Ahora que está tan en boga el 3D, y todo lo que supone este formato, que las más de las veces no es más que un reclamo comercial, convendría, quizá, darse cuenta de que el cine es realmente tridimensional, desde una percepción puramente sensorial. No solamente porque aceptamos la bidimensionalidad de la imagen en una pantalla como una tridimensionalidad (en gran medida, gracias a la fotografía y a la óptica), sobre todo porque hay una cuestión no menos importante que la imagen, y es el sonido, que es realmente tridimensional. Y más aún, está más cerca, y nos hace vibrar de un modo más fisico de lo que consigue la imagen. El plano del sonido está mucho más cerca de nosotros de lo que lo está el plano de la imagen, y se siente mucho más dentro. Todo fenómeno acústico proviene de la vibración de una fuente, que propague el dinamismo de los cuerpos. Con esa vibración somos mucho más partícipes de lo que acontece en pantalla, desde muchos más niveles narrativos y, también, en niveles más allá de lo narrativo.
Es en esos terrenos del más puro surrealismo sensorial, de una sensación pura producida por un elemento tan universal como el sonido, por los que el cine rara vez transita. Pensemos que la gran mayoría de las imágenes con las que nos bombardean desde todas direcciones, están ya contaminadas desde su propia creación, por el marketing, por su ideología, por su (pre)diseño dirigido a provocar una respuesta dirigida. Sin embargo, un sonido, como una nota musical, carece de toda ideología, no es susceptible de ser alterado, como no sea en su capacidad de provocar sentimientos forzados: la única forma de manipular un sonido. Pero por sus mismas propiedades, los ruidos y sonidos del mundo, los que producen personas y animales, la música y los sonidos de sintetizador, son un enorme caudal de emociones, el mapa acústico del mundo, sin el que es imprescindible levantar ese segundo mundo que requiere poseer toda gran película que se precie de serlo. El arte audiovisual sólo lo es cuando los cineastas se preocupan por emplear con tanta creatividad tanto imagen como sonido.
Rasgos del sonido
Si leemos un manual de sonido, enseguida nos contará que las tres características más básicas de este son su intensidad, su tono y su timbre. Si atendemos, por ejemplo, a su física, hablaremos de su velocidad, de su potencia acústica, de su ritmo, de su reverberación o de su vibración. Pero todo eso son conceptos muy técnicos. Sería como hablar de fotones y de matemáticas cuando nos referimos a la dirección de fotografía, o de marcas en el suelo y de maquillaje cuando hablamos de dirección de actores. O de qué minerales vienen los colores cuando vamos a pintar. Todo es importante, claro, pero lo más importante es buscar la forma de aplicar esa realidad sonora, esa percepción y sensorialidad, de un modo artísticamente expresivo. El problema, claro, es que el registro y reproducción del sonido ha avanzado muy lentamente, desde el fonógrafo, pasando por el magnetófono, hasta llegar a los sistema ópticos. Pero, más importante, los profesionales de sonido fueron especializándose más y más, y las salas reconvirtiéndose hasta alcanzar el potencial sonoro de que disponen hoy en día la mayoría de ellas.
El sonido en una película:
1. Accede a nuestras emociones más primitivas mucho más rápido de lo que lo hace una imagen, y permanece más tiempo en nuestra memoria emocional.
2. Es capaz de proyectar, con los efectos sonoros más creativos, imágenes en la cámara oscura de nuestra cabeza, sensaciones táctiles, sensaciones atmosféricas (sin necesidad de verlas), sensaciones anímicas de júblio o aplastamiento.
3. Puede ser una forja de otros sonidos: cuando un sonidista es realmente creativo en la búsqueda y forja de un sonido, es capaz de recorrerse los más diversos parajes para mezclar el canto de una grulla, una sirena particularmente chillona y el rumor de un río para conseguir un efecto sorprendente y audaz.
