Leyendo en diagonal las entrevistas de Albert Serra, el director catalán podría pasar por un irredimible e inaguantable mentecato. Y bien es cierto que la autoproclamada "madre Teresa de Calcuta del cine español" colecciona titulares que favorecen el salvaje clickbait mediático para dar forma a uno de los personajes más polémicos y odiados por su radical visión de la industria cinematográfica, la creación audiovisual y su aparente falta de originalidad, o productos como 'Star Wars' o las series, que considera nocivos para el espectador.
Pero, partiendo solo de las imágenes de su filmografía, y dejando de lado sus jugosas hot takes que cualquier periodista cultural ardería en deseos de publicar, Serra es uno de los cineastas más relevantes del siglo XXI a nivel nacional e internacional. Habitual en el festival de Cannes, el director de 'Pacifiction' colecciona premios y reconocimientos por doquier en cualquier territorio que no sea el español, donde su irrevocable castigo es ser odiado por propios y extraños que se muestran más que dispuestos a condenar sus palabras sin asomarse a sus imágenes.
Y es que Serra no se ha ganado su reconocimiento por azar ni por el consolidado establishment del cine de autor europeo: son sus películas y su radical aproximación a las imágenes las que hablan por un cineasta comprometido con la búsqueda de lo que hay tras el ojo de la cámara (digital), su voluntad de que ficción y no ficción sean indistinguibles, su narrativa (cuando se intuye) surgida en la sala de montaje, su tratamiento de las soledades contemporáneas y las (cuestionables) hipocresías de todas las sociedades, su curiosidad por mostrar las oscuridades y recovecos de la(s) historia(s), o su política actoral regida por el abandono para evitar la construcción dramática.
Si bien quien firma nunca hablará (sin ironía) de "separar la obra del autor" por un entendimiento tan simple como que todo arte está condicionado por su contexto, la figura pública de Albert Serra, un irritable dandy pagadísimo de sí mismo, no debería eclipsar su riguroso proceso cinematográfico ni su entereza como creador. Son estas razones las que convierten su obra en una apabullante losa cuyos efectos sobre quien mira (da igual si es disfrute o carga, atracción o repulsión) solo conducen a un asombro aplastante.
El rodaje como compromiso irreductible con las imágenes
Serra es un director de imágenes meticulosas (no se entiende que 'Pacifiction' no opte, ni siquiera, al Goya a la Mejor dirección de fotografía por la labor de Artur Tort), donde hay un sentido clarísimo y más que estudiado de la puesta en escena. El aparataje de sus películas se construye no tanto durante el rodaje como en la sala de montaje, un claro reflejo de su esforzada y obsesiva búsqueda de algo más tras la cámara.
Las cámaras trabajan sin ton ni son (tres cámaras digitales que graban al mismo tiempo), lo que le permite obtener imágenes a tutiplén en busca de una suerte de esencia que, a priori, existe, pero es difícilmente perceptible. Así lo explicaba en una entrevista sobre 'Liberté', su penúltima película, para Espinof: "Las cámaras escrutan algo que está allí, algo sobre lo que yo no tengo ninguna idea, ni los propios actores pueden controlar".
Desde 'Honor de Cavalleria', en la que se atisbaba un inesperado sentido de la maravilla en una visualidad irrepetible, el director parece obsesionado con volver a encontrar esas imágenes inocentes. Su proceso es, entonces, una operación inversa que, desde el escrutinio performativo y el particular contexto de sus secuencias (hipermediatizadas, con una dirección de interpretación casi ausente y con agresivos choques en busca de lo genuimo, le permita volver a encontrar estas imágenes, como un paciente cazador que pone todas sus trampas (el rodaje) hasta que la presa indómita (las imágenes) cae en ellas.
Una de las más elocuentes exploraciones de la obra de Serra habla de este cambio de sentido en busca de imágenes pregnantes: "No se trata de revelar a los seres filmados tal y como son sino de situarlos en un contexto escénico singular —un rodaje inmersivo sin pautas de guion, sin indicaciones de dirección y con tres cámaras filmando al mismo tiempo que dejan sin un objetivo de referencia a los actores— para que afloren inconscientemente aspectos inéditos de ellos registrados por el dispositivo".
