Ser humorista es difícil: si no logras hacer reír, pareces ridículo. Y hacer historia en el humor es mucho más complicado aún: cada uno de nosotros se ríe de distintas cosas y, como bien sabe Chiquito, estar en lo más alto de la comedia dura muy poco, menos que en cualquier otra disciplina: la gente que antes te adoraba, después está harta de ti. Pues bien, El orgullo del tercer mundo, el programa con el que Faemino y Cansado ocuparon media hora de las noches de La 2 en 1994, es Historia del Humor Español (en mayúsculas). Y eso que, paradójicamente, su cota más alta de espectadores nunca superó el millón y medio.
Dice el tópico que a Faemino y Cansado o los amas o los odias. O te partes con ellos o te parecen los tíos más aburridos del mundo. El otro tópico es que su humor es absurdo, surrealista, a veces hasta naïf. Sí, justo como el de los Monthy Python. O como el que ahora mismo ponen en antena los chicos de Muchachada Nui. La diferencia es que Faemino y Cansado, cuando llegaron a televisión, no quisieron hacer nada con ella: ni aprender el lenguaje ni rodar sketches. Su única intención era que El orgullo del tercer mundo representase bien su forma de hacer humor, así que decidieron que cada capítulo, de media hora de duración, fuese la grabación de una actuación suya en una sala de fiestas.
Sin más aliños que algún que otro rudimentario disfraz y sus palabras, Faemino y Cansado lograron atrapar el corazón de un buen número de fans. Desde entonces, conseguir entradas para sus actuaciones teatrales ha sido misión casi imposible: siempre llenan. Y El orgullo del tercer mundo, aún sin una reedición en condiciones en DVD, pasa de mano en mano o vía P2P y sigue teniendo la misma gracia que entonces.
La dinámica de El orgullo del tercer mundo era muy sencilla: Faemino y Cansado salían al escenario vestido de traje blanco y negro, con horribles camisas rojas y azules, y acompañados de una gran copa de alcohol y un cigarro. Sólo por eso, hoy, en esta televisión tan pulcra para unas cosas y tan sucia para otras, sería casi imposible emitirlo. Les recibía la canción "Dame veneno que quiero morir", también un buen eslogan para su modus vivendi y, a partir de entonces, disfrazado de típica stand-up comedy, llegaba el caos.
Nunca llegaré a saber cuánto había de improvisación en ellos, pues muchas veces las respuestas de uno parecían descolocar al otro, que soltaba algún absurdo y el chiste se reconducía hacia lugares imprevistos. Dentro de ese desorden que eran Faemino y Cansado en directo, había chistes recurrentes, frases que se repetían y, por encima de todo, una parte fundamental, creada en exclusiva para El orgullo del tercer mundo: el momento del calabozo y Kierkegaard.
Esta historia tiene su miga: cuando accedieron a hacer el programa para televisión, los productores les dijeron que había que crear una frase significativa, que calase en el público, cobrase fama y que cuando todo el mundo la utilizase, se supiese al momento que había salido de El orgullo del tercer mundo. Faemino y Cansado, que no creían demasiado en aquella visión mercantilista, escogieron una que era impensable que triunfase: por lo tonta y por nombrar a un filósofo y teólogo más bien serio y de poco calado entre la gente de a pie, el danés Søren Kierkegaard.
Llegado un momento cualquiera, en medio de una discusión entre Faemino y Cansado, uno de ellos amenazaba con llevarle a un peculiar calabozo, que cambiaba cada programa. Si el chiste iba de aviones, por poner un ejemplo, lo llevaría al "calabozo de los aviones". El otro trataba de negarse, pero, cuando ya no tenía salida, decía "que va, que va, que va...." y el público respondía "yo leo a Kierkegaard", con lo que acababa librándose con un "ah, bueno, en ese caso". Sí, es absurdo y contado no tiene gracia: como todos los momentos tremendos de los mejores humoristas, sólo ellos son capaces de convertirlo en algo gracioso.
Para sorpresa de todos, la frase se convirtió en un éxito y reconocerás a cualquier fan de Faemino y Cansado si después de decir "que va", te responde con el nombre del pobre filósofo danés, que seguro que nunca pensó en que iba a acabar tan descontextualizado.
El programa tiene tantos momentos míticos que la mayoría de sus sketches está colgados en Youtube. Sin embargo, duró sólo dos años demasiado en antena: Faemino y Cansado acabaron hartos del ritmo de grabación que les imponía la televisión y decidieron dejarla y dedicarse sólo a los teatros.
¿Dónde residió su éxito? No lo sé: para quien les adora es difícil explicarlo a quiénes no les tragan: ni hablaban casi de actualidad (excepto el chiste sobre Carlos Sainz y por qué mola más ser subcampeón) ni hacían imitaciones (excepto ese gag sencilllo y genial que fue el de Famosos en acción). La palabra, los dobles sentidos y ese acento entre andaluz y cañí conseguían todo. Con ellos, menos era más, mucho más. Ya digo: Historia del Humor Español.
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