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La llegada de las teles privadas a nuestra rutinaria parrilla, allá por los 90, marcó un hito, ya lo sabemos todos. La oferta se diversificaba y podíamos elegir entre varios productos. Personalmente, sentía una chaladura tal por llegar a abarcar todos los programas que se ofrecían que creo que incluso tardé en darme cuenta de que Antena 3 y Telecinco solían echar mano de series antiguas para cubrir su parrilla. Yo sólo sabía que se me ofrecían historias que antes no había visto, y que, además, resultaban muy divertidas.
Algo así sucedió con ‘Apartamento para tres‘ una comedia estadounidense emitida por el canal ABC entre 1977 y 1984. Es cierto que entonces tal vez éramos menos exigentes, pero al recordar esta serie no puedo evitar pensar cómo una historia con cierto espolón podía resultar aún contemporánea. Seguramente, si la viéramos ahora, le pesarían las arrugas y los pantalones acampanados, pero se trata de una esas comedias construidas magistralmente para que ninguna de sus piezas chirriase y, que ayudó a crear un modelo de sitcom que todavía hoy perdura en muchas de sus pautas.
Un remake americano
‘Un hombre en casa’ es el nombre de la serie original británica producida por Thames Television entre 1973 y 1976 que dio paso a este remake que hoy ocupa nuestro Nostalgia TV. El éxito de la serie inglesa llevó a que la sitcom saltara al otro lado del charco y alcanzara gran popularidad. No menos conocidos son los spin-off que nacieron de entre sus filas. De la mano de los personajes de ‘Los Roper’, los vecinos entrometidos que son un verdadero esterotipo de las sitcoms hogareñas y que sigue funcionando como un tiro (véase entre nosotros el caso de ‘La que se avecina’ y todo lo que la rodea) nació una comedia que inclusó alcanzó más éxito que su predecesora pues se centraba en las historias “cafres” de sus protagonistas, a los que no se salvaba del pozo de la caricatura y la exageración sin ningún trazo amoroso que dulcificara sus rasgos.
La historia de ‘Apartamento para tres’ tiene una premisa que, hoy por hoy, resultaría bastante pasada de moda, ingenua y hasta un poco casposa. Todo comienza cuando dos compañeras de piso: Janet y Chrissy, necesitan encontrar a un tercer acompañante para compartir los gastos de su estupenda casita. El elegido es Jack Tripper, un estudiante de cocina que abre unos ojos como platos de Benny Hill al ser consciente de la suerte que va a suponerle vivir bajo el mismo techo que dos bellezas.
Este tópico tan manido se ve redondeado por la intromisión de los caseros/ vecinos de las chicas: los Roper. Una caricatura más negra y también más profunda y adulta del personaje de “vigilante”. Para que su casero no ponga pegas a la presencia de Jack en la casa, al nuevo trío de compañeros no se le ocurre otra genial idea que inventar que Jack es gay y, por tanto, no debe tener ningún interés carnal en las dos féminas que le acompañan. Así que la virtud de las chicas está salvada.
Con el paso de los años, la trama horizontal de esta sitcom no aguanta un nuevo examen. La “caracterización” gay del personaje masculino no resulta ni verosímil ni divertida a estas alturas. Pero, en su momento, la serie, heredera además de muchas de las tramas inglesas, se centraba en conflictos muy blancos e incluso bobos, algo frívolos, en los que nunca “llegaba la sangre al río” y donde la felicidad se reinstauraba bajo un sol que nunca se había nublado del todo. Los personajes vivían en ese “limbo” que plantean algunas sitcoms en las que los problemas surgen por malentendidos y/o por necesidades bastante livianas y relacionadas con un modo de vida hedonista y relajado, y no por problemas cotidianos que surjan del día a día y de la complicada relación que los humanos tenemos con aquello que nos rodea: la familia, el trabajo, los pagos…
Tópicos que funcionan
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Esta comedia de enredo resulta casi modélica a la hora de establecer un esquema de qué funcionaba en las sitcom de los 70. En primer lugar, un contexto paradisíaco. Los tres compañeros de pisos vivían en una especie de ‘Melrose Place‘ de la época, con todas las comodidades y lujos urbanísticos y sin ninguna rubia sociópata con falso aspecto de vecina angelical. En este marco tan agradable, asaltado por los picantes momentos que tres jóvenes en el esplendor de sus vidas están “condenados” a disfrutar, los personajes protagonistas eran tópicos ambulantes, pero funcionaron muy bien de cara a la audiencia. Rápidamente identificables, causaban empatía tanto en el sector masculino como en el femenino.