Hacia una política del abandono entre las sombras de la(s) historia(s)
La extrañeza de las miradas observadas y observantes en las películas de Serra, que tienen en 'Liberté' su máxima expresión, nacen durante los rodajes no solo por la estrategia multicámara del director. El realizador opta por reducir al mínimo la comunicación con sus actores, para que la interpretación sea continua en el set y los actores nunca salgan de su personaje, pero también para que los actores no puedan anticipar y evitar las consecuencias primarias e instintivas causadas por las (reducidas) órdenes del cineasta.
Este peculiar acercamiento a la política actoral desde el abandono aporta al cineasta una suerte de autenticidad entre prefabricada (por machacona insistencia ante las miles de imágenes que la cámara captura) y genuina (porque, después de romper todas las barreras de la actuación tras el agotamiento, deja solo esencia). Una fórmula que, acompañada de una planificación apabullante (cómo olvidar el tróspido baile de Benoît Magimel en 'Pacifiction', injusto olvidado en categorías interpretativas), deja imágenes hipnóticas y pregnantes.
Como le ocurre en la búsqueda de sus imágenes, Serra se asoma entre los recovecos más oscuros y macabros de la Historia, en busca de la otra cara del progreso y de un idealismo hipócrita y descreído: es el caso de su acercamiento a la Ilustración en 'La muerte de Luis XIV' y, especialmente, 'Liberté', como denuncia de la hipocresía de la burguesía francesa.
Pero la fijación del director con las sombras de la(s) historia(s) no busca solo perversidades, pues también hay espacios liminales en el ámbito de los grandes relatos, no necesariamente históricos, y una cierta obsesión por lo mítico, que son los que Serra rescata: los extraños entretiempos de su particular visión del Quijote en 'Honor de Cavalleria', el extrañado transitar hacia ningún lugar de los Reyes Magos en 'Els cants dels ocells', o la contraposición de Casanova y Drácula en 'Història de la meva mort'.
Las películas de Serra, siempre situadas en territorios liminales (del relato, del formato, de la construcción de personajes), tienen un primer germen en la captación de sus imágenes, pero tanto o más importante es el trabajo en la sala de montaje.Es más: la construcción narrativa de sus obras, si acaso se atisba, nunca está descrita previamente, pues nacen entre el buceo obsesivo del director y sus montadores en el amplísimo bruto. Decíamos antes que Albert Serra es un cazador: pues en montaje se convierte en quien amansa las fieras, un domador de imágenes asilvestradas a las que prepara para ser vistas en una pretendida pureza que maravilla, pero deja incógnitas.
'Pacifiction': el infierno poscolonialista con el que Albert Serra culmina sus obsesiones
Con el inicio de 'Pacifiction', pareciera que Albert Serra se traicionara y cediera espacio a una narración que, a pesar de su congruente ritmo pausado, tal y como ocurre en un paraíso de lentitudes como la Polinesia Francesa, podría pasar por convencional.
Pero el espíritu del director es incorruptible, y lo que se asemejara a un relato accesible pronto se deshilacha hasta todos los abandonos posibles, dejando espacio para cuerpos solitarias y miradas perdidas que dejan la luz del atardecer y se adentran en los neones de la noche.
El descenso irrefrenable hace que la cinta sea plenamente congruente en el opus del cineasta y, a la vez, renovadora hasta cierto punto: aunque viaje hacia lo confuso, siempre queda al fondo la sensación de relato; a diferencia de sus obras anteriores, no busca entre las sombras de las ideas ilustradas o los grandes relatos, sino entre las de la historia más reciente; a pesar de insistir en soliloquios y abandonos ante la cámara, muchas de sus escenas guardan relación entre montaje…
Siendo, al menos en apariencia, la más convencional de sus películas, 'Pacifiction' es la confirmación definitiva (si es que hacía falta) de la consolidación del director, lo que no exime su carácter afano y de voluntad confusa e incomprensible. Pero el cine de Serra es uno de esfuerzos y recovecos, no tanto por aportar recompensas a quienes entran en el juego y descifran sus aparentes enigmas, sino por estimular la velocidad del pensamiento y la sobreinterpretación. ¿Es eso bueno, o no necesariamente? Y, sobre todo, ¿importa esa pregunta en un panorama en el que las imágenes apenas exudan sentidos por mucho que las estrujemos?
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