Muchas veces es difícil valorar la labor de un montador o montadora más allá del ritmo que sepa darle a las secuencias, la limpieza de sus cortes —de los pasos de un plano a otro— o las decisiones sobre ubicaciones. En algunos films o series en los que la narración lo requiera, también podemos juzgar su buen gusto con respecto a las transiciones y otro tipo de efectos elegidos para, por ejemplo, introducir flashbacks o flashforwards y cosas similares. Nos fijaremos en si prefiere los cortes a los fundidos o encadenados, si introduce fotogramas en blanco y golpes sonoros, si opta por el montaje discontinuo —jump cuts— o respeta el ráccord… Con todo esto parece que podríamos evaluar su trabajo, pero seguiremos en la incapacidad de aventurar ningún juicio, pues estas elecciones pueden venir de dirección.
Mucho más importantes que estas cuestiones externas son las decisiones estructurales y con ellas es aún más difícil decir si son obra de quien monta la película. Estas determinaciones podrían tomarse en la sala de montaje, pero igualmente podrían haber estado establecidas de antemano en el guión y haber sido rodadas para ser montadas así. De hecho, esta segunda opción es la habitual. Ocurriría todo en montaje sólo en los casos en los que el resultado visto en una primera versión no fuese satisfactorio. Sin una crónica donde nos cuente qué decisiones tomó o qué le venía ya determinado, resulta complicado calcular qué mérito o qué autoría tiene un/a montador/a dentro de una película en términos estructurales y profundos.
En los casos de los films de Quentin Tarantino, donde el juego con las estructuras, con los puntos de vista y los saltos temporales son su mayor marca de autor, supondríamos que el guionista y director tiene todas estas decisiones ya marcadas desde el guión. Pero eso no quiere decir que la tarea de su montadora, Sally Menke, no fuese laboriosa y apreciable, ya que poner en práctica todos estos postulados no puede resultar sencillo.
Por todo ello, nos llena de congoja, tanto como de desconcierto, conocer la noticia de la extraña muerte de Menke. Podríamos dudar de si es ironía o predestinación que las circunstancias de su fallecimiento se asemejen tanto al inicio de un capítulo de cualquier serie policial del momento: dedicada a la ficción, sufre una muerte que parece de ficción. Pero la respuesta no es ninguna de las dos, sino lo que ya hemos dicho muchas veces: la realidad supera a la ficción.
Ayer, lunes, por la mañana, Menke salió a pasear al perro, muy abrigada —según fuentes del vecindario—, a pesar de la ola de calor que ya se había anunciado para Los Angeles. A la hora a la que ya debería haber regresado, sus amigos alertaron a la policía, al ver que no estaba aún de vuelta. La policía desplegó a los perros rastreadores y los helicópteros, que pasaron horas tratando de dar con ella. Su coche se encontró en un aparcamiento de Griffith Park, cerrado de llave. El perro apareció con vida. El cadáver de Menke se halló en el fondo de un barranco, cerca de Green Oak Drive.
Además de todas las películas de Tarantino por las que la nominaron dos veces al Oscar, Menke había montado ‘Todos los caballos bellos’, de la que también era productora; ‘Mullholland Falls’, ‘Daddy and them’, ‘La sombra de la noche’, ‘Las tortugas Ninja’, ‘El cielo y la tierra’ y algún otro título.
Sally Jo Menke, de 56 años, estaba casada con el director de cine y televisión Dean Parisot, con quien tenía dos hijos.
Vía | L. A. Now.