¡Vuelven los Borgia!
-Michael Corleone
De la fiesta en honor a Michael Corleone pasamos a una de esas secuencias violentas que han hecho pasar a la historia a esta saga por su crudez, realismo e imaginación tenebrosa. Una escena que reivindica que Coppola, aunque muchos quisieran pensar lo contrario, estaba en plena forma, pero que no tenía como objetivo repetir el esquema de las dos películas anteriores, ofreciendo más de lo mismo, sino que deseaba continuar más allá, e indagar en zonas mucho más íntimas y dolorosas.
Es magnífico el tempo realista de la frustrada emboscada a Vincent, y el suspense insuperable que con ella crea el director, un suspense que, a tenor del cine de género que solemos ver, está sólo al alcance de muy pocos privilegiados artistas. Imposible no acordarse del cebo que les coloca a sus perseguidores Ethan Edwards en ‘Centauros del desierto’. Vincent engaña a su ejecutor y es tan hábil que les tiende una trampa a sus asesinos, y tan sanguinario que no le tiembla el pulso acabando con los dos a sangre fría.
Por supuesto Vincent es el vehículo, tal como dice Coppola en los comentarios del director, para efectuar ese peaje, obligado, por las autopistas violentas de los dos primeros padrinos, aunque a estas alturas de su vida Coppola quería centrarse más en otras cosas. Con todo, la secuencia está magníficamente narrada, y causa escalofríos por su tono descarnado. Además, Vincent demuestra la clase (unida a la juventud) que tienen los Corleone más resueltos. Todo termina con la última aparición de Bridget Fonda (quien en un momento parecía que tendría más presencia) en la trilogía, y con una puerta cerrada, de forma muy elegante.
Cuando Michael reprende a su joven discípulo por el doble asesinato, es a Coppola al que oímos, pues a ninguno de los dos le interesan más las muertes violentas, sino que están…a otros temas. La breve secuencia de la reprimenda está resuelta muy inteligentemente, respetando el punto de vista físico de Michael (con quien está moralmente el director, al fin y al cabo), ya que Pacino es quien dispone de los planos más cortos, mientras que Vincent y su protectora Connie quedan lejos, como mucho en un plano general corto que viene a ser como un falso subjetivo.
Coppola contra los elementos
Todo esto nos muestra a un cineasta dueño de todo su talento, pero detalles como la desaparición en el reparto de Robert Duvall, quien salió de la película en el último momento por la misma razón que Richard Castellano (cuestiones económicas), nos muestran también a un productor sin ningún poder en la industria y que tiene que tirar con lo que hay. El crucial papel de Tom Hagen, que en las primeras dos películas aportó tanto, fue reemplazado por un abogado de presencia menor, interpretado con gran valentía por el actor George Hamilton. El papel fue reescrito, por tanto, y esa dimensión de la película, lo que podría haber dado de sí, irremediablemente perdido.
El papel del hijo de Hagen, que se convierte en un sacerdote que estudia en el Vaticano, está interpretado por el ubicuo John Savage, a quien todos recordamos en la escalofriante ‘El cazador’ o en la sublime ‘La delgada línea roja’. Pero todo esto del Vaticano es importante porque es la trama más importante de la película, y en la escena siguiente (que iba a ser la primera de la película, poniéndose en paralelo con el primer Padrino, por su carácter confesional) ya vemos al arzobispo encargado de la Banca del Vaticano (en un casting magnífico, pues Donal Donnelly da la talla como un grimoso y arquetípico arzobisbo) pedir ayuda a Michael pues están en apuros económicos.
Michael esperaba así culminar su largo viaje personal desde una identidad criminal hasta una respetable, lavando así unos pecados que no puede cargar por más tiempo, pero pronto verá sus sueños destruidos. Esto es interesante, además, porque Coppola y Puzo se basaron en los hechos reales, muy sospechosos, de la muerte de Juan Pablo I, y además, para más ironía, se rumorea que por aquel entonces el mismo Banco del Vaticano era dueño de los estudios Paramount, que son los que producen esta película. una vez más, la vida y el arte de Francis Ford Coppola parecen cerrar la cuadratura del círculo.
De hecho, cuando Coppola preparaba el primer Padrino, conoció a algunos de los individuos del Vaticano sobre los que luego hablaría en esta película, o sobre los que se inspiraría directamente. Formas de creación o inspiración que tiran unas de otras, como la decisión de repetir el estilo de elipsis de los otros padrinos, con los titulares de periódicos dando información acerca del estado de las cosas. En cualquier caso la decisión de Michael de involucrarse en la Banca del Vaticano y la brillante escena de la rueda de prensa, comienzan a hacer pensar a Mary (de forma lógica), que ella misma no es otra cosa que un rostro para otorgar credibilidad a la familia.
Sin embargo las dudas de Mary, y la repercusión que de ellas pudiéramos obtener en la relación con su padre, no está todo lo bien conectado que debiera con otras lineas dramáticas, como su relación con Vincent o su propia indefensión como hija. De todas formas, como mal menor, se percibe a una hija dando tumbos, como una figura trágica a la que la vida golpea con toda crudeza, lo que acaba definiendo a un personaje tan irregular. Es como la sosa secuencia del abrazo entre padre e hija (en la que Sofía está tan floja), al final funcionan porque cuentan algo real, como es aquí la fragilidad de la actriz.
Tenemos también, claro, secuencias nocturnas de diálogos en el interior de coches, con la típica subexposición de Willis, y la atmósfera Corleone, y paralelismos salvajes (¡no se me ocurre otro adjetivo!) como el de la reunión de poderosos ante la noticia de la grave enfermedad del Papa. ¿Acaso no resulta salvaje ponerla en relieve junto a la reunión de mafiosos de la primera parte? Así, funciona como un espejo que retrata a unos y a otros, los iguala y los deconstruye. Pero esta secuencia sirve también para dejar claro que el Papa es una marioneta (poderosa, pero marioneta, señores católicos practicantes) y que el Vaticano no es más que una empresa corrupta como cualquier otra.
Al final, Michael se ve rodeado de mafiosos, justo el tipo de gente a la que él no quiere estrechar la mano, en pleno Vaticano. Uno de ellos, el más poderosos, Don Lucchesi, interpretado con fría perfección por Enzo Robutti, puede competir con Michael en cuanto a astucia y oscuridad. Michael empieza a percatarse de que se ha equivocado de forma terrible, y que su ansia de purificación no va tener lugar en el Vaticano, como él creía, sino a través de una insufrible catarsis emocional.
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