Ciencia-ficción: 'La fuga de Logan', de Michael Anderson

Repasando el otro día los títulos que hasta ahora componen este ciclo de ciencia-ficción que dimos comienzo hace poco menos de un año, resulta curioso observar el carácter dual que ha sido constante del género desde siempre: de una parte, el ir acoplándose a los gustos del público de la época —algo que, por otra parte, no es exclusivo de la ciencia-ficción—, de la otra, el servir como reflejo "pervertido" del contexto sociocultural al tiempo que se posiciona como crítica sobre algunos de los males que aquejan a la especie humana, ya sean eternos o anclados a la realidad del momento.

Traducida en los derroteros por los que fue transitando el género a lo largo de las décadas, está claro que los años cincuenta fueron los de las cintas de monstruos e invasiones extraterrestres, los sesenta se caracterizaron por lo errático de sus planteamientos —y no era para menos dadas las convulsiones que agrietaron Estados Unidos— y que, llegados los setenta, la ciencia-ficción se asentó en la descripción de las distopías, esos futuros en los que la humanidad tal y como la conocemos, y por acción de mil agentes diferentes, ha terminado por "irse al garete".

Pasión por las distopías

Y sólo hay que echar un rápido vistazo a los catorce títulos que ya hemos analizado de la citada década para percartarse, a través de más o menos la mitad de ellos, de que dibujar posibles realidades en las que jugar con la infinidad de posibilidades que nos depara ese desconocido tiempo que es el futuro era algo que hace cuarenta años primaba sobre otras opciones en el género que es objeto del presente ciclo.

A títulos como los ya revisados 'Cuando el destino nos alcance' ('Soylent Green', Richard Fleischer, 1973) o 'THX 1138' (id, George Lucas, 1971) viene hoy pues a sumarse 'La fuga de Logan' ('Logan's Run', Michael Anderson, 1976), adaptación de la novela homónima publicada en 1967 por William F. Nolan y George Clayton Johnson de la que la producción cinematográfica toma ciertas premisas, apartándose no obstante de muchos de los planteamientos que el texto original contenía y cambiando de forma radical a algunos de los personajes que conforman el núcleo central de la novela.

En lo que ambas tienen en común, 'La fuga de Logan' nos traslada a un futuro —2116 en la novela, 2274 en el filme— en el que los humanos viven confinados en unas superestructura controlada por un ordenador que rige toda sus existencia. Una existencia ésta completamente hedonística que, para evitar la sobrepoblación, se ha limitado a 30 años —20 en la novela—, edad a la que los habitantes de la 'Cúpula' se someten a un extraño ritual de renovación llamado "Carrusel" que en realidad no es más que la forma adoptada por la inteligencia artificial para liquidar de forma expeditiva a los ciudadanos sobrantes.

Esta práctica, ignorada por la masa, ha provocado la aparición de los corredores, habitantes que han alcanzado la edad crítica y que se niegan a morir, buscando una salida a esa inmensa cúpula que los aprisiona y que los lleva al Santuario. Perseguidos por los Sandmen, una policía creada por el ordenador central, será precisamente uno de ellos llamado Logan, encarnado con su habitual indolencia por Michael York, el catalizador llamado a descubrir la verdad tras los muros de la cúpula y, en última instancia a traer una nueva vida a sus congéneres.

'La fuga de Logan', adocenar a la masa

Los tintes mesiánicos del personaje de Logan, unidos a esa soslayada descripción del personaje y de la Jessica 6 interpretada por Jenny Agutter como unos futuros Adán y Eva, concretan la vertiente de lecturas religioso-bíblicas de un filme que, en lo estrictamente visual —y pocas serán las veces que servidor haya llegado a afirmar ésto de una película—, pide a gritos una revisión capaz de hacernos olvidar lo dolorosamente setentero del diseño de producción y vestuario del que hace gala una producción demasiado ligada a su época como para haber resistido incólume el paso de los años.

Añadiendo leña a ese regusto añejo y hortera que caracteriza la práctica totalidad del metraje, encontramos también la ecléctica partitura de Jerry Goldsmith, un score consciente —como todos los del desaparecido maestro— del material que maneja y que se mueve en dos ámbitos bien diferenciados: los de las texturas electrónicas y estridentes asociados a la vida en la cúpula y las melodías de corte sinfónico que acompañan a la pareja protagonista toda vez comienzan a explorar el mundo exterior, en el que la vegetación ha tomado por completo la superficie del planeta.

Dejándonos esa segunda vertiente del filme imágenes tan imborrables como la de la estatua del Lincoln Memorial de Washington cubierta de hiedra, y revestido todo lo que transcurre fuera de la cúpula de mayor peso en la trama que lo narrado en el primer tramo del metraje —mucho hace aquí la aparición de ese grande que siempre fue Peter Ustinov—, es precisamente éste al que nada mal le sentaría un remake que perfilara algo mejor ese oscuro futuro tan cercano en ciertos sentidos a nuestra actualidad que es el que se describe en 'La fuga de Logan'.

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