No es solo que la entrada cueste mucho, ni que la película esté pasado mañana en streaming: son muchas, muchísimas cosas al mismo tiempo
Cualquier persona que diga que hay un solo motivo por el que la gente no va al cine, o que hay una solución milagrosa que mejoraría la taquilla inmediatamente solo es un charlatán. Ir al cine, que en el siglo XX era el entretenimiento barato y social que nadie quería perderse, se ha convertido en un simple nicho que solo se reactiva de forma masiva en días muy específicos. Y la culpa no es exclusivamente de un solo factor, sino de un buen puñado de ellos que, al juntarse, han dado lugar a la tormenta perfecta.
Reducirlo al mantra de "los precios" o "el streaming" no ayuda a ver la realidad como un prisma repleto de aristas, reflejos y problemas, unos sobre otros. Algunos pueden solucionarse provisionalmente, pero otros están destinados a erosionar para siempre el cine contemporáneo, que se va a ver obligado a mutar una vez más después de estas décadas de películas-evento multimillonarias con las que arrastrar al público a las salas (y no seré yo el que se niegue al retorno del cine de mediano presupuesto). Vamos a echar un vistazo a todo lo que está pasando, lo que tiene solución y lo que no en un problema tan complejo como difícil de solucionar. Tristemente.
El precio
Nadie niega que ir al cine un domingo a las seis de la tarde a un centro comercial a la mejor sala posible y pidiendo el menú palomitas XXL para toda la familia sea caro. Lo es, y muchísimo: una pareja con dos niños puede gastarse tranquilamente más de ochenta euros para ir a ver una película que, además, puede no cumplir las expectativas. Sin duda, explicado así, el precio es un problemón. Y sin embargo...
Hay alternativas que ya están en pie. El día del espectador, Miércoles al cine, Cine senior, la tarjeta Unlimited de Cinesa, descuentos si vuelves al cine o si utilizas tarjetas de puntos o bonos. Claro, no todo el mundo puede ir un miércoles al cine y no siempre amortizas la tarjeta ilimitada, pero muchas salas han dado un paso de gigante para tratar de solventar los problemas económicos. Es más, algunas incluso tienen promociones con las que se rebajan el precio de las palomitas en caso de que no puedas vivir sin ellas.
Y siempre sale el ejemplo de la Fiesta del Cine. Claro. Los cines se llenan durante cuatro días con las entradas a 3,5 euros, pero no es prueba de que lo fueran a hacer el resto del año a ese precio, ni mucho menos. Precisamente los cines se llenan porque hay una campaña de márketing destinada exclusivamente a llenarlos durante esos días y dar un balón de oxígeno a las salas, igual que lo hacían los primeros Miércoles al cine. Se trata de crear curiosidad y formar un evento social en el que las películas son lo de menos.
La Fiesta del Cine funciona porque es algo social que, si se aceptara como nueva normalidad, acabaría por dar incluso menos beneficios: subiría el público pero no lo suficiente como para compensar la rebaja. Porque este no es el único problema. Ojalá lo fuera. De hecho, cines del centro de Madrid (que es lo que conozco, no os voy a mentir) cuestan 5 euros los lunes y miércoles todo el año, precisamente cuando la Fiesta del Cine está activa. Y las salas no están llenas, ni mucho menos. El público general ve el cine como "un plan", no como una tradición. Lo que se sale de lo normal es un plan. ¿La cotidianeidad? No.
El streaming
¿De qué sirve correr al cine a ver una película (porque si es minoritaria durará muy poco en cartelera) si en apenas un par de meses estará en un servicio de streaming en tu televisión de 55 pulgadas? Es más, en estos tiempos en los que las majors quieren beneficios inmediatos, lo de "meses" es una entelequia: muchas veces solo hay que esperar unas semanas para poder comprarlas en VOD y, por tanto (por mal que esté decirlo), estén disponibles para piratear. ¿Por qué gastar tiempo y dinero en ir a ver 'El especialista' si podré verla en mi casa incluso antes de que termine su andadura en las salas?