Jack Tripper, interpretado por el inolvidable John Ritter, era el protagonista masculino. Se trataba de un estudiante de cocina torpe pero bienintencionado. Representante de una vieja fantasía masculina que coloca al varón entre dos mujeres jóvenes y bellas con las que no tiene ningún compromiso sentimental y al que el hecho de compartir techo puede llevarle a encontrar a sus compañeras enfrascadas en la peripecia más sugerente que se pueda imaginar. Su mayor conflicto partía de la duda sobre con cual de las dos coquetearía más abiertamente. Ah, y por supuesto, el “disimular” delante de sus vecinos sus verdaderos apetitos sexuales. Se trata de un tipo de galán muy curioso que ha tenido continuidad después. No demasiado guapo, no demasiado inteligente, sus maneras bondadosas y amables le convierten en un tierno objetivo para las chicas, que nunca le ven como alguien peligroso sino más bien, como a un osito al que domesticar. Las circunstancias vitales le llevan a, sin comerlo ni beberlo, estar en el punto de mira de unas chicas que, en esa época, aún buscan un buen padre para sus hijos.
Janet Wood es una de las compañeras de piso de Jack. Interpretada por Joyce DeWitt, el paso del tiempo y los cambios en el reparto la convirtieron en la verdadera pareja con tensión sexual no resuelta etc de Jack. Tal vez en ello influyó el hecho de que se mantuvo durante las ocho temporadas de la serie, lo que la convirtió en una veterana que contaba con el favor de la audiencia de cara a una posible “competidora” por el amor de su compañero. Eran dos chicas y tenían que ser dos esterotipos femeninos diferentes. A Janet le tocó ser la seria y formal profesional que sabía afrontar con madurez los hechos y que, en fin, podía resultar un tanto Pepito Grillo. Por cierto, era morena, como suele pasar con tantos personajes a los que pretende “camuflárseles” la belleza bajo una supuesta intelectualidad que no deja paso para nada más.
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La tercera pata de esta silla era Chrissy Snow, una rubia tan despampanante como corta de luces, una relación directamente proporcional entre ambas facetas. Interpretada por Suzanne Somers, cargó con gran parte del tono cómico y de slapstick de la serie. El personaje trabajaba como secretaria y su verdadero nombre era Christmas Snow (Nieve de Navidad). Su comicidad venía porque, hablando claro y llano, estaba buena y pretendía no saberlo. Incapacitada para la maldad o la detección de una mala intención, sus problemas venían por ser tan guapa y tan buena gente y porque tantos y tantos hombres pretendían aprovecharse de su sexual candor. Tanta bondad no tuvo contrapartida en la vida real pues Somers hizo temblar los cimientos de ‘Apartamento para tres’ cuando, en la quinta temporada, pretendió un aumento de sueldo y el 10% de las ganancias de la serie. La negativa de los productores tuvo como resultado el sabotaje de la rubia actriz, que se dedicó a presentar partes médicos falsos para cubrir sus ausencias. Finalmente, la actriz fue sustituida por otra rubia primero y otra rubia después, en el tercer caso, y a diferencia de sus predecesoras, un personaje más inteligente y sagaz.
Manual para comedias blancas
Muchas veces hemos oído que en sitcom funcionan estructuras con seis personajes fijos y potentes. El resto de protagonistas que no vivía en ese apartamento que venía a ser como una casa de chocolate con sujetadores tendidos, estaba formado por otros tres modélicos y sólidos tópicos conformados por el amigo mujeriego y caradura de Jack, el (otro tópico que nos acaba de centrar al personaje) vendedor de coches usados, Larry Dallas. Una mosca alerta a posarse en el hombro de la chica.
Y para cerrar el elenco y, para muchos, las verdaderas estrellas del show, puesto que consiguieron un spin-off que es tanto o más recordado que la serie origen, los caseros de los chicos, el matrimonio formado por Los Roper. Propietarios del edificio, esto les daba todo el poder para meterse en los detalles más íntimos y vergonzantes de sus inquilinos, y el derecho a manipular, malmeter y, por supuesto, criticar. Dejaron la serie para protagonizar la suya propia después de la tercera temporada, y aunque fueron sustituidos por una nueva casera, no se pudo recuperar la comicidad de sus personajes, aunque construidos también desde el tópico, auténtico puntal de la modernidad de la serie, puesto que eran crudas caricaturas sin ningún lugar para la redención. Exagerados y radicales, hacían las delicias de un público que quería algo más que edulcoradas relaciones.
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‘Apartamento para tres’ no sea quizás la comedia más recordada, la de los diálogos más brillantes y las situaciones más divertidas, pero es un buen ejemplo de cómo se trabajaban los productos en una época de la televisión en la que cada detalle era estudiado al dedillo, para conseguir un encaje perfecto de piezas y dar al espectador ni más ni menos que lo sus expectativas demandaban: humor blanco con toques de ligera sexualidad, chicos y chicas guapos de una clase media con aspiraciones y situaciones rocambolescas bajo la placidez de una primavera eterna.
