Pocas personalidades, entendida la expresión en el sentido estricto (diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra), resultan tan rotundas como la del cineasta neoyorquino, de origen italiano, Martin Scorsese (de verdadero nombre Martin Scorzeze, nacido el 17 de Noviembre de 1942 en Queens, Nueva York), dentro del cine norteamericano de las últimas cuatro décadas. Perteneciente a la apócrifa (como todas, por otra parte) generación del New Hollywood (los Coppola, Spielberg y demás pandilla de wonder boys de los setenta), Scorsese es, quizá, el que de todos ellos mejor y por más tiempo ha sabido mantener sus señas de identidad intransferibles, a menudo en el seno corruptor y perverso de Hollywood, con sus convulsas, subversivas, realizaciones, que han teñido de rojo (y de blanco y negro fotográfico y emocional) las imágenes de su filmografía y de buena parte del mejor cine de los setenta, ochenta y noventa.
Denominado por Leonardo DiCaprio (protagonista de sus últimos cuatro títulos), durante el 60º Festival de Berlín, como el “director definitivo de nuestro tiempo”, Scorsese es el director más venerado de su generación, y posiblemente (junto con Clint Eastwood) el más respetado de su país, lo que no significa que sea el más comprendido, más bien justo lo contrario. Y es que el índice de celebridad en un artista no suele ir exactamente parejo con el conocimiento de los resortes que motivan y alientan su obra, más aún en el caso de un cineasta tan complejo, oscuro y sujeto a tantos prejuicios como Scorsese. Su larga carrera, en años y en títulos, su poliédrica inspiración estética, su desarraigo por el clasicismo que tanto dice venerar, termina por desdibujar al gran artista que se intuye detrás de tanto trabajo, tanta violencia y tanta pasión.
Los padres de Scorsese, Catherine (que aparecería en varias producciones de su hijo y en ‘El padrino, parte III’) y Luciano Charles, asalariados no cualificados que sacaron adelante sus vidas lo mejor que pudieron en un ambiente conflictivo y delicado, residentes en la Little Italy de los años cuarenta, llevaron al pequeño Marty a cine de manera ininterrumpida, hasta que el jovencísimo futuro director se quedó literalmente prendado de la pantalla. Y no sólo del cine americano imperante en aquella época (de esa dañina parte del cine llamada “cine clásico”), sobre todo, y le honra, del cine italiano que llegaba a Estados Unidos, y hablamos del Neorrealismo Italiano y de la Comedia Italiana de los años cuarenta y cincuenta. Esas son sus mayores influencias, aceptadas por fin en 1999, año de la aparición del documental dirigido por él ‘Il mio viaggio in Italia’ (‘Mi viaje a Italia’, 1999), una joya de cuatro horas de duración que es indispensable para acercarse a la obra de este gigante herido del cine.
¿Mafioso o cura?
Durante su adolescencia, Scorsese se planteó muy seriamente dedicarse a ser gangster, o por el contrario entrar en el seminario para llegar a ser cura. No es uno de esos arranques románticos a los que tantos directores se entregan a la hora de contar su pasado. Es completamente cierto. Y basta un vistazo a ‘Malas calles’ (‘Mean Streets’, 1973), en la que Harvey Keitel interpreta a un evidente alter-ego del director, para darse cuenta de que es cierto. El problema de Scorsese es el de tanto artistas que en el mundo han sido: su sinceridad, su pasión, su dolor. Si a día de hoy (con sus fallos), Scorsese es quien es, es porque no ha podido evitar expresarse y buscar las formas que desde ‘Who’s That Knocking at My Door’ (1967) hasta el presente, han dominado cada uno de sus impulsos artísticos. Con una carrera tan densa (como director de ficciones, de documentales, como actor, montador, como celebridad dedicada a proteger el cine) es en verdad un reto dedicarle un especial.
Y se lo vamos a dedicar. Y no sólo a sus largometrajes de ficción, también a sus cortometrajes y a sus largos documentales, y en general a cualquier cosa que lleve el nombre de este cineasta impreso como máximo responsable. Creo que se lo merece a pesar de que en la pasada década, con la salvedad de ‘Gangs of New York’ (2002), Scorsese ha ido perdiendo, o aguando, su personalidad, por culpa en parte de su obsesión por lograr su ansiado Oscar (hablamos del cineasta de la obsesión por excelencia), y en parte también por desgajar su universo de manera un tanto insensata en la búsqueda de nuevas formas de expresión que han terminado por desdibujar su mirada de manera harto notable. La trilogía compuesta por ‘The aviator’ (2004), ‘The Departed’ (2006) y ‘Shutter Island’ (2010) es un descenso hacia geografías estéticas muy alejadas de la altura que cabría esperar del creador de ‘Uno de los nuestros’ (‘Goodfellas’, 1990).
Medio cura y medio gangster, ha creado una filmografía, un corpus que dirían algunos, de gran resistencia al paso del tiempo. Y esto porque ha sabido mezclar el lado espiritual y el lado material de su propio interior, contando historias acerca de seres imperfectos por los que siente una profunda y muchas veces casi incomprensible compasión, personajes patéticos, violentos o simplemente melancólicos que tratan de conformar el mundo a su gusto, mientras el mundo moldea su alma a golpes, haciéndoles entender que son criaturas mortales. Trepidante y autocrítico, ha sabido cuestionar su cultura religiosa y su ambiente de juventud, y de esa crítica salen sus historias más verdaderas y dolorosas, como un collage cultural y humano de cuyos poros surgiese la esencia más primitiva de sus mejores momentos como director.
Una carrera fascinante tallada a cuchillo
Veintiún largometrajes como director de ficción. Siete largometrajes documentales. De todos ellos hablaremos en Blogdecine. Más tangencialmente de sus múltiples créditos como director en cortometrajes, series, anuncios, aunque también. Con sus debilidades y fallos, que los tiene, es inevitable hablar de Scorsese como un grande, como un cineasta compulsivo, intenso y visceral, que bien merece pararse en su filmografía y desgranar los motivos y las imágenes más importantes de una obra que ya se anticipa como imperecedera. Ahora que el especial de Lynch toca a su fin, no creo que haya algo más estimulante que hablar de Scorsese, scorsesiano de corazón como he sido siempre.