Esta es una de las mayores y peores consecuencias de la distribución de cine post-pandemia, cuando las productoras descubrieron que la única manera de seguir dando beneficios en un año convulso era estrenar las películas lo más rápido posible en sus servicios o incluso de manera simultánea. ¿El resultado? A la vista está: la gente ya no tiene FOMO (miedo a perderse el evento del momento) por ir a las salas al haber dinamitado el sistema de distribución clásico.
Hace muchos años, si no veías la película en el cine, te tocaba esperar medio año a que apareciese en el videoclub, y mucho más si esperabas a su emisión por televisión o su compra en físico. Incluso cuando solo estaba Netflix, sabías que tardaría en llegar. La sala de cine tenía valor, aunque solo fuera por la premura. En 2024, la cartelera se ha convertido solo en un catálogo de lo que estará el mes siguiente en streaming, un simple restaurante de aparente lujo en el que picar de vez en cuando en lugar de disfrutar de la misma comida en casa.
La solución aquí pasa por arreglar otro problema: la crisis del streaming, el VOD y las productoras lanzándose como locas a tener su propio rincón en Internet donde ser las que más pronto sacan las películas, las que antes se saltan la antigua ventana de distribución y las que acumulan más pérdidas ingentes. Tarde o temprano se darán cuenta de que el modelo actual es insostenible y hace mal tanto a las salas como al streaming, haciendo que ambos pierdan valor. Pero cuando reconozcan que han metido la pata, quizá sea demasiado tarde.
La calidad de las películas
Siempre que se habla de la crisis de las salas actual aparece alguien repitiendo un mantra que no por repetido es real: ya no se hace buen cine, todo son secuelas, remakes y franquicias. Y es verdad, hay mucho de eso. Son los productos que llenan las salas, aunque sea de manera raquítica. A su lado languidecen las propuestas realmente creativas y transgresoras, con un público general que considera que no son "para ver en cine". O sea, no tiene estruendo, imágenes en 4K relucientes y efectos especiales a la última.
Hay buenas películas, pero también regulares y malas. Las ha habido toda la vida, más o menos en el mismo porcentaje. El problema es el de siempre, de un tiempo a esta parte: acostumbrados a comer espaguetis, no se nos ocurre ni por un momento tomar algo que no sean espaguetis, pero nos quejamos de que el menú sea el mismo. La pescadilla que se muerde la cola. Hay cine fabuloso esperando que va más allá de los blockbusters, las sagas y las comedias españolas al estilo Santiago Segura, pero el público no quiere salir de ahí. Solo quiere quejarse de que no tiene otras opciones... aunque las haya.
Existen. Solo ahora mismo en cartel, preparadas para la Fiesta del Cine, tenemos 'Tatami', 'Segundo premio', 'El último late night', 'Calladita', 'Caída libre', 'El mal no existe', 'Rivales' o 'Nina' esperando que alguien las descubra y vaya un poco más allá. Por supuesto, hace falta que las salas apuesten por ellas, algo que, especialmente en provincias, no ocurre salvo en sesiones imposibles, creando la sensación de "más de lo mismo" constante, un runrún imparable de mediocridad injusta.
Sí, se hace muy buen cine. No, la famosa "inclusión forzada" que suele seguir a la frase "Ya no hay buenas películas" y de la que muchos alardean es una estupidez rancia y falsamente provocativa que, en todo caso, nada tendría que ver con la calidad de las historias que se cuentan. Sí, tenía que hablar del tema aunque fuera ligeramente. Sí, soy consciente de que hay cierta gente que va a leer esta frase y va a querer correr a los comentarios a soltar una perorata ignorando el tema del artículo y convirtiéndolo en un capítulo más de la guerra cultural más aburrida posible. Es lo que hay en estos días de crispación continua.
El cambio generacional
La Generación Z (y la Alfa) ha nacido con sobredosis de entretenimiento. Televisión, podcasts, videojuegos, novelas, cómics, YouTube, Twitch, TikTok, redes sociales... Han pasado de ser público pasivo a creadores activos, y no ven ningún atractivo a ir al cine para pasar dos horas en completo silencio, sin poder mirar el móvil ni convertirlo en tendencia. Sí, 'Barbie' fue un triunfo, pero, en parte, porque añadía una pátina de "happening". No era una película: era un hito cultural.