Ficha Técnica: Apartamento para tres
La llegada de las teles privadas a nuestra rutinaria parrilla, allá por los 90, marcó un hito, ya lo sabemos todos. La oferta se diversificaba y podíamos elegir entre varios productos. Personalmente, sentía una chaladura tal por llegar a abarcar todos los programas que se ofrecían que creo que incluso tardé en darme cuenta de que Antena 3 y Telecinco solían echar mano de series antiguas para cubrir su parrilla. Yo sólo sabía que se me ofrecían historias que antes no había visto, y que, además, resultaban muy divertidas.
Algo así sucedió con ‘Apartamento para tres‘ una comedia estadounidense emitida por el canal ABC entre 1977 y 1984. Es cierto que entonces tal vez éramos menos exigentes, pero al recordar esta serie no puedo evitar pensar cómo una historia con cierto espolón podía resultar aún contemporánea. Seguramente, si la viéramos ahora, le pesarían las arrugas y los pantalones acampanados, pero se trata de una esas comedias construidas magistralmente para que ninguna de sus piezas chirriase y, que ayudó a crear un modelo de sitcom que todavía hoy perdura en muchas de sus pautas.
Un remake americano
‘Un hombre en casa’ es el nombre de la serie original británica producida por Thames Television entre 1973 y 1976 que dio paso a este remake que hoy ocupa nuestro Nostalgia TV. El éxito de la serie inglesa llevó a que la sitcom saltara al otro lado del charco y alcanzara gran popularidad. No menos conocidos son los spin-off que nacieron de entre sus filas. De la mano de los personajes de ‘Los Roper’, los vecinos entrometidos que son un verdadero esterotipo de las sitcoms hogareñas y que sigue funcionando como un tiro (véase entre nosotros el caso de ‘La que se avecina’ y todo lo que la rodea) nació una comedia que inclusó alcanzó más éxito que su predecesora pues se centraba en las historias “cafres” de sus protagonistas, a los que no se salvaba del pozo de la caricatura y la exageración sin ningún trazo amoroso que dulcificara sus rasgos.
La historia de ‘Apartamento para tres’ tiene una premisa que, hoy por hoy, resultaría bastante pasada de moda, ingenua y hasta un poco casposa. Todo comienza cuando dos compañeras de piso: Janet y Chrissy, necesitan encontrar a un tercer acompañante para compartir los gastos de su estupenda casita. El elegido es Jack Tripper, un estudiante de cocina que abre unos ojos como platos de Benny Hill al ser consciente de la suerte que va a suponerle vivir bajo el mismo techo que dos bellezas.
Este tópico tan manido se ve redondeado por la intromisión de los caseros/ vecinos de las chicas: los Roper. Una caricatura más negra y también más profunda y adulta del personaje de “vigilante”. Para que su casero no ponga pegas a la presencia de Jack en la casa, al nuevo trío de compañeros no se le ocurre otra genial idea que inventar que Jack es gay y, por tanto, no debe tener ningún interés carnal en las dos féminas que le acompañan. Así que la virtud de las chicas está salvada.
Con el paso de los años, la trama horizontal de esta sitcom no aguanta un nuevo examen. La “caracterización” gay del personaje masculino no resulta ni verosímil ni divertida a estas alturas. Pero, en su momento, la serie, heredera además de muchas de las tramas inglesas, se centraba en conflictos muy blancos e incluso bobos, algo frívolos, en los que nunca “llegaba la sangre al río” y donde la felicidad se reinstauraba bajo un sol que nunca se había nublado del todo. Los personajes vivían en ese “limbo” que plantean algunas sitcoms en las que los problemas surgen por malentendidos y/o por necesidades bastante livianas y relacionadas con un modo de vida hedonista y relajado, y no por problemas cotidianos que surjan del día a día y de la complicada relación que los humanos tenemos con aquello que nos rodea: la familia, el trabajo, los pagos…
Tópicos que funcionan
Esta comedia de enredo resulta casi modélica a la hora de establecer un esquema de qué funcionaba en las sitcom de los 70. En primer lugar, un contexto paradisíaco. Los tres compañeros de pisos vivían en una especie de ‘Melrose Place‘ de la época, con todas las comodidades y lujos urbanísticos y sin ninguna rubia sociópata con falso aspecto de vecina angelical. En este marco tan agradable, asaltado por los picantes momentos que tres jóvenes en el esplendor de sus vidas están “condenados” a disfrutar, los personajes protagonistas eran tópicos ambulantes, pero funcionaron muy bien de cara a la audiencia. Rápidamente identificables, causaban empatía tanto en el sector masculino como en el femenino.
