‘Libertad para morir’ (Death Warrant, 1989) es Van Damme haciendo cine negro tradicional, una épica carcelaria, lo que viene a ser añadir sufrimiento en todos y cada uno de los antagonistas: no vayan a dudar que sus traseros serán pateados, pero que además el sudor, tan caro a esos primeros planos cargados de intensidad en el género, se va a cargar de un encuentro físico con la verdad. En anteriores aventuras, descubrimos a Van Damme a hostias con la vida, pues ahora reescribe el Falso Culpable a puñetazos, un juicio de hostias en el que el villano es el Hombre de Arena, llamado Sandman por alguna cosa.
‘Libertad para Morir’ es ver al guionista David S. Goyer entregando su más fiel, su mejor obra, mientras los que ahora loan su trabajo, de cartón y piedra y sin la mitad de honestidad, porque la cosa va de controlar los arquetipos y no ser pretencioso, escribiendo esas nolanadas padre, entregar un libreto sencillo, en el que al final al villano le parten la cara por abusar de vileza y por meter en la cárcel al tipo equivocado, pero es que además, con estas películas, descubre uno que equivocado se refiere también no ya al error evidente de encarcelar a un inocente sino de encarcelar al héroe, listo para hacer de su inocencia un bastión de manotazos y pasos de ballet frustrados por el cuerpo de otro secuaz, porque Goyer escribiría esta misma película, en la que también hay un científico loco y un villano-estólido y un viaje del protagonista hacia su lado oscuro, con pretensiones y caricaturescos diálogos y aquí era capaz de tomar esquemas naturales y darles una variación, un juego mucho más divertido.
‘Libertad para morir’ es ver a Deran Sarafian entregar lo más parecido que ha dado el mundo de Hollywood, ese lugar con frecuencia inhóspito y con una tendencia atroz a sobreponerse a los cambios con mayor aparatosidad y con una tendencia todavía más abusiva y enfermiza a autorizar fusiones, convencer a cualquier hombre con furia visual para neutralizar sus propuestas y hacer de las escenas de acción una fiesta vulgar de montaje y composición y aquí todo lo que se usa se hace con lo que de verdad importa, la convicción.
‘Libertad para morir’ es también una historia de dos legados, porque Deran Sarafian es el hijo de Richard C. Sarafian y uno piensa que en un momento de inspiración fueron posibles esta película y ‘Velocidad Terminal’ (Terminal Velocity, 1994), otra locura todavía inexplicable, una película-de-aventuras tradicional pero no forzando el anacronismo o el desfase y siendo tremendamente divertida y porque Richard C. Sarafian había dirigido películas tales como ‘Vanishing Point’ (id, 1971) en la que la contracultura invade la serie B y todo lo que queda es lo fresco, lo inesperado y lo violentado.
‘Libertad para morir’ carece, claro, de carreras contra sentido, porque su serenidad convoca al padre que dirigió ‘El Ojo del Tigre’ (Eye of the Tiger, 1986) unos pocos años antes que esta, porque de lo que se trata, claro, es de ver al macho, desbocado, y de explicar unos conceptos límite en los que la amistad entre pares, aunque uno sea un policía y los otros reos, es importante porque implica el reconocimiento: son historias de honor ideales, donde siempre hay sorpresas, aunque se trata de la prisión, ese nido de bandidos y grandes chistes sobre los andares tras una duchita.
‘Libertad para Morir’ es su clímax final, ese enfrentamiento inolvidable entre Sandman y Van Damme, donde descubrimos que lo que importa al final de la película es comprobar como cualquier dificultad puede ser solventada no ya con voluntad sino con decisión y bravura loca, con infinita paciencia porque uno diría que esas hostias han nacido para bendecir, no para contradecir nada y por eso mismo es tan divertido ver a este Van-Damme, ya tanteando unos registros de arquetipo distintos al del luchador habilidoso con el que se daría justo homenaje en sus ochenta reveladores, terminar con ¡tres! supervillanos, uno a uno casi, y por orden, que los clímax fueron un invento que cargó el Diablo.