Ayer cerró la tercera temporada del popular reality de Cuatro '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' y lo hizo con récord de temporada: más de dos millones de espectadores y un 12,5% de share que, para un canal como Cuatro, no es que sea mucho, es que es muchísimo. Es de esperar pues que el programa renueve por una cuarta edición, algo de lo que nos alegraríamos los fans.
En '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' no han inventado la pólvora precisamente. Seguir la peripecia de una persona que busca el amor es algo muy habitual en la pequeña pantalla: la ilusión, los celos, el enamoramiento, los impedimentos, el final feliz, y también el feliz amargo, está a la orden del día. Así pues, ¿qué hace que este programa resulte tan atrayente, tan adictivo y tan altamente disfrutable?
Nunca hablaremos suficiente del montaje
Al hablar de este show presentado por Luján Argüelles, siempre se hace referencia al tremendo e inteligente uso que se hace de la postproducción. En esta edición, los instrumentos de la mesa de edición han estado más presentes que nunca. Todos sabemos que el montaje es una herramienta indispensable para conseguir un acabado final excelente, y muchos pioneros del audiovisual así lo mostraron. Pero es que, en este caso, ¿no sería este programa completamente diferente sin una edición como la que se utiliza?
Los magos de Eyeworks Cuatro Cabezas consiguen hacer vanguardia televisiva con el uso que hacen de esta herramienta. Al principio, sí, ponían sonidos que acompañaban los vídeos, hacían planos y contraplanos para dar risa... Pero ahora, directamente crean tramas con esos silencios, esas miradas a cámara, esas repeticiones de frases... Lo que pueden ofrecer los participantes del concurso pasa a manos de un editor que realza totalmente las situaciones, elaborar chistes internos, y provoca el jolgorio más divertido.
Además, está el arma del surrealismo. Hay momentos, situaciones, giros, que son realmente magistrales en su uso del humor más absurdo. Alcanza cotas extremas de risión que, seguramente, muchas personas no podamos siquiera abarcar totalmente, tal es el nivel de complejidad y dobles sentidos que se emplea y que hacen que este programa no sea un simple reality sino un formato que debería ser estudiado con muchísima atención.
Algunos hombres buenos
Otra de las armas fundamentales para conseguir que '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' sea un éxito es su cásting. Para mí, es una opinión, claro, esta edición ha sido la mejor de las tres que hemos visto, desde luego, muy superior a la segunda, a la que yo ví un problema primordial y es que muchos participantes me caían mal. En cambio, los chicos de este año han conseguido ganarse el corazoncito del público, incluso los que partían con pocas posibilidades, porque, no nos engañemos, cuando vemos un reality, solemos tener cierta disposición malévola a tener manía a algunos concursantes.
El cásting de este año nos ha traído un abanico de tipos humanos de lo más variado, pero sobre todo, han dejado la honda impresión de que se implicaban de verdad con sus historias y no estaban haciendo un simple juego para ganar popularidad. Es necesario que nos podamos creer estas historias para que la experiencia como espectador sea completa. Y no sólo los solteros son importantes, también las candidatas. Ya sé que había algunas que no se podía explicar de ninguna manera el porqué de su presencia, pero la frescura y alegría que aportaban podía compensar este punto.
Mucha, mucha diversión
Y, en fin, ¿que por qué triunfa este programa? Porque te ríes, te ríes y te vuelves a reír. Reconozco mi adoración absoluta hacia una de las madres del reality que cada vez que abría la boca me hacía desternillarme con sus ocurrencias. Y esto nos lleva a otro asunto. Muchas veces se acusa de guionización a este tipo de formatos. No somos ningunos incautos que no nos demos cuenta de la mano de un guionista que elabora una escaleta y explica: "ahora os vais a dar un paseo", "ahora compraréis en tal tienda"... pero las reacciones, las conversaciones, las salidas de tono no es que no se puedan preparar, es que no serían ni la mitad de graciosas si hubiese un dialoguista detrás de todas y cada una de las intervenciones, racionalizando todo el meollo.
Para eso se hace un cásting, para que los participantes sean los suficientemente potentes para que nos den juego a través de su personalidad y sus explosivas acciones. ¿Qué sentido tendría si cada cosa que dijeran estuviese guionizada? Desde luego, no se podría conseguir en la vida un resultado tan fresco y tan divertido.
También tengo que decir que una de las cosas que más me gusta de este programa es cómo han aprendido a reírse de sí mismos, algo que se ha ido potenciando con el tiempo. Como ejemplo, esa Luján Argüelles que apareció con unas gafas de esquiar después de que su maquillaje "a lo mapache" causara tantos comentarios en las redes sociales. En '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' cogen un concursante que es un estereotipo de X cosa y ponen sobre la palestra sus defectos, para que podamos reírnos con su superficialidad, arrogancia, egocentrismo, infantilismo... ¿Cómo se consigue esto? Siendo muy conscientes de quiénes son, no tratando de engañar a nadie, ofreciendo ni más ni menos que lo que se ha prometido y dejando de lado complejos que no vienen a cuento.
Bueno, pues hay que decir adiós al programa, los miércoles serán un poco menos tróspidos... Aunque ya sabéis, se espera una proximísima evolución del formato con un '¿Quién quiere casarse con mi madre?' que tratará de seguir sacando jugo a la idea original. Eso sí, desde aquí, me gustaría poder reivindicar aquel tierno y desaparecido 'Granjero busca esposa' que ponía sobre la palestra a concursantes muy de verdad y que resultaba una absoluta delicia.
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