Hace diez años ya del cierre del Cine Imax de Madrid. La que en algún momento fuera una iniciativa con tecnología de vanguardia y grandes promesas ahora es un edificio que se yergue solitario y lleno de polvo en las inmediaciones de Tierno Galván. La crisis económica y deudas de más de cinco millones de euros, entre otras complicaciones, acabaron con él.
A finales del año pasado se publicó la iniciativa en el BOAM (Boletín Oficial del Ayuntamiento de Madrid) que oficializaba los planes de reforma y posterior reapertura. No más grandes estrenos cinematográficos, las instalaciones se convertirán en un teatro que triplicará el aforo original.
De las 447 plazas originales del cine IMAX se pasará a unas 1.300 butacas en lo que será un interior remodelado. Una modernización de sus salas que se espera que incluyan entre otros espectáculos de teatro, danza y lírica. Es el fin de un edificio que pretendía ser referente en la industria cinematográfica, pero que llegó en el momento equivocado.
Grandes promesas rotas
El sueño de IMAX en España empezó en los noventa. Seguía la inercia del éxito de la Expo Universal de Sevilla del 92 donde se instaló la primera pantalla IMAX en el país. El IMAX era un formato que venía de Canadá y fue desarrollado en los sesenta. Una iniciativa que buscaba aumentar la inmersión cinematográfica y lo conseguía sincronizando hasta nueve proyectores en una pantalla gigante, todo un hito en el momento.
Siguiendo el éxito de Sevilla y viendo las posibilidades del formato, en 1995 se inauguraron las pantallas de Barcelona y Madrid. Había sido fruto de un contrato demanial (el trato de privatizar un bien público) que ponía a la empresa privada Teatromax a cargo de estas instalaciones. La de Barcelona se situaría en el IMAX Port Vell, y la de Madrid en el parque Tierno Galván, naciendo así un impresionante edificio blanco de silueta muy característica.
Proyectado sobre una pantalla semiesférica, el espacio de visión tenía unas dimensiones colosales: 900 metros cuadrados de superficie y 30m de diámetro, el equivalente a 3,5 pistas de tenis, con las que se obtienen imágenes analógicas de extraordinaria calidad y gran definición. Este tamaño de sala Omnimax, Dome o "Cúpula" la coloca entre las más grandes de entre sus semejantes en todo el mundo.
Para entendernos, y aunque el de Tierno Galván contase con "apenas" 447 butacas, tiene el diámetro de las pantallas prototípicas que tendrían salas de 1.000 butacas (que han sido un puñado en España, se cuentan con las manos de los dedos). La emblemática sala del Kinépolis de la Ciudad de la Imagen de Madrid, donde tienen lugar algunas de las premieres más selectas del país, es de 10 x 25 metros, lo que ofrece un diámetro de 26,93 metros.
En redes sociales pueden encontrarse esporádicos llamamientos de ciudadanos cinéfilos que pedían la reapertura de semejante ingeniería escópica. En un vídeo tributo en YouTube un nostálgico comentaba sobre su visita durante su infancia: "todo el colegio estaba flipando y el profe también. Fue la mejor experiencia de cine de mi vida".
Independientemente de la ilusión o el escepticismo con el que cada uno esperara esto, la tecnología IMAX se enfrentaba a los retos que se han enfrentado tantos otros formatos experimentales de cine como el 3D, el 4DX o las pantallas de 270º. Se trata de tecnología muy cara de producir, en salas muy caras que construir, diseñadas para unas películas que no pueden permitirse apostarlo todo por ese formato, y dirigidas a un público que tampoco necesita de grandes experimentos cuando va al cine.
