Con las feroces críticas haciéndole la campaña de publicidad de forma gratuita, la llegada a los cines de 'Madre!' viene envuelta de una polémica a la que Darren Aronofsky nunca ha sido ajeno —hay quien podría afirmar que el cineasta de Brooklyn hasta la busca de forma consciente— desde que en 1998 estrenara su primer largometraje, la hipnótica y surrealista 'Pi, fe en el caos' ('Pi').
En los casi veinte años que han transcurrido desde entonces, el personal director sólo ha firmado seis cintas —siete si contamos con la tendremos disponibles en nuestros cines más cercanos en un par de días—, un número considerablemente bajo que viene a hablar de la fuerte personalidad del realizador y, sobre todo, de los incontables problemas con los que ha tenido que enfrentarse para poner en pie algunas de sus propuestas.
Como viene siendo habitual, en Espinof no hemos querido dejar pasar la ocasión que nos brinda la cinta protagonizada por Jennifer Lawrence y Javier Bardem para echar la vista atrás y revisar, uno a uno, seis títulos que conforman una trayectoria irregular y fascinante, tremendamente variada en términos de calidad y que, generando pasiones desaforadas y odios enconados, es más que evidente que nunca deja indiferente a ningún cinéfilo.
1. 'Pi, fe en el caos'. El experimento
Sin contar aquél estreno de tapadillo al que acudí casi de casualidad por la nula publicidad que se le había hecho al filme en nuestro país —una primera experiencia que me dejó, en términos muy coloquiales, con el culo torcido—, las dos o tres veces que he revisado 'Pi, fe en el caos' en las casi dos décadas que han transcurrido desde su estreno lo he hecho con una fascinación creciente por este extraño experimento que fue la carta de presentación de Aronofsky y que le hizo merecedor de varios premios entre los que se contó el de Mejor Director en Sundance.
Mezclando matemáticas, cabalística, religión, algo de informática, thriller cargado de paranoia, cierto discurso existencialista y algún que otro apunte más, el guión de los 84 minutos de 'Pi', que no siempre funciona con la misma efectividad, encontraba en su puesta en escena la piedra de toque que servía a Aronofsky para que muchos hayamos terminado calificando a la experiencia visual planteada en el filme como "fascinante".
Echando mano de una técnica de montaje rápido que aquí todavía no encontrará su grado máximo, de una saturada fotografía en blanco y negro, de planos cercanos que no hacen sino aumentar las sensaciones de agobio y paranoia aguda en las que vive inmerso su personaje, Aronofsky ya demuestra aquí algo que se puede rastrear sin excepción a lo largo de toda su filmografía, ser un excepcional director de actores, ya estemos hablando de grandes estrellas o, como aquí, de caras poco o nada conocidas.
2. 'Réquiem por un sueño'. La consagración
Dos años después de haber utilizado 'Pi' como enérgica carta de presentación, Darren Aronofsky arremetía de nuevo contra nuestros sentidos con una cinta que lo consagraría de forma definitiva como cineasta que no tiene reparos en acercarse a asuntos peliagudos en formas que hagan nulas concesiones a la galería.
Con la adicción como motivo principal y la destrucción de los sueños que ésta conlleva llevada al extremo sirviendo de sustrato base para la construcción de las historias de sus cuatro personajes —y aquí me atrevería a afirmar que Aronofsky trasciende los sueños personales y utiliza el filme como metáfora de la desilusión hacia el "sueño americano"—, 'Réquiem por un sueño' ('Requiem for a Dream', 2000) es, sin lugar a dudas, la cinta más dura del director neoyorquino a nivel visual.
Pero esa dureza, que por una parte queda puesta en valor de forma vigorosa por un montaje alucinante y alucinógeno —que tiene más de dos mil cortes cuando lo habitual en un filme de su duración es moverse entre 600 o 700—, es desleída por la fragilidad con la que intenta sostenerse un guión por momentos muy vacío de ideas que, de no ser por la extraordinaria labor de su equipo interpretativo, hubiera devenido en una experiencia completamente diferente.