4. Puede ser casi inaudible y, dependiendo de la destreza del cineasta, conseguir un efecto aún mayor por la sutilidad con la que se hace uso de él.
5. Puede ser el verdadero motor de las imágenes, más que “acompañarlas”, y es uno de los aspectos más interesantes que puede ofrecer el cine como arte.
6. Le da la posibilidad a un creador de elaborar un mundo propio aunque las imágenes carezcan de todo el empaque que él precise para contar su historia o para armar ese mundo.
En el rodaje y después del rodaje
Algunos comparan su figura con el montador, ya que va uniendo piezas al igual que aquél, pero en rodaje su labor debería ser tan importante, en su área, como el director de fotografía. El departamento de sonido, generalmente compuesto por un sonidista con varios microfonistas a su cargo, es ese al que usualmente, en los cortos, pocos prestan demasiada atención, preocupados continuamente por ruidos, diálogos, interferencias. Por tanto el micrófono, en todas sus variantes es su arma de trabajo, es su instrumento de captura, como para el operador lo es la cámara, claro. Teniendo en cuenta todo lo que se puede hacer con el sonido, un sonidista de rodaje ha de ser un profesional de una sensibilidad extraordinaria, en perfecta sintonía (nunca mejor dicho) con el director, y cuyo cometido debería estar valorado en todo su merecimiento. Los distintos tipos de micrófono, cada uno diseñado para un tipo de encuadre, así como sus distintas maneras de recoger el sonido (unidireccional, bidireccional, omnidireccional) han de complementarse para otorgar al director de toda la paleta que precise.
Y luego en el montaje de sonido, que puede alargarse durante meses, tanto ese sonido directo como la creación de otros sonidos gracias a los artistas de foley (como los llaman en Estados Unidos, y un poco más arriba podemos ver el kit de uno de estos profesionales para crear sonidos de golpes y puñetazos), van componiendo (pues de componer se trata, ni más ni menos), una serie de pistas de sonido que el mezclador, el montador de sonido y otros artistas, van convirtiendo en la película final. Suelen ser personas absolutamente embebidas de su trabajo, que viven por y para él con pasión (yo he conocido unos cuantos), y que en su universo de sonidos dudan mucho de que la imagen fotográfica, por muy hermosa que sea, pueda competir muchas veces en esfuerzo, dedicación y minuciosidad. En las películas de gran presupuesto, como ya comentamos anteriormente, se dan la mano multitud de técnicos, muy especializados, cada uno dedicado a una rama del sonido en particular, o a una especialidad: el sonido ambiente, los fenómenos de la naturaleza, la mezcla de diálogos, los planos sonoros, lo metálico, lo carnoso, lo fantasioso, lo sci-fi…con el único objetivo de hacer vibrar al espectador, y allí dónde no alcanza la imagen, potenciarla para que llegue mucho más allá.
El mezclador de sonido, en estrecho esfuerzo con el montador de la película (a veces son la misma persona, no es de extrañar) y el director de la película, pulirán cada susurro, cada plano sonoro, cada intención…y tratarán, en el mejor de los casos, que no sea un apoyo circunstancial de la película, sino que tenga vida propia, expresión propia, complementada con la imagen. Alguno de los montadores de sonido más reputados, como Walter Murch, son frecuentemente alabados por sus directores. No es para menos. A ellos les deben gran parte del éxito de sus películas. Quizás el cine en un futuro equipare sonido e imagen, y ninguno dependa del otro, como en el genial videojuego ‘Child of Eden’ (he añadido una preciosa captura en lo más alto de este artículo que da una idea de cómo Tetsuya Mizuguchi pretende que la música sea imagen en movimiento) o quizá sigan existiendo grandes artistas (cineastas, de foley, mezcladores, sonidistas) que sepan respetar lo suficientemente el sonido.
Un poco más adelante hablaremos de algunos de los sonidos más identificativos y más sorprendentes del cine, así como ejemplos de la música más sorprendente, audaz, que ha dado el cine.