Nunca odies a tus enemigos…afecta a tu propio juicio.
-Michael
Después de los eventos analizados, con Michael descubriendo que no todo va a ser tan fácil como parecía en el Vaticano, regresamos a Nueva York con el reencuentro entre Mary y Vincent, que tienen una breve y bonita secuencia cerca de la antigua tienda de Genco (donde Vito se convirtió en lo que fue) y en la que vemos, brevemente, a una magnífica actriz y gran persona ya fallecida, nada menos que Catherine Scorsese, madre del famoso cineasta, amigo íntimo del director de esta película, que también interpretó pequeños papeles en alguna película de su hijo.
Esta breve secuencia sirve para dos cosas: observar que Sofía no es tan mala actriz, pues nos empezamos a creer la relación de amistad y amor que surgen entre ambos primos; y constatar que Coppola tiene mano para la juventud, para hacer creíble a una nueva generación de mafiosos, pues nos muestra el pequeño ambiente del aspirante a gran mafioso Vincent, con sus colaboradores. Con apenas dos pinceladas está claro lo que podría haber hecho este cineasta con la tercera película de haber gozado del poder necesario.
Pero vamos a lo que verdaderamente importa, y no es otra cosa que la reunión mafiosa inmediatamente posterior, con la que Michael pretende desvincularse de sus viejos socios, liquidar deudas (económicas) e ingresar definitivamente en la nómina de grandes empresarios…legales. No me parece casual, a otros espectadores quizá sí, que lleguen a esa reunión en helicóptero, ya desde el cielo, y “desciendan” (metafóricamente) para hablar con esa panda de gangsters más propia de la primera película que de la segunda y no digamos de esta tercera.
Regreso virtual a los viejos tiempos
Todo este bloque, en el que Zasa (o Altobello) intentan aniquilar a toda la cúpula de mafiosos de Estados Unidos, más la venganza posterior de Vincent. Parecen un cursillo intensivo para Vincent Mancini, hijo ilegítimo del gran y temible Sonny Corleone, de aprender todo lo que no pudo dada su marginalidad del seno de la familia. Y luego hay quien dice que esta película no está sentida y pensada hasta en su último pasaje.
Es magnífica la presentación de la reunión, con varios planos cortos consecutivos, en lugar de uno largo general, inicial, y luego fragmentado. Son planos estáticos, sin el clásico movimiento de travelling que nos describa la secuencia. La pulcritud, y la sobriedad son absolutas. Respetando el eje de miradas, ya sabemos que el centro de la escena es Michael, el más poderoso, y a partir del cual se va a establecer la situación y la fuga de cada plano. Además, hay breves insertos para Vincent, a fin de cuentas es el alumno privilegiado.
Es notable observar la calidad de los figurantes con frase norteamericanos, así como que lo splanos generales están pensados más para cine que para televisión, con objetivos nobles (40-50 mm.) para planos que abarcan a 16 personajes. Así mismo, el poder de Michael está muy bien mostrado, con su primer plano majestuoso explicando a todos cómo están las cosas, y el corte al siguiente, que es un contracampo del anterior. Y en la confrontación final contra Joey Zasa (un estupendo Joe Mantegna, como ya dijimos) por fin hallamos un elegante travelling de seguimiento.
Zasa es un gángster que inspira cierto patetismo, por eso nada hace preveer que sea capaz del tremendo ataque que sufren todos, pocos minutos después de su airada salida de la sala. Tal como dice Coppola, algo extraño tiene que ocurrir siempre antes de un asesinato, y aquí es la fruta y la vajilla temblando, como en un terremoto, aunque en verdad es un helicóptero (de nuevo un helicóptero, como si el ataque viniera de la misma gente a la que quiere unirse Michael, y así es…) al que nunca vemos, sólo su foco de luz y los fogonazos de los disparos.
