La explotación televisiva del dolor ha vuelto a vivir un episodio vergonzoso. Esta mañana, el padre de la niña que fue asesinada en Huelva ya estaba en la televisión comentando la sentencia al Juez que no encarceló al asesino de su hija. Aún no ha terminado la tarde y los de Visto y oído han conseguido sacarle sacar de quicio al abuelo hasta llevar a este hombre el punto que ellos querían.
El señor cansado, agotado, desquiciado por todo lo que está viviendo, amenazaba en directo con suicidarse al borde de las lágrimas mientras una reportera le daba ánimos frotándole el brazo y desde plató le decían que no hiciera tonterías y que pensase en su familia, que había sufrido mucho. Cuando lo han tranquilizado le han preguntado por cómo estaba su nuera, poniéndole otra vez al borde de un ataque y alargando la entrevista más allá de lo necesario a pesar de que saltaba a la vista que el hombre no estaba para hablar con nadie. Unos aplausos, unos elogios hacia su templanza y su calidad humana, y a comentar las canciones más románticas de la historia.
Lo que más me fastidia de Visto y oído es que lo disfrazan todo de buenas intenciones, de comprensión y de amabilidad, pero todo estas cualidades se convierten en armas arrojadizas que lanzan sin pudor a los protagonistas de sus reportajes. Muy lejos quedan aquellas primeras intenciones del programa de ser una alternativa. Con contenidos así no contribuyen en nada al esclarecimiento del caso. Eso sí, para llegar a la altura de Está pasando les falta agresividad y mala leche.
En ¡Vaya Tele! | Las tardes de Cuatro no mejoran