Una vez que me repuse de la decepción gracias a una cervecita (que es una maravilla culinaria como otra cualquiera) me puse a ver con interés el concurso. En él se enfrentan cada día un cocinero aficionado, especie a la que yo, cuya máxima sapiencia culinaria consiste en calentar las pizzas, no pertenezco pero admiro, y el chef Darío Barrio. Ahora es cuando vienen los cuchillos pensaréis como yo. Pues si, pero no para trincharse entre ellos. El desafío consiste en que los dos preparen el mismo plato para que luego unos viandantes lo juzguen y declaren un ganador. Después de los dos primeros programas el chef exhibe orgulloso un 2-0 que ya quisieran para sí los Raptors de Jose Calderón.
Lo entretenido de todo esto es que vemos en paralelo como los dos cocineros van preparandolo todo, desde la compra de las materias primas hasta el producto final. En definitiva un concurso para pasar el rato, incluso aunque no seas un gran aficionado a la cocina. Señores guionistas solo les doy un consejo para mejorarlo. En una palabra: Karatekas. No digo más.
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