De estilos muy diferentes, pocos directores son tan sinónimo de la época dorada de Hollywood como Alfred Hitchcock y Billy Wilder, y aún menos pudieron siquiera igualar la recaudación de sus grandes éxitos. Durante los años cincuenta, como tantos otros maestros, llegaron a su plenitud profesional y de prestigio. El primero dirigió once largometrajes en esa década, entre los que se cuentan las obras maestras 'La ventana indiscreta', 'El hombre que sabía demasiado', 'Vértigo' y 'Con la muerte en los talones'. El segundo dirigió nueve, algunos tan importantes como 'Sunset Blvd.', 'Testigo de cargo' (esa película tan hitchcockiana) y 'Con faldas y a lo loco'.
Ambos llegaron a 1960 pletóricos de fuerzas, creatividad y autoconfianza. Wilder con cincuenta y tres años y Hitchcock con sesenta. Y ambos fueron nominados ese año a mejor director por sendas películas: 'El apartamento' y 'Psicosis', dos polémicos taquillazos. Se lo llevó Wilder, al mismo tiempo que el de mejor película y mejor guión original (y mejor montaje y dirección artística). Pocos podían suponer que este fulgurante inicio de década sería tan diferente del final de la misma, en la que ambos directores veteranos sufrieron por fin el fracaso en taquilla, y de forma tan paralela y similar.
Provenientes ambos de Europa, cultos y arrogantes, Wilder y Hitchcock trabajaron siempre por crear éxitos universales. No cabía para ellos la posibilidad de un cine personal para minorías, más bien que su cine llegara a cuanta más gente mejor, y se encontraban en el sitio ideal para conseguirlo. Ya ancianos, llegó al medio la teoría de los autores, y los directores a ser considerados algo más que artesanos, lo que agradó a Hitchcock y fue indiferente para Wilder. Ambos eran currantes, sobre todo, grandísimos profesionales. Sin embargo, no supieron adaptarse a los tiempos, lo que hasta cierto punto resulta meritorio, porque quizá entonces empezaron a ser autores.
Los difíciles años 60
Los años sesenta fueron el principio del final de los grandes estudios, la llegada masiva de la televisión y el cambio de tendencias en el cine. Los viejos maestros se encontraron cada vez más incómodos en el seno de Hollywood, pero Wilder aún conocería dos exitazos con 'Uno, dos, tres' y, sobre todo, con 'Irma, la dulce' en 1963, bastante atacada por la crítica, pero que dio muchísimo dinero. Hitchcock, por su parte, esperó hasta 1963 para realizar su siguiente película desde 'Psicosis', la extraña, oscura y vanguardista 'Los pájaros', que por suerte aún le dio algunas alegrías en la taquilla.
1964, sin embargo, fue el año clave en la carrera de ambos cineastas. Billy Wilder llegaba más lejos que nunca en su cruel misantropía y su subversión de los códigos sociales con su brillante 'Bésame, tonto', que fue destrozada por la puritana crítica de la época, y que significó también un doloroso fracaso de taquilla. Hitchcock, por su parte, firmaba la irregular 'Marnie, la ladrona', se obsesionaba absurdamente por Tippi Hedren, y en un descanso del rodaje llegaba más lejos que nunca y le ofrecía directamente a la actriz una proposición sexual, que fue rechazada de plano. El fracaso de la película terminó por destruir gran parte de la confianza que un Hitchcock de 65 años tenía en sí mismo.
1966 fue el año en que ambos cineastas llevaron a cabo lo que Hitchcock siempre denominó un 'Run for cover', es decir, un proyecto no demasiado arriesgado con el que un director intenta capear un fracaso anterior. Wilder firmó la estupenda 'En bandeja de plata' y Hitch 'Cortina rasgada'. Ambas no dieron mucho dinero, pero fueron recibidas con relativo entusiasmo. Consiguieron más o menos lo que buscaban, recuperarse y redimir un poco su condición de directores estrella. Sin embargo, todo se estropearía en el siguiente proyecto de ambos.
1969 vio nacer la fabulosa 'La vida privada de Sherlock Holmes' y la infravalorada 'Topaz'. La película de Wilder fue una gran producción mutilada en su montaje de manera brutal, y que sin embargo es una maravilla de equilibrio formal y ritmo, un milagro. Wilder planeó para ella una gran producción de varias horas, pero ya no tenía el poder ni la energía para enfrentarse al estudio. Como resultado, en lugar de estrenarse en 1969, lo hizo en 1970, después de innumerables cambios, y para cuando se estrenó era un desastre anunciado. Recaudó poquísimo dinero, Wilder fue tachado de anticuado, y el proyecto fue un fracaso absoluto del que el director vienés jamás se recuperó.
Hitch, por su parte, intentaba volver a las esencias, mientras procuraba coger el signo de los tiempos, con la maravillosa 'Topaz', que fue vilipendiada de manera atroz y significó un nuevo fracaso de taquilla para él, uno del que ya nunca se recuperó.
Ambos directores habían llegado a la década de los setenta muy tocados tanto en su confianza en sí mismos, como en la confianza que los estudios tenían en ellos. Wilder no era excesivamente mayor, pero Hitchcock tenía más de setenta años. En 1972 ambos regresaron con sendas películas: la divertida aunque algo desvaída 'Avanti!' y la brillante aunque algo impersonal 'Frenesí'. Ambas películas fueron nuevos fracasos, aunque son más que interesantes y merecían mejor suerte. Y aquí acaban los paralelismos en ambas carreras, pues Hitchcock sólo pudo terminar un largometraje más, la floja 'Family Plot' de 1976, y Wilder conoció un éxito postrero con 'Primera plana' en 1974.
Hitchcock moría, solitario y amargado, en 1980, pero Wilder llegaría a dirigir un largometraje en 1981 y moriría en 2002. Ambos gigantes son, sin duda, ejemplos máximos de la necesidad de cambiar según los tiempos si se quiere prolongar un gran éxito de público, pero eso quizá puede significar dejar de ser fiel a sí mismos. Puede que el Wilder más personal sea el de 'Bésame, tonto', 'En bandeja de plata' y 'Sherlock Holmes', pero curiosamente el más personal Hitchcock fue el más exitoso: 'La ventana indiscreta', 'Con la muerte en los talones', 'Psicosis'. Ironías del cine.
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