Este corto documental clásico, dirigido en 1949 por Georges Franju es posiblemente el primer shockumentary hecho nunca. Se suele llamar así al cine documental más centrado en los aspectos más desagradables y horribles de los temas que trata, algunos dirigidos a denunciar algún tema en particular, otros a explotar el morbo de las imágenes. En algunos casos uno enmascara el otro. Un ejemplo de esos casos es el subgénero ‘mondo’.
Muy habitualmente, se tomaban escenas reales de muerte de animales para crear una textura de denuncia que derivaban en puro sensacionalismo, llegando a infectar dicha tendencia a películas del género caníbal como la mítica ‘Holocausto caníbal’ (Cannibal Holocaust, 1980) o incluso las propias películas de animales asesinos como ‘Wild Beasts’ (Belve feroci, 1984). En cierta forma, esta pequeña obra sería el precedente, aunque sus intenciones no eran las mismas.
Del hiper-realismo al surrealismo
En el corto, los mataderos sirven como punto de contraste al ser expuestos en su actividad del día a día con escenas tranquilas de la vida de la ciudad. Imágenes cotidianas para cualquier habitante son yuxtapuestas con la sangrienta carnicería de las habituales mañanas de trabajo de profesionales de la industria de la carne que, aburridos, realizan el alienante trabajo de verdugo con monotonía en las fábricas de las afueras de la ciudad.
Un caballo, vacas y ovejas son asesinados violentamente, rajados y mutilados antes de que uno le dé tiempo a parpadear. Todo se baña con ríos de sangre procedente de espantosos cuerpos sin cabeza. A la experiencia le añades silencios naturales y una ocasional narración monocorde, típicamente francesa, y se convierte en una pesadilla surrealista que tiene más que ver con el Buñuel de ‘Las Hurdes, tierra sin pan’ (1933) que de video promocional de PETA.
Esta fue la primera (y más extrema) de una serie de cortos documentales de Franju, que exhibe sus obsesiones personales en contra la guerra y otros temas sociales antes de pasarse a la ficción y lograr obras maestras como ‘Los ojos sin rostro’ (Les yeux sans visage, 1960). Su carácter neo-realista conecta la vida suburbana con la muerte real de tal forma que hace que los degüellos parezcan completamente usuales, rutinarios.
La crueldad como sustento
Esto emplaza a un discurso que incluye la violencia como parte de nuestra cultura y las pesadillas que se derivan de la guerra, que surgen de la aceptación de esta en la vida ordinaria. El mundo material de la película refuerza esta idea: muebles viejos abandonados, mercados callejeros, secado de sábanas y detalles abstractos como un maniquí, una pintura de Renoir, paraguas y niños jugando al aire libre.
Gente que se enamora, niños que se divierten, una mujer se besa y de pronto, un fundido nos devuelve al matadero. Un detalle poético importante antes de mostrar la violencia sin embellecerla ni un poco. Hay discusión sobre la alegoría de la película. Mientras está claro que refleja la posición de las víctimas del holocausto de apenas cuatro años antes (al final vemos cerrar las puertas del matadero, como las puertas de Auschwitz), su idea va más allá.
Aunque haya sido asimilada como el resto de activismo en contra del consumo de carne, en realidad, en el momento en el que fue realizada ese movimiento no estaba desarrollado como para que Franju se adscribiera al mismo, pero por el contrario, sí obtiene un peso de conciencia sobre la ceguera de una sociedad occidental, que decide ignorar los horrores sobre los que se sostiene, ya sea tortura animal, hambre, explotación infantil y otros pecados por los que no pagamos ninguno de los que disfrutamos de la cómoda vida del primer mundo.
- Podéis ver el corto en su totalidad aquí. Ojo, las imágenes son tremendamente perturbadoras.
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