Y si Marlon Wayans y Jared Leto están excepcionales en sus papeles —y lo están—, lo que Ellen Burstyn y Jennifer Connelly consiguen con los suyos es algo sobrenatural, sobre todo si nos referimos a la actuación de la veterana actriz, que mereció nominación al Oscar. Acompañadas de una hipnótica composición de Clint Mansell, las formas en las que los actores arropan a 'Réquiem por un sueño' hacen de ella, mucho más allá de su agotadora propuesta formal, una de esas películas que hay que ver al menos una vez en la vida...con el estómago adecuado, claro.
3. 'La fuente'. La obra maestra
Es muy probable que a partir del encabezado os pierda a muchos de los que estáis leyendo estas líneas. A fin de cuentas, son numerosos y bastante feroces los detractores que 'La fuente de la vida' ('The Fountain', 2006) generó cuando llegó a las salas de cine hace poco más de una década tras una gestación complicada que pasó por mil y un avatares y que casi provocan que la producción no llegara a buen puerto.
Contando entre ellos la drástica reducción del presupuesto inicial a la mitad, el abandono de la pareja protagonista inicial o el que Aronofsky tuviera que rehacer el guión por completo —la versión original terminó siendo publicada en forma de novela gráfica por el sello Vertigo de DC—, poco importan los vericuetos que retrasaron cuatro años el estreno inicial del filme cuando, y siempre hablando desde el terreno personal, lo que pudimos encontrar fue tan apasionante, hipnótico, asombroso y emocionalmente intenso viaje.
Queriendo plantear una experiencia que sirviera de redefinición equivalente del género a lo que en su momento fueron '2001. Una odisea en el espacio' ('2001: A Space Odyssey', 1968) o 'Matrix' ('The Matrix', 1999), lo que Aronofsky nos ofrece en 'La fuente de la vida' queda envuelto en una honda reflexión sobre la vida y la muerte que, de alguna manera, trasciende los límites de la ciencia-ficción —género al que, por otra parte, resulta complicado circunscribirla— y se posiciona en otro ámbito completamente distinto.
Narrada en tres franjas temporales diferentes —dos de ellas ficticias, una real—, es este vehículo embebido en poesía el filme de Aronofksy de mayor virtuosismo plástico, acumulando sus 96 minutos planos y más planos dignos de ser enmarcados por su arrebatadora belleza. Cargados de significado y huyendo el realizador de que sean sólo eso, "imágenes bonitas", es de nuevo el trabajo de los actores —unos Hugh Jackman y Rachel Weizs tremendos— y la superlativa composición de Clint Mansell los que, en esta ocasión, sirven para rematar un filme sublime.
4. 'El luchador'. El drama de andar por casa
La he visto dos veces, y ambas me han dejado igual. Que sí, que la dirección de Aronofsky es más que correcta y el trabajo de Mickey Rourke espléndido —así como el de una Marisa Tomei por la que beber los vientos— pero, más allá de dichos factores, la idea de que 'El luchador' ('The Wrestler', 2008) es un melodrama de tres al cuarto que se "ha venido arriba" no me la quita nadie.
Pensadlo bien. Quitadle el tufillo a 'Rocky' (id, 1976) y ciertos instantes en los que la dirección brilla con intensidad y lo que os queda es un telefilme de sobremesa sobre un personaje poco interesante —una cosa es que Rourke lo haga interesante y otra muy diferente es que el personaje lo sea de partida— al que le pasan cosas poco interesantes y que, encima, carece de la épica necesaria como para hacer ese último combate algo a la altura del Potro Italiano.
Porque salvo esos instantes en los que Aronofsky relumbra, ese personaje poco interesante al que le pasan cosas poco interesantes es seguido por una cámara que no plantea cosas interesantes, que se mueve inquieta sin tener que hacerlo y que, en su afán por huir de soluciones que huelan a barato termina, paradójicamente, regodeándose en ellas hasta el hastío. Una sensación ésta, la de aburrirse ante lo que se nos cuenta, que se impuso incluso a la curiosidad por saber hacia dónde diantres se dirigía la cinta en el primer acercamiento que a ella le hice con motivo de su estreno.
5. 'Cisne negro'. La banalidad del otro
Más allá de lo visualmente portentoso de su tramo final —en el que juegan de forma tremendamente efectiva los arreglos que Mansell le hace a ese inconmensurable ballet que es 'El lago de los cines' de Tchaikovsky- y de la asombrosa interpretación que hace Natalie Portman, no sé si colegiréis conmigo en considerar a 'Cisne negro' ('Black Swan', 2010) como un insulso caramelo arropado de un envoltorio lleno de colorido y de un atractivo que parece irresistible.
