A los 18 años nos perdimos a una de las mentes más prodigiosas de nuestro país, pero el escándalo tapó su inteligencia
Si has visto 'La virgen roja' (o 'Mi hija Hildegart', la anterior y superior versión de la historia) ya sabrás por qué la vida de Hildegart Rodríguez merece ser contada una y otra vez. Hace más de 90 años de su muerte, pero sigue siendo una vida tan absolutamente increíble que es imposible no quererlo saber todo, como parte de un true crime antes de que este género tuviera nombre. ¿Era la relación con su madre realmente así de fría? ¿Fue todo teoría? ¿Qué no nos ha contado el cine sobre ella? Aquí os vamos a contar la historia real de una mujer española que el franquismo quiso no pudo borrar: el "modelo de mujer del futuro". O sea, Hildegart.
La mujer definitiva
En 1930, una autora desconocida por aquel entonces publicaba un ensayo de más de 300 páginas titulado 'Tres amores históricos'. En él, comparaba las relaciones de Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa y los Amantes de Teruel (sí, tú también has hecho automáticamente la rima en tu cabeza). Lo que pocos sabían es que la autora de esa obra, sesuda, inteligente y que llamó la atención del público de la época, tenía solo 16 años, ninguna experiencia en el amor y, de hecho, había sido entrenada por su madre hasta ese glorioso momento.
Pero volvamos hacia atrás. Hildegart Leocadia Georgina Hermenegilda María del Pilar Rodríguez Carballeira (sí, ese era su nombre completo) nació el 9 de diciembre de 1914. Su padre era un cura, con el que Aurora Rodríguez Caballeira, su madre, mantuvo "tres encuentros físicos" sin pasión ni plaer, según sus propias palabras, segura de que jamás podría volver a pedir explicaciones sobre el bebé (aunque se sabe que durante cuatro años se acercaba a verlo, antes de que Aurora se lo prohibiera para que no le inculcara ningún ideal). Su idea era dar a luz y criar al ejemplo de mujer perfecta, un ideal para el futuro, una superdotada que no se saliera del molde que había creado para ella.
Y vaya que si lo consiguió, al menos durante un tiempo: a los 18 años, mientras el resto de los estudiantes estaban apuntándose a la universidad, Hildegart ya era licenciada en derecho con sobresaliente, estudiaba otras dos carreras y había sido vicepresidenta de las juventudes del PSOE, aunque acabó distanciándose después de que su modo de pensar, junto con el de su madre, tirara más hacia el anarquismo. En total publicó quince libros, dieciséis monografías, centenares de artículos, habló de sexología, eugenesia y feminismo como nadie de la época y conoció a famosos escritores alrededor del mundo que la respetaban como una igual. Eso sí, poco le duraron estos méritos.
La muerte roja
Para que nos hagamos una idea de hasta qué punto llegaba la influencia de Hildegart, el propio HG Wells (autor de 'La guerra de los mundos' o 'La isla del Doctor Moreau') quería llevarla a Londres para tenerla como su secretaria. ¿El motivo real? No era darle trabajo, claro: Wells pretendía que pudiera desarrollar todo su potencial fuera de las garras de su opresora madre, que empezó a emparanoiarse viendo cómo su proyecto de mujer perfecta se le deshacía entre las manos.
En 'La virgen roja' nos muestran a Hildegart alejándose de su madre para tener un affaire amoroso con Abel Vilella, un socialista que algunos dicen que le enseñó la realidad tras la teoría que tanto promulgaba. La realidad es que murió virgen, y probablemente esta relación, de haberla, no tuvo tanto que ver con el final de su vida como la paranoia y las ansias de poder de su madre, que veía cómo se estaba implicando cada vez más en política ("asuntos de socialeros y comuneros", decía) y no en la condición de la mujer, el núcleo de su "creación".
Pese a que Hildegart intentó marcharse varias veces de casa, las amenazas de su madre hicieron que se quedara con ella. Las cosas se recrudecieron el 27 de mayo de 1933, cuando la joven informó a su madre de sus intenciones de irse a vivir a Londres, donde aparte de Wells conocía a mucha gente de la cultura que la respetaba como escritora y activista. Aurora no pudo soportar la idea de perderla y la encerró en casa, quitándole el teléfono y cualquier vía de relación con el exterior. Finalmente, el 9 de junio de 1933 decidió acabar con la vida de Hildegart de cuatro disparos: tres en la cabeza y uno en el corazón. En el fondo, pura poesía. La artista estaba viendo cómo su creación se descascarillaba, y decidió romperla antes de que mutara por sí sola.
Justo antes de este punto, Hildegart había recibido tanta tortura psicológica que no sabía qué era realidad y qué no, debido a que su madre la trataba de convencer continuamente de que los hombres solo querían alejarla de sus propósitos socialistas, y utilizar su inteligencia para sus beneficios propios. Aurora fue condenada a 26 años de cárcel y acabó su vida en un manicomio, habiendo fracasado en su ideal: Hildegart acabó siendo pasto de los rumores y los cotilleos de la prensa amarilla de la época, más interesada en la carnaza que en sus artículos y pensamientos. Poco importa que fuera una de las pensadoras más progresistas de su época, o que dejara tras de sí un legado feminista que perdura hasta nuestros días: su historia se comió su trabajo, su vida y, en definitiva, su legado.
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