La sala de Madrid y sus equivalentes por todo el mundo ofrecían unas condiciones de exhibición envidiables y la posibilidad de retransmitir una calidad de imagen casi futurista, pero el modelo de negocio sobre el que se construyó IMAX optó por financiar y proyectar documentales, obras espaciales e infantiles, mientras que la industria cinematográfica mundial, esa que sí es masiva y para todos los públicos, le dio la espalda a esas posibilidades conformándose con formatos de grabación pequeños (35mm y similares) a proyectar en pantallas menos potentes.
El fin de la sala de Sevilla debería haber funcionado de anticipo para lo que vendría. En 2004 la que había sido una sala pionera en España cerró por falta de uso. Diez años más tarde, en 2014, Teatromax anunció el cierre de sus salas en Madrid y Barcelona y presentó las instalaciones a concurso de acreedores con deudas que superaban los 5,5 millones de euros y una facturación anual que apenas llegaba a los 1,5 millones.
"Hemos mantenido una actitud heroica hasta ahora pero no podemos seguir esperando", decía en aquel momento Juan José Castelló, CEO de Teatromax. A las dificultades de esta nueva tecnología en salir adelante había que sumarle los efectos aún latentes de la crisis ecnonómica del 2008, que en 2014 solo estaba en proceso de una débil recuperación. Esto desde luego no ayudaba a minimizar los costes de producción ni animaba a la industria a tomar riesgos con un nuevo formato cuyo público aún no estaba del todo ahí.
Casi otros diez años más tarde de su cierre, la comunidad de Madrid repite algo similar a lo que hizo en los noventa. La reforma y reapertura de la sala pasa por una privatización de las instalaciones que durará 32 años, con posibilidad de prórroga durante dos periodos más de cinco años si así lo solicitan con antelación. La intención es modernizar el edificio y ampliar la oferta cultural de Madrid en su nuevo propósito. Se cierra así una etapa que casi acaba por completo con la industria del IMAX en España.
El sueño continúa
No toda ilusión está perdida. Aunque el final de la iniciativa de Teatromax haya sido trágico, al contrario que el 3D, las pantallas de 270º u otras iniciativas, el formato IMAX no solo ha dado sus frutos en otros lugares, sino que el tiempo la ha colocado como una de las piezas fundamentales de la industria cinematográfica actual.
Los torpes inicios comerciales de la tecnología no evitaron que fuera ganando grandes adeptos, pero no fue hasta el empujón de directores entusiastas como Christopher Nolan o Denis Villeneuve que el formato se hizo totalmente mainstream. Actualmente hay unas 1.700 salas IMAX en 69 países. A pesar de que suponen apenas el 1% de las pantallas, y si bien casi la mitad se encuentran en EEUU, su recaudación no es baladí. Para Dune Parte II, el 22% de su recaudación vino de IMAX, aproximadamante unos 150 millones de dólares si tenemos en cuenta las cifras actuales.
Incluso durante el covid, los cines IMAX florecieron en una época en la que al resto de cines les estaba costando sobrevivir. Las tendencias de consumo han cambiado en los últimos años, y con el auge del streaming, los espectadores están empezando a valorar lo diferencial de la experiencia cinematográfica como un gran espectáctulo frente a quedarse en casa.
Actualmente, en Madrid el formato sigue viviendo gracias a dos pantallas: las salas premium de Cinesa Parquesur, y el Kinépolis de Ciudad de la Imagen. Esta última además estrenada tan recientemente como el año pasado, y con tecnología de última generación de proyección láser, única en la ciudad.
De haber llegado en otro momento, probablemente Teatromax habría disfrutado de un éxito mayor. El primer gran bombazo del formato, 'Guardianes de la Galaxia', no llegó hasta agosto de 2014 y para aquel entonces la compañía ya estaba poniendo el candado. Desde entonces otras películas han encontrado un hogar en estas grandes pantallas. Quizás el propósito original del edificio ya no persista, pero su legado ha ayudado a introducir en el país una nueva formar de entender el cine que aún está luchando por encontrar su hueco.
Imágenes: Webedia, Asociación Legado Expo Sevilla, IMAX
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