crítica en la que el programa se lo terminaría jugando todo.
Los directos, cuesta abajo y sin frenos
Y ha acabado perdiendo. Ha sido en esta última fase (la más difícil de cara a su puesta en marcha) la que ha terminado por conseguir que el programa perdiera todo su brillo. Los directos de ‘La voz’ comenzaron con problemas de realización y de sonido, en algunas ocasiones errores de novato que nos hacían pensar que el programa no estaba preparado para hacer frente a un espacio de estas características. Las intenciones eran buenas pero el trabajo final dejaba mucho que desear, donde solo gracias a algunas actuaciones aisladas ‘La voz’ conseguía mostrar el potencial de sus concursantes.
Unos concursantes que todavía seguían llamando la atención debido a su elevado número. Si algo ha caracterizado a las galas en directo (además de la ya comentada realización y sonido) ha sido el gran número de actuaciones que se han dado en cada gala, un hecho que lejos de mejorarse en los siguientes programas, se ha agudizado provocando que los concursantes que quedaban cantaran con artistas invitados, con sus coaches o con los asesores de los coaches. La cuestión era cantar, aunque a veces el precio que se pagaba era demasiado alto. El resultado no ha sido decente, sobre todo cuando los concursantes daban muestras de que no eran capaces de seguir el ritmo que se le exigía y, como consecuencia, se perdían en algunas canciones o se olvidaban de sus letras.
Así, hemos asistido a actuaciones verdaderamente ridículas (la que los cuatro finalistas tuvieron con Carly Rae Jepsen es un buen ejemplo de ello), que han servido para que el espectador comenzara a tratar el programa con cierto toque de burla. No es para menos, a las galas en directo de ‘La voz’ le han sucedido momentos descontrolados, que parecían estar diseñados sin organización y que hacía que la audiencia sufriera en ocasiones por la defensa que los concursantes debían hacer de determinadas actuaciones.
El método de eliminación de los concursantes programa tras programa tampoco ha ayudado a ‘La voz’. Ese elevado número de participantes que llegaban a la recta final eran demasiados y ahí radicaba el principal error de la última fase del programa, pero echarlos en grupo (en una de las galas hasta ocho concursantes fueron expulsados) no ayudaba a que nos tomáramos en serio el talent show. La consecuencia inmediata ha sido la emisión de galas con un ritmo atropellado, donde las actuaciones no llegaban a lucirse y donde lo más destacable era el fallo técnico de turno.
Las galas en directo de ‘La voz’ son las que han perjudicado seriamente el resultado final del programa, demostrando la importancia de la parte técnica en un espacio televisivo. El final ha perdido todo el color posible. Otro de los ejemplos lo podemos ver en el diseño de la final, en la que se sucedieron numerosas actuaciones para que después se fueran descartando finalistas con rapidez y sin emoción. Ni siquiera la elección de Rafa como ganador se vivió como tal, dejando en evidencia que quizá había prisa por terminar el programa para que el equipo pudiera respirar tranquilo. Una pena la manera en la que Telecinco ha desaprovechado esta oportunidad, justo cuando el género del talent show volvía a renacer de sus cenizas. Es posible que ‘La voz’ haya batido récords de audiencia, pero no será porque sus galas en directo hayan estado a la altura de las circunstancias. En vez de eso, hemos visto una serie de galas que no conseguían lucirse, que a veces rozaban la parodia de sí mismas, que se veían saturadas por la cantidad de promociones que incluían y que nos dejaban con la sensación de que ‘La voz’ nunca debió evolucionar de sus audiciones a ciegas. Al menos no en España.
En ¡Vaya tele! | ‘La voz’, peligros y sombras del directo
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