Yo no saldría si fuera vosotros. Ese francotirador tiene talento.
-Soldado Jackson
Mira la jungla. Mira esas enredaderas. Retorciéndose, tragándoselo todo. La naturaleza es cruel, Staros.
-Coronel Gordon Tall
Recientemente, dándome un paseo por la red, descubro uno de esos viejos foros que hace años abrieron este debate, un debate que a mí me parece apasionante, porque aunque es verdad que son películas muy diferentes, también tienen muchos puntos en común que resulta interesante poner en contacto, por la sola razón de que con ello se discute sobre dos formas muy distintas de entender y vivir el cine.
En 1998 se estrenaron, con pocos meses de diferencia, dos de las películas bélicas más famosas de los últimos años, dirigidas por sendos directores míticos, ambas sobre la segunda guerra mundial, aunque con dos entornos muy distintos. Por un lado la gris y deprimente Francia ocupada (filmada en Normandía, pero también Irlanda y algunos puntos de Reino Unido), y por otro la exuberante Guadalcanal (además de esa isla, los exteriores son de islas Solomon y Queensland, Australia). Dos maneras de mirar. Una es notable, la otra sublime.
La película de Steven Spielberg fue el mayor éxito económico de aquel año, lo que teniendo en cuenta su extrema violencia gráfica, que la obligó a exhibirse como NC-17, es una hazaña aún mayor por tratarse el director de quien se trata. Cinco Oscar rubricaron su excelente año, y no ganó el de mejor película porque se la llevó la muy inferior ‘Shakespeare in Love’. En cuanto a la de Malick, significó su regreso después de veinte años desaparecido del mapa. Soy consciente de que muchos prefieren la primera respecto a la segunda. Yo sólo voy a dejar mi punto de vista.
Mientras que ‘Salvar al soldado Ryan’ es una gran película, pues dentro de ella hay mucho gran cine, poniéndola al lado de la monumental obra de arte de Malick, parece cine convencional, incluso tosco. Por supuesto que la propuesta de Spielberg es muy diferente, pero mientras la suya parte de las convenciones del género y de un clasicismo hijo de Ford y Walsh, la de Malick sencillamente no tiene precedentes, y está fuera de todo parámetro.
El de Spielberg es un relato clásico de itinerario, con un grupo de hombres bien definido, una historia potente y una puesta en escena soberbia. Muchos se sorprendieron de lo descarnado de sus imágenes, lo que fue lo más comentado en el momento de su estreno, como si Spielberg nunca hubiera filmado un tiburón comiéndose a dentelladas a Robert Shaw. El principal problema que tengo con esta película son su prólogo y epílogo innecesarios, ñoños y reiterativos. Sin ellos la película hubiera ganado en unidad y fuerza dramática. En el resto Spielberg tenía la lección bien aprendida, y se dispuso a filmar las más realistas secuencias bélicas de la historia.
El bélico, un complejo género
Mucho se ha hablado del desembarco de Normandía, esos veinte minutos largos que nos dejaron a todos boquiabiertos. Son ciertamente impresionantes, y merecen pasar con letras de oro a la historia del cine. Para muchos, es lo mejor de la película, e incluso el resto es un pegote necesario pero menor. Yo, por mi parte, también considero soberbia la secuencia de la batalla final y todo el bloque entre las ruinas del pueblo francés, tan deudor de ‘La chaqueta metálica’.
El tono de Spielberg, además, es abiertamente elegíaco y épico. Para él, la Segunda Guerra Mundial fue un evento crucial en la historia del hombre, y se le nota una autoexigencia que no vemos en otras películas suyas. Alumno aventajado de los grandes maestros de la narración norteamericana, está dispuesto a dejar una aportación en la que no escatima suciedad, veracidad, emotividad, una planificación cuidada hasta el mínimo detalle, una representación brutal del campo de batalla.
También existe un cierto cinismo no sólo en su propio punto de vista sobre las decisiones de los jefazos del ejército norteamericano, también en la forma en que su pelotón acoge esas decisiones, en un ejemplo de permitir que el tema fluya desde sus personajes, y no venga impuesto desde los intereses del director. Aunque en este punto Spielberg se muestra ambivalente y termina por otorgar una aureola de heroísmo a sus soldados, y una extraña justificación moral a las decisiones del ejército norteamericano.
De hecho, hay destellos que quedan fuera de lugar, o que parecen reprimidos, como Caparzo (un buen Vin Diesel) asegurando, fuera de sí, que ellos no acribillarían a un mensajero alemán, cuando su capitán (un sorprendente Hanks) le asegura que sí lo harían. Reflexiones interesantes que a Spielberg le importan poco. Lo suyo es la furia y la intensidad, como el eléctrico momento del francotirador, o la emboscada final. Es un portentoso alquimista audiovisual que nos regala grandiosos espectáculos, llenos de emoción y belleza.
Más allá del género
Pero todo lo de lo que es capaz Spielberg en esta notable película, toda esa furia, el horror de la guerra, los combates descarnados, la planificación audiovisual, está contenido en ‘La delgada línea roja’, en la que hay muchas cosas más además de estas. Más niveles, más lecturas. El extraordinario bloque, escalonado en varias secuencias y segmentos, de la toma de la posición de la colina, rivaliza con el Spielberg más inspirado, y la secuencia de la batalla final, en el que las exhaustas tropas japonesas son aniquiladas y puestas de rodillas es, probablemente, tal como aseguraba Nacho Aguilar en zonadvd la más perfecta secuencia bélica de la historia del cine, además de una de las más terribles.
La pericia y la genialidad de Malick en cuanto a la planificación, la disposición de espacios y tiempos rítmicos, el sublime trabajo de cámara (quizá las más maravillosas tomas de steady y de grúas que se han visto en cine), valdrían para superar a la práctica totalidad de directores, salvo muy pocos maestros de la puesta en escena, como el propio Spielberg. Pero es que, además, trasciende con mucho los encorsetamientos del género para construir una lírica representación de los momentos más íntimos de la muerte, una interiorización anímica del asesinato, una crónica de la destrucción de la naturaleza con lo que esto supone de desconexión con lo único que tenemos de eterno.
Para Malick la guerra es una excusa con la que poder desplegar un coro de voces interiores, una sinfonía lírica de imágenes y sonidos sagrados, prístinos, de escasa vocación narrativa y cuyo mayor objetivo es convertir al cine en un altar de esperanza, en el arte que siempre debió ser y que muy pocas veces es, sometido como está a las leyes del mercado, de lo narrativo y lo políticamente correcto. Malick está más allá de modas, de estilos, de taquilla y de géneros.
Postdata y Fotografía
Los dos mejores trabajos del a menudo autocomplaciente director de fotografía Janusz Kaminski, son precisamente aquellos por los que ha ganado el Oscar: ‘La lista de Schindler’ y ‘Salvar al soldado Ryan’. Trabajos superlativos, sobre todo el primero de ellos. Su labor en el segundo, con un estilo cercano al documental, desaturando los colores, con abundante grano y muchísimo contraste, es magnífica, pero ha de situarse por debajo del alucinante trabajo de fotografía de John Toll para Malick, que es considerado por muchos de los profesionales de esa disciplina como uno de los mejores de la historia.
Y no sólo en la fotografía, el sonido no tiene nada que envidiar al del todopoderoso Spielberg, ni el diseño de producción. En realidad, técnicamente es igual o mejor, y estéticamente es muy superior. Es como colocar a Megan Fox al lado de Gloria Grahame. Fox es espectacular, impactante. Pero si la colocas al lado de Grahame, parece hasta convencional, del montón. Es lo que tienen las obras de arte.