'Barbie', aparte de una fabulosa película, fue aquello que todo el cine de éxito debería aspirar a ser ahora mismo: un lugar en el que "hay que estar". Hay que vestirse de rosa, convertirla en la protagonista de los memes, en el centro de la cultura durante un mes. ¿Quieres entrar en la conversación? ¿Quieres crear contenido? Tienes que ver 'Barbie'. Y puede que sea la única que, de manera directa o indirecta, haya sabido comprender a toda una generación desarraigada de las salas.
Como millennial que tuvo el cine como gran protagonista en mis años lectivos, no tengo ni idea de cómo volver a inculcar el amor por un arte que te exige tanto tiempo en tiempos de PTSD cultural, TikToks de 15 segundos y scrolling continuo que, oh paradoja, se entremezclan con transmisiones interminables en Twitch o ensayos culturales de cuatro horas en YouTube. Simplemente, el cine no interesa. No tanto como la literatura (fomentada gracias a las redes sociales) o las series. No es un evento social... y pocos jóvenes tienen como costumbre ir una vez a la semana como ocurría antaño.
Y es imposible revertir esto. Aceptémoslo. Los cines pueden intentar convertir las películas en una fiesta "instagrameable", pero, al final, por mucho brilli-brilli, neón y photocall que pongan a la entrada, siguen siendo varias horas con la luz apagada donde no se puede grabar a la pantalla ni hacer contenido para tus fans, por pocos que sean. Ir al cine es, por así decirlo, tiempo perdido en este continuo producir al que nos hemos acostumbrado y solo una gota en el océano del entretenimiento actual que nos ha dado ya contenido para llenar varias vidas. Con énfasis en la palabra "contenido".
La distancia al cine
Como digo, yo solo puedo hablar de Madrid, donde tenemos cinco cines en versión original (seis, contando Sala Equis) en pleno centro con precios más o menos competitivos y una calidad más o menos decente. Pero en la mayoría de las ciudades, los cines han ido abandonando los bulevares para encontrar un refugio en los centros comerciales apartados de los núcleos urbanos, para los que hay que estar atento al transporte público o gastar gasolina. Y no siempre apetece.
Si para ir al cine tienes que reservar una hora de trayecto de ida y vuelta, una cena en el centro comercial porque se te hace tarde y, además, aguantar los anuncios excesivos al inicio de cada proyección, es probable que quieras mandar la idea a freír gárgaras. Y si los centros comerciales no son ya lo que eran (ni en España ni en Estados Unidos), los cines incrustados en ellos han visto reducidos también su afluencia. Es simple cuestión de números.
Si para ir a ver, pongamos, 'El reino del planeta de los simios', debes hipotecar al menos cinco horas de tu tarde al salir de trabajar o estudiar (en el mejor de los casos), conducir o ir en autobús a las afueras, o incluso a otra ciudad, lo más probable es que vuelvas al punto dos: "Me espero a que la pongan en streaming". Hay soluciones, claro, pero pasan por un aumento de la infraestructura y ayudas del gobierno a las salas que aún resisten en las ciudades. Y no está el horno para bollos, me temo.
Mil motivos más
Cada uno tiene su motivo principal por el que no va al cine, que va desde el precio de las palomitas hasta la falta de oferta en versión original o la mala educación del público (algo que, desde la proliferación de los móviles inteligentes, se ha hecho aún más patente). El caso es que las salas de cine parecen condenadas salvo por un pequeño romanticismo de los que llevamos acudiendo toda la vida. No hay un solo problema, no hay una única solución, y nadie debería afirmar vehementemente que es así porque es su caso particular.
Hace tiempo se dijo que el cine viviría solo de "películas-evento", pero ni siquiera las diseñadas con esta intención están triunfando. Entonces, ¿qué? ¿Cuál es el futuro? ¿Las salas servirán solo para alquilarlas y proyectar la película que quieras, como hacen en el Artistic Metropol de Madrid? ¿Servirán para proyectar películas de todas las épocas, como en el Phenomena de Barcelona o las filmotecas? ¿Se convertirán en proyectos de nicho de los que solo queden unos pocos en 2030? Me temo que no hay conclusiones sencillas, porque es uno de los temas más complejos que aquejan ahora mismo a la industria. Y si no tiramos entre todos (público, salas e industria) será la crónica de una muerte anunciada que ya se va desangrando poco a poco.
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