Mi primera toma de contacto con la obra y milagros de Jaume Collet-Serra —a quien considero, tristemente, como uno de nuestros talentos exportados menos valorados en lo que respecta al medio cinematográfico— coincidió con su debut en la gran pantalla, titulado 'La casa de cera': un remake del clásico protagonizado por Vincent Price en 1953 'Los crímenes del museo de cera' que me atrajo al cine con la promesa de ver morir a Paris Hilton empalada con una barra metálica.
Por aquél entonces, mi yo adolescente quedo encantado con la ristra de muertes y la capacidad de entretener del largometraje producido por Joel Silver. Sencillas virtudes entre las que, tras posteriores visionados con una perspectiva más analítica, pueden discernirse no pocos detalles que anticipaban la maduración de Collet-Serra como el gran gestor del suspense más clasicista en el que ha terminado convirtiéndose.
Pasaron los años y, tras pasar involuntariamente por alto una '¡Goool 2! Viviendo el sueño' a la que aún no he tenido el valor de poner las manos encima, me topé en el Festival de Sitges del año 2009 con un cartel inmenso frente al auditori en el que el rostro distorsionado de Isabelle Fuhrman acompañaba a un título impreso en una tipografía de lo más sugerente: 'La huérfana'.
El cóctel de thriller psicológico con algún que otro retazo de terror y edificado sobre el home invasion que nos brindó el director catalán con su tercer largometraje —producido de nuevo por Joel Silver, a quien se unió un Leonardo DiCaprio con muy buen ojo— fue la confirmación de que todo lo que se pudo entrever en 'La casa de cera' no fue, ni mucho menos, un espejismo.
Giros finales espectaculares aparte, el pulso narrativo del que hace gala el filme, su capacidad para mantener al respetable en vilo o su inmejorable gestión de la atmósfera hicieron de 'La huérfana' una auténtica sorpresa que seguir reivindicando hoy día, y en la que se encuentran unas constantes que se han ido repitiendo en la carrera de Jaume Collet-Serra: el abrazo honesto y sin prejuicio alguno a la serie B y su cariz de artesano del suspense atrapado en la era digital.
Dos años después, Collet-Serra encontró a su media naranja fílmica en un actor irlandés nominado al Oscar a punto de cumplir los sesenta llamado Liam Neeson. Juntos, firmarían cuatro largometrajes que, además de encumbrar a Neeson como el héroe de acción tardío del nuevo siglo, desatarían completamente el potencial del cineasta, demostrando que es posible satisfacer por igual a públicos, a priori, incompatibles.
El thriller en clave europea 'Sin identidad' sentó las bases de la ya cuadrilogía capitaneada por la dupla Serra-Neeson. Un espectáculo intachable en el que el espíritu de Alfred Hitchcock —y muchos de sus recursos, aún imprescindibles para articular correctamente el género— deambula sin miedo a ser descubierto entre secuencias de acción pasadas de vueltas, efectos especiales generados por ordenador y un estilo en la realización acorde a las filias de los nuevos tiempos.
Cambiando de escenario, esta tónica se ha ido repitiendo en la estimulante cinta de altos vuelos 'Non-Stop (Sin escalas)', a través de la ciudad de Nueva York en 'Una noche para sobrevivir' —donde resuenan ecos del cine del mejor Walter Hill— y, en última instancia, en la soberbia intriga sobre raíles de 'El pasajero'. Incluso en la fantástica 'Infierno azul', donde Serra cambió a Neeson por Blake Lively para ponerla a merced de un tiburón hambriento en un entretenimiento veraniego redondo y autoconsciente.
Todos estos son ejemplos de cómo abrazar a un respetable que ansía una intriga narrada con oficio y, a su vez, contentar a unas nuevas generaciones que requieren de un fuerte estímulo audiovisual. Componentes de una filmografía carente de tropiezos que, si bien comparten virtudes, también adolecen de alguna que otra lacra —esos agujeros de guión...— completamente perdonable y perfectamente disimulada ante tanta honestidad, vocación, y amor por el género.
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