La secuencia está magníficamente filmada y montada, aunque a Coppola estas cosas ya no le interesara contarlas, con detalles geniales como el tipo agarrado a su abrigo de la suerte que, pese a todo, cae acribillado. Vincent se gana el master en valentía y arrojo, por así decirlo, ofreciéndose de escudo humano sin pestañear, siendo capaz de arriesgarse a ser disparado con tal de salvar a su maestro, a su tío. Para terminar, una magnífica colección de planos estáticos, que nos muestran a los cadáveres, docenas de ellos, resultado de tan terrible acto, como si Coppola quisiera rendir un último homenaje a la víctimas absurdas del poder y la ambición humanas.
Michael es una sombra
De forma maravillosa (con un plano fantasmagórico de la entrada del hotel acompañado de un trueno) pasamos a una secuencia que abre la segunda parte de la película, aquella en la que Michael cae enfermo, y ya nunca más vuelve a ser ese gran jefe que la familia necesita, en favor de Vincent Mancini. ¡Cuánta naturalidad! Vemos a Al Neri, Vincent, Connie, comiendo… y nos sentimos como en casa. Qué bien se le dan estas cosas a Coppola. Y qué bien está García estallando, deseando ir a por Zasa.
Michael le aconseja de nuevo al oído, le dice que no debe mostrar sus sentimientos, y luego apunta más alto, él tiene otros sospechosos en mente. Tal como dice: “cuando pensaba que estaba fuera, me vuelven a meter”. Y le sobreviene el colapso, debido a su diabetes, que Coppola resuelve primero con un plano largo, como si no se atreviera a acercarse al dolor de Michael, y luego en sucesivos planos medios, cortados a hachazos, como si Michael se viera desde fuera de su cueropo (¿no sucede eso cuando uno está casi inconsciente?) y estuviera a punto de morir.
Y así tiene lugar un nuevo paralelismo con la primera película, pues sí allí era Vito el que estaba hospitalizado y Michael quien le salvaba y luego se vengaba de sus enemigos, aquí es el propio Michael es hospìtalizado y Vincent quien le protege y se venga a la vez, acabando con Zasa en otra magnífica secuencia de asesinato, que recuerda poderosamente al asesinato de Don Fanucci, por localización y estilo. Con grandísimo talento, Coppola engarza la secuencia de la visita de Kay a Michael, y la posterior llegada de sus hijos (inspirada en la propia experiencia del director…) con el asesinato de Zasa.
Pero aquí no hay lugar para los montajes en paralelo. En su lugar hay demasiado dolor. Dolor por la fragilidad extrema de Michael, por la relación por fin consumada entre Mary y Vincent (conmovedora escena culinaria, con ambos jóvenes iniciando una relación trágica), por el destino que una vez más se cierne sobre esta familia. Mary visita a Vincent cuando este prepara el golpe contra Zasa, y es un golpe astuto. En él separan a Zasa de su guardaespaldas, para asesinar a este último y perseguir al gangster a caballo, pues Vincent se ha disfrazado de policía montado. Muy inteligente, además, el modo en que Coppola arma el montaje, con los breves planos del caballo acercándose, como una fuerza protectora, cuando en verdad es una fuerza assesina.
Y del mismo modo que Vito condenaba la acción contra el turco y el capitán de policía en la primera parte, aquí Michael se pone furioso por la decisión de Vincent, Al y Connie. Ya no quiere más violencia como en los viejos tiempos, sino un nuevo futuro para él y su familia. Ahora bien, cuando por fin estalla, vemos que Michael no puede sostener esa ira. Está acabado, ya no tiene fuerzas.
Ahora bien, aún le queda la astucia, y es una astucia afilada. Le asegura a Vincent, cuando este le lleva a la cama, que tiene los atributos de su padre, como el éxito con las mujeres. Y ante la sonrisa de éste, le pregunta de inmediato qué esta haciendo con su hija, cogiéndole desprevenido y haciéndole sentir aún más culpable. Por seguridad, le prohíbe esa unión tan peligrosa (precisamente la unión que tuvieron los bisabuelos Coppola, primos como ellos), y decide, junto a Don Altobello (aquél que según él es el culpable del ataque en helicóptero, y que suele tener a Vincent, como en un augurio, al fondo de su plano) viajar a Sicilia.
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