Salomé era la octava intérprete de la historia de España que iba a cantar en Eurovisión, y tenía una tarea complicada: igualar a Massiel, que el año anterior había ganado con el ‘La, la, la’. Estamos en 1969 y la cantante cantó un tema ganador: ‘Vivo cantando’, que ya superó a otras nueve canciones en una gala en Palma de Mallorca (porque el Benidorm Fest no ha inventado nada).
Y efectivamente, ganó Eurovisión. Bueno, más o menos: es la única vez en la historia que el premio ha sido compartido… con otras tres personas.
Ya no vivo llorando (¡Eh!)
“Bien, pues, eh, vamos a llamar a los vencedores de este año por el nombre en el que aparece en… en el marcador”. Laura Valenzuela no sabía qué hacer, y todo el rato se escucha el murmullo del público de fondo: ni tan siquiera los organizadores tenían claro qué hacer a continuación. Pero el marcador en cuestión era muy claro. Con 18 puntos, en primera posición, estaban España, Reino Unido, Holanda y Francia. Juntos y revueltos.
Hay que tener en cuenta que en aquella época los países estaban representados por un jurado de diez personas de cada país: cada miembro del jurado valía un punto. Ni televoto, ni nada. Las puntuaciones estratosféricas que hay ahora, comandadas por los 758 puntos de Salvador Sobral, son una cosa más moderna.
A ‘Vivo cantando’, de Salomé, se le unieron ‘Boom Bang-a-bang’, de Lulu, ‘De troubadour’, de Lenny Kuhr y ‘Un jour, un enfant’, de Frida Boccara. Después de 14 festivales de Eurovisión, nadie había pensado en la posibilidad de un empate, por lo que los cuatro premios disponibles (a compositor, letrista, director de orquesta e intérprete) se dieron a cada una de las intérpretes de manera provisional, subsanando el error tras las cámaras. El primer festival (y a la postre, el único) celebrado en España, la primera chapuza involuntaria.
¿Empates? ¡Nunca más!
Aunque improvisar algo en el momento habría sido algo muy español, finalmente la cosa se quedó así y supuso la última vez que ganamos Eurovisión. La esperanza es lo último que se pierde, amigos eurofans. Lo hecho, hecho estaba, pero el comité organizador no dejó que le volviera a pillar el toro de nuevo: el siguiente festival se presentaría en Holanda y con normas claras para el desempate. Por si acaso.
Si volviese a suceder, todos los intérpretes empatados debían volver a cantar y los jurados votarían a mano alzada entre esos candidatos. Y si el empate aún continuaba, pues se aceptaba el empate, qué le vamos a hacer. Nunca hubo oportunidad para probar este nuevo modelo, porque en 1975, después de muchos mareos en los modos de votar, llegó la manera de votación definitiva: la conocida por todos de dar 12 puntos al favorito, aunque aún emitidos por un jurado.
En caso de empate, la ganadora sería aquella con un número superior de votos por encima de 10 puntos. Solo hubo que utilizarlo una vez, cuando en 1991 ‘Fangad av en stormvind’, de Carola (Suecia), y ‘C’est le dernier qui a parlè qui a raison’, de Amina (Francia) empataron a 146 votos. La ganadora fue Carola después de tener las mismas puntuaciones de 12 puntos y ganar por tres puntuaciones de 10. Consiguió la tercera victoria (de seis) del país.
Y ahora, ¿qué?
Por supuesto, con la introducción del televoto y una lista casi interminable de países votando también han cambiado las reglas del empate, aunque es casi imposible imaginar que dos intérpretes se vayan a volver a encontrar con 542 puntos en la cumbre. En caso de que ocurra, de todas maneras, está preparado para que no vuelva a ocurrir un Salomé: el ganador es quien haya sido votado por más países.
En todo caso, ahí está nuestra segunda victoria en Eurovisión, un empate que sabe a victoria. O al menos, a un cuarto de victoria. Vivo cantando, vivo soñando.
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