Muchos lectores han pedido, a lo largo de los últimos meses, un especial sobre el cineasta más famoso de todos los tiempos, ese cuyo nombre conocen incluso aquellos a los que no les gusta el cine, el ínclito Steven Spielberg. Y la verdad que ya iba siendo de dedicarle una serie de artículos a este importantísimo cineasta, uno de los más controvertidos de su generación (y por ende del mundo), pero que, al mismo tiempo, sigue siendo uno de los más admirados, por su capacidad de arrastre emocional a distintas generaciones de distintas partes del mundo.
¿Qué otro cineasta puede presumir de lo mismo? Creo que ninguno. Pero también se ha ganado una fama de cineasta incapaz de cristalizar esa gran obra prometida hace décadas, por su eterno problema para cerrar una pieza completamente maestra, ya sea por condicionantes externos (que a pesar de su apellido, han existido) o internos (que a pesar de su talento, los tiene también). También hay muchos que le consideran un farsante, un bluff total, indigno de ocupar ese lugar de privilegio que Spielberg tanto se ha esforzado en conquistar.
Desde hace cuarenta años Spielberg, con mayor o menor fortuna, ha buscado su sitio entre los narradores más poderosos de la (esplendorosa) historia cinematográfica de su país. Cuatro décadas que han dado para varios filmes televisivos, algunos documentales espléndidos, unas pocas series importantes (otras olvidables), y sobre todo 25 largometrajes (hasta la fecha) que son la principal razón de su fama, su libertad y de su inmensa fortuna.
En esos 25 largometrajes hay lugar prácticamente para todo: comedias, aventuras, horrores, romances, fantasía, ficción científica, dramas históricos, bélicos, melodramas…Y películas buenas, mediocres, excepcionales, fallidas, interesantes, cuestionables. Si por algo se caracteriza este artista no es precisamente por su regularidad, sino más bien por su incapacidad para sostener un ritmo en su trabajo y en su creatividad. Siempre que se acerca a lo magistral, vuelve a dar un paso atrás y a hacernos recapacitar sobre sus verdaderas cualidades como cineasta.
Ya aviso, no considero ni una sola de sus películas una obra maestra, esa calificación de la que a menudo muchos abusan hasta desvirtuar a las que verdaderamente lo son. Y de todas ellas muy pocas me parecen verdaderamente importantes. ¿Por qué, entonces, me parece un director verdaderamente importante más allá de sus defectos? Pues porque el número de secuencias o momentos importantes que ha dirigido, más allá de sus películas como totalidad, es realmente abrumador, y su dominio de la cámara como herramienta narrativa es muy superior al de la mayoría de los cineastas de su país, aunque sólo sea como mero instrumento visual.
Porque Spielberg, aunque no es capaz de firmar una obra redonda por completo, es un director con verdadero sentido visual, a diferencia de tantos de sus colegas, mucho más teatrales o literarios que él. Y además es un director de actores bastante mejor de lo que muchos suelen concederle. Y, sobre todo, es un tipo mucho más arriesgado y sincero de lo que a menudo él mismo quiere aparentar, pues a menudo vuelve a meterse en algunos “jardines” en los que no necesita sembrar, teniendo en cuenta su posición.
A punto de cerrar el especial sobre Francis Ford Coppola (al que seguirá uno de Terrence Malick), no pretendo convertir este especial en otro análisis profundísimo sobre la obra de este director. Voy a hacer una entrada sobre cada una de sus películas, nada más (y nada menos), intentando ofrecer un personal perfil sobre un artista tan universal. La primera: ‘Duel’. Espero veros por aquí siguiendo el trabajo de Steven Spielberg.