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Hay directores que no aman a sus personajes

Hace poco leía cierto texto de Rafa Martín, un blogger que escribe críticas con las que, la mayoría de las veces, no sólo estoy en desacuerdo total en fondo y forma, sino que me parecen un ejemplo perfecto de especulación y lugares comunes, esos lugares comunes a los que se entregan algunos cinéfilos: modernismo y poco criterio. Pero este hombre, que en realidad me cae bien, a veces dice cosas muy inteligentes. Una de ellas tiene que ver con lo que sienten los directores sobre sus personajes.

Y es que me parece un tema importante, que enlaza con el post sobre Tim Burton, un cineasta que ha ido de más a menos de manera escandalosa, y con la existencia de otros directores importantes que perdieron el rumbo cuando más interesante se ponía su carrera (o cuando se suponía que esa carrera iba a dar sus mejores frutos, su plenitud). Si un director no ama a sus personajes…algo huele a podrido en Dinamarca.

Pensémoslo fríamente: si un individuo se dispone a escribir una novela, pongamos por caso, o incluso si se aviene a intentar la locura (la estupidez, la gran insensatez…sobre todo en España) de dirigir una película, y ese individuo en cuestión no siente el menor interés por sus personajes, es más les desprecia, pues algo anda terriblemente podrido en todo esto, me parece a mí. Y lo peor de todo es que hay directores, estimables, que en determinado momento, pese a sus defectos, parecían entregados a sus personajes (lo que acababa salvando sus más cuestionables trabajos), y terminaron olvidándose de ellos.

¿Por qué sucede esto? Pues nadie puede saberlo, pero hay casos célebres. El que más, quizá, el del realizador oriundo del Bronx Stanley Kubrick, que después de conmovernos con ‘Senderos de Gloria’ o ‘Espartaco’ (quizá la película más roja que se ha hecho) empezó a rascarse los picores del divismo y se olvidó de que el cine, el arte, va sobre las personas, no sobre la luz del siglo XVIII, o sobre la extraña atmósfera de un hotel vacío durante el invierno.

Es que clama al cielo. Y lo digo muy en serio. Si un director no se enamora de su historia, no voy a hacerlo yo, y si sus personajes son unos imbéciles para él…pues para mí también. Es una gran verdad que en la comedia, por ejemplo, tenemos que reírnos de los personajes. Tienen que ser peores que nosotros, más patéticos, como una exageración de lo pringados que somos. Vale. Pero lo difícil en estos casos es conceder a esta panda de imbéciles una oportunidad. Y los Coen últimamente no se la conceden a ninguno. Les machacan sin piedad. Y a mí eso me tira para atrás.

Y lo mismo sucede con Tim Burton, a quien hace poco dediqué un artículo en este blog. Estos directores, los Coen, Burton, parecen haber entrado en una fase en las que todo les da igual. Filman película tras película sin pasión, aunque con una profesionalidad enorme, claro está. Pero, personalmente, yo no podría hacer lo que hacen ellos. Iría en contra de mis principios trabajar en algo…que no me interesa. Y esto es precisamente lo que hacen estos directores.

Creo firmemente que si te pones a trabajar en algo, es porque crees en ello, pero algunos cineastas logran la difícil paradoja de invertir el proceso. Trabajar en algo que no creen, porque ya llegarán una jauría de fanáticos, lobotomizados por sus estupendas campañas de marketing, acudiendo para defenderles, porque el arte es mejor cuando se ocupa de la nada, ¿no es así? Cuando se dedica a estropearnos el gusto, a enseñarnos que observar es perjudicial y que una montaña rusa audiovisual es el único cine verdadero.

No sé la razón por la que la peña irá al cine a ver una película, pero yo voy a ver a personas a las que les ocurra algo. Puede ser una película en la que lo que ocurre es muy abstracto, o directamente subterráneo en la trama. Pero algo les pasa a ellos. Pueden ser tremendamente imperfectos, pero me siento identificado, aunque sea lejanamente. Puede ser una cinta de autor muy alambicada, pero al final la razón final es conocer un poco a otra persona. De otro modo, no merece la pena. El arte no es para divertirnos, o para distraernos, existe para que nos sintamos un poco menos solos, para que no seamos tan solitarios.

Las historias, las tramas, son excusas para acercarnos un poco a gente que ni siquiera conocemos, pero que el director parece conocer bien. Él nos dice: “venid, confiad en mí, voy a presentaros a gente que merece la pena, están un poco colgaos pero seguro que pasaremos un rato interesante con ellos”. Pero hay directores, como los Wachowski, que nos dicen: “venid, os voy a dar un tripi, para que os alejéis de la realidad, para que voléis un rato, para que os olvidéis de quién sois”. Cada cual es muy libre, claro que sí, pero yo sigo prefiriendo a artistas como Francis Ford Coppola, que a sus películas imperfectas sabe mejorarlas mimando a sus repugnantes personajes…

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