Jack Tripper, interpretado por el inolvidable John Ritter, era el protagonista masculino. Se trataba de un estudiante de cocina torpe pero bienintencionado. Representante de una vieja fantasía masculina que coloca al varón entre dos mujeres jóvenes y bellas con las que no tiene ningún compromiso sentimental y al que el hecho de compartir techo puede llevarle a encontrar a sus compañeras enfrascadas en la peripecia más sugerente que se pueda imaginar. Su mayor conflicto partía de la duda sobre con cual de las dos coquetearía más abiertamente. Ah, y por supuesto, el “disimular” delante de sus vecinos sus verdaderos apetitos sexuales. Se trata de un tipo de galán muy curioso que ha tenido continuidad después. No demasiado guapo, no demasiado inteligente, sus maneras bondadosas y amables le convierten en un tierno objetivo para las chicas, que nunca le ven como alguien peligroso sino más bien, como a un osito al que domesticar. Las circunstancias vitales le llevan a, sin comerlo ni beberlo, estar en el punto de mira de unas chicas que, en esa época, aún buscan un buen padre para sus hijos.
Janet Wood es una de las compañeras de piso de Jack. Interpretada por Joyce DeWitt, el paso del tiempo y los cambios en el reparto la convirtieron en la verdadera pareja con tensión sexual no resuelta etc de Jack. Tal vez en ello influyó el hecho de que se mantuvo durante las ocho temporadas de la serie, lo que la convirtió en una veterana que contaba con el favor de la audiencia de cara a una posible “competidora” por el amor de su compañero. Eran dos chicas y tenían que ser dos esterotipos femeninos diferentes. A Janet le tocó ser la seria y formal profesional que sabía afrontar con madurez los hechos y que, en fin, podía resultar un tanto Pepito Grillo. Por cierto, era morena, como suele pasar con tantos personajes a los que pretende “camuflárseles” la belleza bajo una supuesta intelectualidad que no deja paso para nada más.
La tercera pata de esta silla era Chrissy Snow, una rubia tan despampanante como corta de luces, una relación directamente proporcional entre ambas facetas. Interpretada por Suzanne Somers, cargó con gran parte del tono cómico y de slapstick de la serie. El personaje trabajaba como secretaria y su verdadero nombre era Christmas Snow (Nieve de Navidad). Su comicidad venía porque, hablando claro y llano, estaba buena y pretendía no saberlo. Incapacitada para la maldad o la detección de una mala intención, sus problemas venían por ser tan guapa y tan buena gente y porque tantos y tantos hombres pretendían aprovecharse de su sexual candor. Tanta bondad no tuvo contrapartida en la vida real pues Somers hizo temblar los cimientos de ‘Apartamento para tres’ cuando, en la quinta temporada, pretendió un aumento de sueldo y el 10% de las ganancias de la serie. La negativa de los productores tuvo como resultado el sabotaje de la rubia actriz, que se dedicó a presentar partes médicos falsos para cubrir sus ausencias. Finalmente, la actriz fue sustituida por otra rubia primero y otra rubia después, en el tercer caso, y a diferencia de sus predecesoras, un personaje más inteligente y sagaz.
Manual para comedias blancas
Muchas veces hemos oído que en sitcom funcionan estructuras con seis personajes fijos y potentes. El resto de protagonistas que no vivía en ese apartamento que venía a ser como una casa de chocolate con sujetadores tendidos, estaba formado por otros tres modélicos y sólidos tópicos conformados por el amigo mujeriego y caradura de Jack, el (otro tópico que nos acaba de centrar al personaje) vendedor de coches usados, Larry Dallas. Una mosca alerta a posarse en el hombro de la chica.
Y para cerrar el elenco y, para muchos, las verdaderas estrellas del show, puesto que consiguieron un spin-off que es tanto o más recordado que la serie origen, los caseros de los chicos, el matrimonio formado por Los Roper. Propietarios del edificio, esto les daba todo el poder para meterse en los detalles más íntimos y vergonzantes de sus inquilinos, y el derecho a manipular, malmeter y, por supuesto, criticar. Dejaron la serie para protagonizar la suya propia después de la tercera temporada, y aunque fueron sustituidos por una nueva casera, no se pudo recuperar la comicidad de sus personajes, aunque construidos también desde el tópico, auténtico puntal de la modernidad de la serie, puesto que eran crudas caricaturas sin ningún lugar para la redención. Exagerados y radicales, hacían las delicias de un público que quería algo más que edulcoradas relaciones.
‘Apartamento para tres’ no sea quizás la comedia más recordada, la de los diálogos más brillantes y las situaciones más divertidas, pero es un buen ejemplo de cómo se trabajaban los productos en una época de la televisión en la que cada detalle era estudiado al dedillo, para conseguir un encaje perfecto de piezas y dar al espectador ni más ni menos que lo sus expectativas demandaban: humor blanco con toques de ligera sexualidad, chicos y chicas guapos de una clase media con aspiraciones y situaciones rocambolescas bajo la placidez de una primavera eterna.
Un remake americano
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