Tanto o más vacía en lo que a historia se refiere que 'El luchador', este relato en el que Aronofsky mezcla de nuevo obsesiones con paranoias, tintes de thriller —e incluso de falso fantastique— y el insondable drama, nótese por favor el tono de ironía, de una joven bailarina que no sabe cómo ser mejor es, incluso con mayor intensidad que la cinta protagonizada por Rourke, un melodrama de tres al cuarto respaldado con cierto presupuesto y el buen hacer de sus estrellas.
Pero si desplumamos al cisne de toda esa parafernalia, lo que queda es un filme que hace aguas por sus costados, que acumula escenas que no llevan a nada, que no ahonda en lo que podría haber sido una reflexión más o menos interesante sobre el precio de la ambición y que, en lo que a realización se refiere, nos presenta a un Aronofsky inquieto porque sí que parece querer recuperar a toda costa la furia de 'Réquiem por un sueño' importándole muy poco las necesidades de la historia que quiere contar.
6. 'Noé'. Entre dos aguas
Si así lo quisiera, bastaría con instaos a seguir este enlace para que dierais cuenta de la opinión que sobre 'Noé' ('Noah', 2014) dejó este redactor por aquí hace tres años. Pero lo cierto es que, con todo lo que ya dije en su momento, aún me quedan ganas de comentar alguna que otra cosa sobre una producción que ha empeorado bastante en el recuerdo y que, en según qué términos, supuso algún que otro paso atrás en la trayectoria de Aronofsky.
Acaso el más evidente de ellos sea el que, por primera vez, el cineasta no lograba arrancar de sus intérpretes la fuerza que hasta entonces sí había conseguido y resulta cuanto menos lamentable ver pasearse por delante de la cámara como si tal cosa a unos Russell Crowe, Jennifer Connelly o Ray Winston que parecen estar ahí para cobrar el cheque y terminar cuanto antes, mejor; no resultando convincentes ni logrando, craso error, conectar con el público a ningún nivel emocional.
Con todo, y como ya dejé dicho, 'Noé' deja, en lo estrictamente visual, instantes de esos que resulta complicado olvidar, siendo el más memorable de todos los tres minutos que hemos incluido en el vídeo que encabeza estos tres párrafos y en los que un cineasta imbuído de un claro espíritu didáctico, reconcilia ciencia y religión al poner en imágenes —mediante un alucinante montaje en time-lapse— la creación. No voy a decir que sólo por ellos valga la pena aguantar las excesivas dos horas y veinte de metraje, pero que fueron dignos de ver en pantalla gigante, eso es incuestionable.
7. 'Madre!', absoluta fascinación
Hipnótica y feroz, reflexiva y visceral, 'Madre!' es muchísimo más de lo que este redactor esperaba de ella. Bien es cierto que no era mucho —mejor pecar de cautos en nuestras expectativas, máxime con los palos que la cinta estaba recibiendo— y que el tránsito por la primera hora de metraje no fue sencillo por lo extraño y peculiar de la propuesta de Aronofsky. Una propuesta que, y es un aviso tardío por lo mucho que probablemente hayáis leído ya sobre ella por la red, hay que ver sin ningún conocimiento previo.
Sólo el acudir cuanto más virgen mejor a la sala garantizará que el segundo acto de 'Madre!', y la revelación que éste guarda hacia su final y que reestructura de golpe todo lo visto hasta entonces, pueda ser abrazado en toda su magnitud. Y todo lo dicho compete de forma exclusiva a lo argumental, pues si de aspectos visuales o interpretativos hemos de hablar, la entrega total a las formas de Aronofsky y sus actores resulta inevitable desde el primer minuto de proyección.
Elegante y preciso en su narrativa, en los planteamientos de encuadres y en la manera que, siempre cerca de sus personajes —diría que un 80% del metraje se resuelve con planos medios o primeros planos—, transmite la sensación de opresión que acucia al personaje de Jennifer Lawrence; es en ésta, en la precisión con la que el rostro de la actriz pasa de la determinación a la fragilidad y en lo fácil que resulta empatizar con ella donde 'Madre!' encuentra el ancla definitiva en el ánimo del espectador para provocar esa absoluta fascinación que encabeza estos párrafos.
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