"Ella es la mujer niña, la minifalda que va sola". Que rime es lo de menos
En 2001, Eduardo Martínez-Rico se encontró durante varios días con Francisco Umbral sobre su carrera para escribir el libro 'Vida, obra y pecados', y, por tercera vez durante esas entrevistas, el escritor sacaba a colación la misma serie, cuando le preguntaban si seguía yendo tanto al cine: "No, pero ayer vi 'Ally McBeal' en la televisión, que me ha puesto cachondo". Martínez-Rico contestaba "Este libro tengo que subtitularlo 'Conversaciones con Francisco Umbral y Ally McBeal'". Y es que el autor, una de las piezas clave para entender la historia literaria de España (tristemente conocido hoy en día tan solo por la frase "He venido a hablar de mi libro"), era un fan irredento de Calista Flockhart hasta unos límites que no imaginaríais jamás.
Searchin' my Umbral
A tanto llegaba la obsesión, que en un encuentro de El Mundo con los lectores allá por el 2000, Umbral nombraba hasta en tres ocasiones a la abogada televisiva ("A mí también me gustaría estar en Estados Unidos, pero con Ally McBeal"; "Ally McBeal también tiene curvas"; "Me gustan como Ally McBeal todas las mujeres") y, de hecho, incluso tenía un póster en su despacho. Eso nos da una idea de hasta qué punto caló la serie en su estreno en Telecinco, allá por marzo de 1999.
Este fanatismo se llegó a cristalizar en tres poemas que ha rescatado el sabio de la cultura pop Santi Pagés en Bluesky para sorpresa de todos. Umbral, conste, no los escribió con intención de publicarlos (en vida tan solo publicó un libro de poesía, en 1981, titulado 'Crímenes y baladas'), sino que fueron encontrados por su mujer, María España, tras su muerte, y recopilados en 'Obra poética (1981-2001)'. En ellos, el escritor le dedicaba versos a Francisco Picasso, Fernando Fernán-Gómez o José Saramago, sí, pero también a Inma del Moral, Sara Montiel o Sharon Stone. ¿Echamos un vistazo a uno de ellos, concretamente al último que le dedicó en julio de 2001?
Ha vuelto Ally McBeal
la chica sola
con sus grandes chaquetas
y sus ojos de pez.
Acuden aureolas
a su pelo,
ella es la mujer niña,
la minifalda que va sola,
sus largas piernas de deseo
como sus manos párvulas,
dos ardillas que esconde
en las mangas sin fondo de la ropa.
Acude Ally McBeal,
llovida de funcionarios
asustando a los hombres
como asusta una niña
con un rifle.
Ella es la mujer niña
lo que siempre buscamos
enamorada y sola
siempre de tipos raros.
Ella es tan personaje
como ese perro Snoopy
pero con muchas dudas
sobre el pene.
Como ese perro Snoopy
Ese final no le visteis venir, ¿eh? Lo cierto es que, más allá de la broma, es injusto reducir a Francisco Umbral al fango del cachondeo (y la cachondez), porque en él había una poesía y una prosa triste, una pesadumbre que se traducía en frases que solo podía haber escrito él, y que no merece (no del todo, al menos) el tono con el que ha pasado a la historia. Y algo de eso transpira en el segundo poema dedicado al personaje de Calista Flockhart.
Ally McBeal, la chica de la tele,
la novia de mis jueves impacientes,
mujer adolescente, colegiala,
párvula delicada de la vida,
muchacha a la que miro por la tele
y le escribo estos versos inseguros,
y sigo hablando solo, hablando a solas
cuando ella se me aleja, lentamente,
por la niebla de Boston, por el humo,
en la noche romántica y traidora,
como una niña que ya llega tarde,
como hospiciana inédita del mundo.
Ally McBeal, la novia que perdimos,
allá quedó en el parque, rosa rosa,
mordiéndose las uñas como tu,
mordiéndose los puños del jersey,
espantando los ojos como tú,
creyendo en lo que pasa como tú,
porque solo eras tú, entonces y ahora,
novia última del cine, niña mala,
eso de lo que puedo enamorarme
porque mi viejo corazón lo entiende.
Por si no has visto la serie, cabe destacar que Flockhart tenía 33 años cuando empezó con 'Ally McBeal', así que se alejaba bastante de ese ideal adolescente de Umbral. Como curiosidad, en 2002 el escritor ya se había desenganchado de la serie. Lo sé porque en un artículo de El Mundo escribía, hablando sobre la caza a Osama Bin Laden, "puede dar mucho juego en la televisión ahora que decaen Ally McBeal y Concha Velasco". El amor no dura para siempre.
Hija de Broadway, madre de la tele
Antes de esa decadencia, aún dedicó un tercer poema, en noviembre del 2000, al retorno televisivo de la serie, que debía esperar como agua de mayo a tenor de sus palabras.
Ha vuelto a su lugar Ally McBeal.
Espero que algún día nos enseñe
su delicado ombligo adolescente.
Los últimos esnobs la han elegido musa,
yo la quiero como se quiere siempre
a una madre que es hija, o a la inversa.
Aún se sopla el flequillo como niña,
aún sus atrevidas minifaldas,
todavía la luz de su sonrisa,
esos inmensos ojos abiertos al amor,
los pechos que no existen,
las larguísimas piernas tan seguras.
Hija de Broadway, madre de la tele,
es la revolución más personal
que nos había llegado desde Allen.
La quiero y no lo sabrá nunca,
la quiero y no importa que lo sepa.
Ally McBeal ,mi niña treintañera,
niña por siempre ya, como mi Alicia.
Estaría mal terminar esta ronda de alabanzas a 'Ally McBeal' -a base de poemas que a día de hoy pueden resultar estridentes- sin destacar, como bien me comenta Santi Pagés, que Umbral tenía mano para la poesía, más allá de la befa al leerlo ahora, como demuestra en este poema titulado 'La soledad', que nos da una cara distinta de la que podríais imaginar al leer las palabras dedicadas a la protagonista de una serie de televisión de finales de los 90. Quedaos con esto mejor.
Hablo de soledad
porque estoy solo.
Soledad es un pez que nada el tiempo,
la soledad es una puerta abierta
que da a puertas abiertas
y vacías.
No es ausencia de gente el estar solo.
Es ausencia de mí entre la gente.
El que no está soy yo,
y ellos no saben,
soledad es morirse a cualquier hora
junto al museo de los medicamentos.
Soledad es un agua que no hay,
un solo que se ha dormido en los cristales,
silla que no hace juego,
un hueco en la memoria,
soledad es un hombre solitario
que se acerca a mirar las papeleras.
Hoy me he visto a mí mismo,
fastuoso de soledad, como un mendigo,
mirando una lejana papelera
y sacando un periódico del fondo,
que es el mismo que lleva en el bolsillo,
porque lo sacó ayer, y así por siempre.
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