La obra de Nigel Kneale fue el '1984' contemporáneo
"Más pronto de lo que piensas…", rezaba el rótulo inicial de 'The Year of the Sex Olympics' en 1968. De algún modo, tenía razón. A la distopía creada por Nigel Kneale se le asocia predecir el futuro del reality. Lo que se planteaba como una parodia tonta de los Juegos Olímpicos resultaba ser ficción especulativa sobre la dinámicas de poder entre medios y audiencia.
La BBC estrenaba aquel año el especial como parte de 'Theatre 625', una serie antológica de obras teatrales rodadas para televisión por diferentes autores británicos de la época. Kneale venía años antes de hacer una controvertida adaptación de '1984' para la cadena, y ahora se atrevía con un relato propio que era incluso más incendiario.
Seduciendo y atrapando a la audiencia
La obra está ambientada en un futuro distópico en el que la gente es adicta a las pantallas. Una sociedad jerarquizada donde la élite ("High Drives", algo así como "Altos Impulsos") controla al pueblo llano ("Low Drives") a través de la televisión. El pueblo llano se representa como una masa informe de ciudadanos desempleados y apáticos, dispuestos a consumir cualquier cosa que la élite le muestre.
La pornografía es la programación principal, y las "Olimpiadas Sexuales" son la máxima expresión de ello. Una competición de sexo donde la victoria o derrota tiene que ver con si son capaces de mantener el interés del pueblo, descalificando a las parejas con poca audiencia. "El sexo no es para practicarlo, es para verlo", dice Nat Mender, uno de los High Drives, a sus compañeros de realización.
Pero incluso el sexo insensibiliza si se satura con ello, y la audiencia no está dando más de sí. El suicidio de uno de los High Drives resulta ser un inesperado pico de audiencia, lo que da la idea de crear un nuevo programa: 'The Live Life Show', una grabación en directo en la que abandonan a su suerte a una pareja de voluntarios de la élite en una isla remota.
Capitalizando en el morbo televisivo. El origen del reality
El nuevo programa resulta ser un éxito rotundo. Hastiados del contenido más manufacturado, la audiencia reacciona con fuerza a lo que se siente cómo "real", con un programa que explota de forma sensacionalista emociones como el deseo o el morbo. Ver penurias y secretos íntimos de otros resulta ser todo un descubrimiento para la audiencia, que sale de su apatía por completo.
La tesis es a veces algo moralista. Hay quizás una excesiva fijación por el intelectualismo y se nota el odio que Kneale procesaba a la televisión, con solo un par de personajes en la obra mostrándose interesados por otro tipo de artes (como la pintura) y siendo castigados por ello. Pero esta visión sin grises dibuja una sátira que en no pocas ocasiones se siente demasiado cercana a la realidad actual.
Verla en 2024 es todo un descubrimiento, la influencia de la obra en otras distopías es palpable. Su tono es muy árido. Similar a como funcionan distopías contemporáneas como 'Black Mirror', no hay un ápice de esperanza o humanidad en la historia, que además tiene un final realmente trágico. La obra explora la muerte de las emociones humanas, con una civilización futura que necesita agentes externos que le digan cómo deben sentirse.
Parte de su legado es gracias a Brian Cox. El británico intepreta a uno de los villanos principales, parte de la élite mediática obsesionada con la audiencia, en lo que es también un rol extrañamente premonitorio de su futuro como Logan Roy. En una charla reciente con BFI sobre su carrera, Cox habló de su importancia: "Era una pieza extraordinaria de trabajo, y realmente predijo el reality televisivo. Siempre pensé que era un buen show, y un show pertinente, porque era un cuento con moraleja".
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